YO ACUSO A ALMIRON

El corresponsal de SEMANA en México, Miguel Bonasso, se convierte en testigo de cargo contra la Triple A.

23 de mayo de 1983

Fue en los minutos iniciales de ese 1 de agosto de 1974. La versión llegó al diario sin confirmar, pero con el aire ominoso de las malas noticias que siempre terminan resultando ciertas. "Acribillaron a Ortega Peña", "Lo asesinó la Triple A". Minutos después tenía la confirmación oficial y caían sobre mi escritorio las fotos que un reportero casual nos vendía como "la gran primicia".
Mientras el anónimo y misterioso fotógrafo (que nunca volví a ver) espiaba mis reacciones, yo miraba ese cuerpo largo, caído entre dos coches. Imaginaba el sentimiento de Rodolfo al descubrir la emboscada, su vértigo ante la certeza de la muerte.
Recordé charlas de otras épocas, en tiempos de la anterior dictadura, cuando bromeábamos sobre nuestro destino de "blanco móvil" de los asesinos. Hablábamos de un amigo común, el cura Carlos Mugica, y Ortega Peña me decía: "El, al menos, tiene el consuelo del otro mundo, pero vos y yo que somos ateos estamos bien j... "
La broma de tres años atrás se había convertido en macabra profecía: dos meses antes Carlos Mugica había sido abatido por las balas de la Alianza Anticomunista Argentina.
Cambiamos la primera plana y la contratapa de "Noticias" y alguien escribió un texto estremecido sobre el asesinato del diputado Rodolfo Ortega Peña y la significación histórica de ese tribuno popular para ese país inclemente que es la Argentina.
Puse luego la Star 9 milímetros al alcance de mi mano y contabilicé todos los miedos que me asaltaban. El miedo de mi propia muerte y el miedo por todas las muertes que todavía debían golpearnos en los años negros que vinieron.
En febrero de aquel 74, una bomba había destrozado los pisos inferiores del edificio donde funcionaba "Noticias". Mi despacho había quedado literalmente pulverizado. En la última semana de agosto otra bomba estallaría en mi propia casa,preludiando la clausura definitiva del diario, por orden expresa del ministro José López Rega. Mi nombre encabezaba la lista de periodistas condenados a muerte por la AAA y el pasquín fascista "El Caudillo" reiteraba mi sentencia todas las semanas.
Y, sin embargo, no era más que el prólogo: a la pesadilla de ese año y medio de "lopezreguismo" habría de suceder la peor de todas las dictaduras militares que ha padecido la Argentina. El terrorismo de Estado se convirtió en estadística y tuvimos que acostumbrarnos a la gran paradoja nacional: convivir con la muerte.
Ahora reaparece el nombre de Rodolfo Eduardo Almirón, uno de los principales jefes de la Triple A, convertido en ciudadano español y en responsable de la custodia del político conservador Manuel Fraga Iribarne. Almirón, el mismo que acuso de haber colocado una bomba en mi despacho, en la Calle Piedra, y otra en mi casa, en la calle Moldes, en 1974, con el propósito de asesinarme.
Ahora, cables procedentes de Buenos Aires me revelan que de nuevo, a las puertas de una transición a la democracia acechada por un aparato represivo intacto, la Triple A ha retornado a la escena nacional. Después me llamó SEMANA y me pidió este testimonio, que me obliga a repasar el terrible pasado, pero sobre todo a evaluar el futuro en sombras que se avecina. Ese llamado evocó sombras entrañables: el sindicalista Atilio López, desfigurado por más de cien balazos; la parábola final de Julio Troxler, que escapó milagrosamente de la masacre antiperonista en 1956 para ser literalmente cazado por asesinos a sueldo, en el gobierno supuestamente peronista de Isabel Perón.
Pensé paralelamente en España y en Argentina; en esos policías que como Almirón, cruzan libremente las fronteras, cambian de nacionalidad, sirven a los poderosos y no pagan sus cuentas atrasadas.
La Alianza Anticomunista Argentina fue creada por José López Rega, un agente de la CIA infiltrado en el entorno del líder popular Juan Domingo Perón, para destruir al propio peronismo. Para sepultar la incipiente democracia que el pueblo argentino reconquistó heróicamente en 1973. La integraron policías en actividad y en retiro, agentes de los servicios militares de inteligencia y civiles fascistas. La dirección política fue ejercida por el propio López Rega, la dirección militar estuvo a cargo del mismísimo jefe de la Policía Federal, comisario general Alberto Villar. Los dos principales capitanes fueron dos policías expulsados por su probada connivencia con el hampa: el citado Almirón y su suegro Juan Ramón Morales.
Durante su breve reinado (de junio de 1973 a julio de 1975) los mercenarios de la Triple A asesinaron a 1.500 ciudadanos, la mayoría dirigentes y activistas del Movimiento Peronista y de la izquierda.
Al sobrevenir el golpe militar del 24 de marzo de 1976, la siniestra organización ya no existía. Su mentor ideológico había dejado el gobierno, expulsado por la agitación obrera y popular, y se había marchado a España forrado en dólares y escoltado por el actual guardaespaldas de Fraga. La Triple A fue suplantada por las Tres Armas, que se hicieron cargo orgánicamente de la sucia faena y la llevaron al paroxismo con 30.000 desaparecidos, miles de muertos, miles de presos políticos y medio millón de exiliados.
Algunos de los hombres de la AAA pasaron a convertirse en "visitantes de la noche" de los nuevos escuadrones de la muerte, ubicados bajo el mando directo del teniente general Jorge Rafael Videla, el almirante Emilio Eduardo Massera y el brigadier general Orlando Agosti. Otros, como Almirón, Felipe Romeo Emilio Berra, buscaron el apoyo de los fascistas --con o sin patente oficial-- de España e Italia. López Rega, curiosamente, logró contradecir la tradicional eficacia de la policía Suiza y, como un actor de cine o un Rostchild jubilado se fue a rememorar pasados días de gloria, poder y magia negra en las mansas orillas de lago Lemman, que a veces parecen las aguas del Leteo. Sobre todo para los que llevan divisas.