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| Foto: Twitter @FNIP

FESTIVAL GABO

"Hay que desobedecer al bully antiinmigrante que hay en la Casa Blanca": Jorge Ramos

El mexicano recibió en el Festival Gabo el premio a la Excelencia Periodística. En Medellín recordó a los 109 periodistas asesinados en México desde el año 2000 y habló del proceso de paz en Colombia. Este es el discurso completo que dio al recibir el reconocimiento.

30 de septiembre de 2017

Hoy vengo aquí a pedirles –no, más bien a rogarles– que no sigan las instrucciones de sus gobiernos, que se rehúsen a creer muchas de las cosas que aprendieron en las escuelas de periodismo, que no siempre les hagan caso a sus padres y maestros, y que no sigan al pie de la letra los preceptos de lo que se supone debe ser un reportero respetable.

Hoy vengo a pedirles que desobedezcan.

A todos.

Desobedecer, al final de cuentas, es una transgresión. El buen periodismo siempre rompe algo; nunca deja las cosas como están. Por eso me gusta pensar en el periodismo como contrapoder. Hay que estar siempre del otro lado de los que tienen el poder y, particularmente, cuando esos poderosos abusan de su autoridad.

Por eso hay que desobedecer al bully antiinmigrante que hay en la Casa Blanca.

Por eso hay que desobedecer a los dictadores de Cuba y Venezuela.

Por eso hay que desobedecer al presidente de México, donde nos han matado tantos periodistas, y donde la mayoría de los crímenes queda en total impunidad.

Por eso hay que desobedecer a cualquiera que pida lealtad y paciencia.

Entiendo el periodismo como un servicio público. ¿Y para qué servimos? Servimos para hacer preguntas y cuestionar al poder.

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Aquí en Colombia tienen una hermosa palabra que dicen cuando uno asume toda la responsabilidad sobre algo y no hay más remedio: toca.

Bueno, nos toca precisamente a los periodistas hacer las preguntas incómodas, exigir rendición de cuentas y poner contra la pared a los presidentes y gobernadores, a los sacerdotes, empresarios y a cualquiera que acumule un poquito de autoridad.

Toca.

Cuando voy a hacer una entrevista con alguien importante o influyente –sobre todo si ocurre en un momento históricamente relevante– siempre pienso dos cosas. La primera es que si yo no hago las preguntas difíciles –esas que te hacen sudar las manos antes de soltarlas– nadie más lo va a hacer.

Y lo otro que pienso es que nunca volveré a ver al entrevistado. Es mejor así. Al final del encuentro no estoy esperando palabras amables ni más acceso en el futuro. A veces pasa que ese entrevistado al que fusilé, regresa para otra entrevista. Claro, hay casos de masoquismo. Pero suele ocurrir que los que regresan, de verdad, no tienen nada que esconder.

Estoy convencido que la principal función social del periodismo es cuestionar a los que tienen el poder. En casos de racismo, discriminación, corrupción, mentiras públicas, dictaduras y violaciones a los derechos humanos tenemos la obligación de romper el silencio, dejar a un lado la neutralidad y cuestionar. Para eso sirve el periodismo.


El periodismo y la paternidad son muy parecidos. En ambos casos la mitad del trabajo es estar presente. Los buenos papás y los buenos periodistas son los que están donde tienen que estar; los padres con sus hijos y el reportero donde está la noticia.

Es de una enorme importancia el ser testigo. Cuando algún periodista que comienza se va por primera vez a una asignación especial y me pide consejo, casi siempre le digo esto: quiero que tú seas mis ojos. Llévame a donde estás.

En nuestra querida, apasionada y convulsionada América Latina –donde la democracia y la justicia se pelean con puños y con teclas– nos urgen periodistas que estén donde tienen que estar y que, ya ahí, desobedezcan.

El periodismo, más que una profesión, es una misión.

Nunca deja de sorprenderme la valentía de mis colegas; esos que reportan sobre los narcos en un pueblito, o los que se echan a cuestas la tarea de encontrar a desaparecidos –desde Ayotzinapa hasta Argentina–, o los que denuncian a mandatarios y políticos por sus casas blancas y sus cuentas negras.

Me pregunto muy seguido qué hubiera ocurrido si en lugar de irme a vivir a Miami –la trinchera desde donde preparo mis batallas– me hubiera quedado en México. Me fui de México, donde nací, para no ser censurado. Hoy, casi a los 60, creo que calculé bien. He podido decir lo que se me pega la gana. Pero otros se quedaron.

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Nos han matado –y lo digo así porque en esto somos una familia– a más de 109 periodistas en México desde el año 2000, según la organización Artículo 19. Y ya van 36 muertos en el sexenio de Enrique Peña Nieto.

Esta noche, este premio va por los que se quedaron, por los que no huyeron, por los 780 hermanos periodistas que de acuerdo con Reporteros Sin Fronteras han sido asesinados del 2006 al 2016 debido a su profesión en todo el mundo. Este premio va por los que los que desobedecieron y los mataron por eso.

Lo que no saben sus asesinos –y los gobernantes que los protegen– es que por cada reportero que matan, habrá dos, o tres, o mil que retomarán sus causas, sus reportajes y sus palabras. Esta es nuestra promesa a los que se fueron.

No estamos en el negocio de quedarnos callados.

El silencio es cómplice.

Por eso, por favor, desobedezcan.