La imagen de la familia presidencial cambiará con los Obama, los primeros afroamericanos en la Casa Blanca. En la foto, de derecha a izquierda, Barack, Malia, Sasha y Michelle Obama sobre la tarima donde el demócrata pronunció el discurso de victoria el día de las elecciones

PORTADA.

De Barry a Barack

La asombrosa carrera política del Presidente electo es la parte menos interesante de su biografía. Un repaso al Obama terrenal.

8 de noviembre de 2008

Detrás del culto que ha despertado Barack Obama se esconde un hombre común y corriente, orejón, que deja tiradas las medias, es incapaz de guardar la mantequilla en la nevera después de usarla y lleva nueve meses mascando nicorette para dejar de fumar. Su esposa, Michelle, se encargó constantemente de recordar que no es ningún Mesías. Pero durante la mayor parte de la larga campaña presidencial, Obama pareció el candidato perfecto. Nunca se salió de casillas, exhibió buen juicio en los momentos clave y cabeza fría en los críticos, fue imperturbable ante los peores ataques, ambicioso, con la determinación de quien está seguro de su identidad.

No siempre fue así. Durante la mitad de su vida, Obama se hizo llamar Barry, para tratar de encajar. En sus discursos ha contado muchas veces la parte más sorprendente de su historia, su versión del 'sueño americano'. "Mi padre era un estudiante extranjero, nacido y criado en una pequeña villa en Kenia. Creció arriando cabras, fue a la escuela en una choza. Mi abuelo era cocinero, sirviente de los británicos. Pero tenía sueños más grandes para su hijo. Con trabajo duro y perseverancia mi padre consiguió una beca para estudiar en un lugar mágico: Estados Unidos". Dijo esas palabras en el famoso discurso de la convención demócrata de 2004 que lo catapultó a la fama, el mismo en el que definió a su madre como una mujer de Kansas, blanca como la leche.

Barack Obama padre, el primer estudiante africano que ingresó en la Universidad de Hawai, se conoció con Ann Dunham en una clase de ruso y pronto se casó con ella. Pero también muy pronto abandonó la isla, y a la familia, cuando Obama tenía 2 años. La ausencia paterna lo marcó, sus raíces están desperdigadas por medio mundo (junto a sus ocho medio hermanos) y tardó en encontrar su lugar. Sólo volvió a ver brevemente a su padre en una Navidad cuando tenía 10 años. Su madre se volvió a casar y, por cuenta de su padrastro, Obama se fue a vivir a Indonesia y adoptó su apellido. Sus compañeros de escuela lo recuerdan con un nombre que hoy muy pocos reconocerían: Barry Soetoro.

Obama ha dicho que su madre fue la influencia más positiva en su vida, y algunos perfiles del hoy Presidente le atribuyen a ella características como su empatía con los demás, su empuje y su determinación. En Yakarta lo despertaba antes del amanecer para tomar tres horas de lecciones de inglés. Pero después de casi cinco años, Ann decidió que era mejor enviarlo de vuelta a Hawai con sus abuelos maternos. Con estos tenía una relación tan cercana, que hace unos días el candidato decidió suspender la campaña para visitar a Madelyn Dunham, su adorada abuela que no alcanzó a verlo convertido en Presidente de Estados Unidos, pues murió la víspera de la elección. Él ha dicho que sufrió mucho por no haber estado al lado de su madre cuando murió de cáncer en 1995. No quería repetir ese error con la otra mujer que lo crió.

Fue en Hawai, en la exclusiva escuela Punahou, donde encontró su primer amor: el baloncesto. En Estados Unidos, los deportes han servido para definir el carácter de los presidentes; se han escrito artículos sobre la pasión de John F. Kennedy por la navegación, o la de Bill Clinton por el golf. En el caso de Obama, el básquet fue una manera de afirmar su identidad negra en una escuela con pocos compañeros de su raza. Pero, al contrario de lo que se pudiera pensar, no era un ganador nato. De hecho, solía ser suplente. Sin embargo, ha seguido jugando a lo largo de los años, incluso con ex jugadores de la NBA, en eventos caritativos. Sus compañeros cuentan que es muy competitivo y encuentra la manera de derrotar rivales aparentemente mejores. Desde cuando está en la política, uno de sus rituales los días de elecciones es precisamente jugar básquet, y el martes de las presidenciales no fue una excepción.

También fue en los días de secundaria cuando Obama, que todavía se hacía llamar Barry, consumió marihuana y cocaína. Embarcado en esa búsqueda de su identidad, aterrizó en Los Angeles para asistir a Occidental College. Allí encontró por primera vez esa voz, que después lo convirtió en un poderoso orador, durante una manifestación de estudiantes contra el apartheid en Suráfrica. En Sueños de mi padre, sus memorias, Obama recuerda el placer de "escuchar mi voz rebotar de la multitud y regresar hacía mí convertida en un aplauso".

Obama apenas duró un par de años en Los Angeles, pues pidió ser transferido a la Universidad de Columbia, en Nueva York. Fue entonces cuando se dio la ruptura: Barry se convirtió en Barack. En varias entrevistas asegura que, más que un tema de afirmación racial, había decidido que era hora de madurar. A esa determinación se sumó la tragedia. Ese padre ausente al que apenas había conocido murió en un accidente automovilístico en Kenia y, en palabras de Obama, eso le dio un "sentido de urgencia acerca de mi propia vida". Fue entonces cuando se dio cuenta de que quería hacer algo más que ganar dinero o pasar un buen rato. Quería dejar una marca.

Después de la universidad, Barack decidió convertirse en un líder comunitario. Esos años en el empobrecido sur de Chicago, que todavía califica como los más duros de su vida, fueron su primera experiencia política. Cuando fue a la Universidad de Harvard a estudiar derecho, ya sabía que quería tener una carrera en los asuntos públicos. Al ser elegido el primer presidente negro de la prestigiosa publicación jurídica Harvard Law Review, adquirió notoriedad y le ofrecieron el contrato editorial para escribir sus memorias. Por eso viajó a Kenia en busca de sus raíces, para escribir ese libro que hoy es un best seller.

De regreso a Chicago conoció a Michelle. Tras graduarse como abogada de Harvard, la futura primera dama había sido contratada por la prestigiosa firma Sidley & Austin. Allí le encomendaron entrenar a un estudiante de su universidad que trabajaría como asociado durante el verano. Era Barack. Después de alguna insistencia, consiguió que ella le aceptara una invitación a ver la película Do the Right Thing. Según Barack, le debe mucho a Spike Lee, el director del filme, pues Michelle le permitió esa noche poner la mano en su pierna. Dos años después, aprovechó una cena para sorprenderla con un anillo de compromiso en el momento del postre.

Su carrera política comenzó en el Senado estatal para después, en 2004, ganarse una silla en el Congreso de Washington. En la convención de ese año, el carismático Obama se convirtió en la estrella ascendente del partido demócrata. Martin Nesbitt, un buen amigo de Chicago, lo acompañó el día de su famoso discurso y, según contó a Vanity Fair, le impresionó su popularidad, a la altura de una estrella de rock, mientras caminaban por las calles de Boston. "Si crees que hoy es malo, espera a mañana", le dijo Barack. "¿A qué te refieres?", le preguntó. La respuesta, llena de confianza, fue premonitoria. "Mi discurso es bastante bueno".

En Washington comenzó la etapa que hoy todo el mundo conoce. La del senador por Illinois que, sin haber cumplido siquiera su primer período, derrotó las más poderosas maquinarias políticas de su país para convertirse en el Presidente número 44 de Estados Unidos. Según cuentan, al principio Michelle no estaba de acuerdo con su candidatura y sólo la aprobó después de que le mostraron un plan concreto y de que Barack se comprometió a dejar de fumar. Junto a Sasha y Malia, sus hijas, serán la primera familia afroamericana en ocupar la Casa Blanca. Cada decisión que tomen, como la escuela a la que asistan las pequeñas o la raza del cachorro que les prometió, estará cargada de simbolismo. La imagen de sus hijas en los pasillos del poder será tan histórica como sus discursos.