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Derroche de guitarras afiladas por St. Vincent. Foto Mauricio Florez

festival estéreo picnic

El mundo cupo en un solo lugar: así se vivió el cierre del FEPX

Por: Santiago Ramírez y Alejandro Pérez

Arctic Monkeys propagó su “rock and roll in Colombia” y St. Vincent se probó ícono y guitarra virtuosa. Seun Kuti sumó afrobeat furioso, mientras que DJ Koze, con su atmósfera mística, bajó el telón de una edición impresionante, a la altura de un aniversario X.

El mundo puede caber en un solo lugar. Puede comprimirse, tomar elementos de muchas de sus esquinas y expresiones musicales y, durante tres días, hacerse reunión.

El "mundo distinto" que propone Estéreo Picnic lo demuestra, en 2019 lo logró con todo éxito. Reunió géneros, personalidades, estilos y creaciones en los mismos escenarios y, por esa valentía, convocó a una multitud que llegó de todas partes buscando una gran fiesta, un viaje musical. La organización esperaba 85 mil personas y en el curso de los tres días superó esa meta. En el último día del festival, que cumplió diez años y botó la casa por la ventana, 32 mil personas disfrutaron del cierre y 87 mil entraron a lo largo de sus tres días.

La ceremonia ha concluido, y para muchos el adjetivo no baja de “inolvidable”, pues fue más que solo música: fue comunión. Ante los embates de un mundo pequeño, demasiado conectado, su diversidad no se siente amenazada.

Cierre, euforia, nostalgia


Un mar de gente bailando y cantando en paz. Foto Sergio Rodríguez, un mundo distinto

El último día carga con altas expectativas, intrigas incluso, y dosis de nostalgia también. Se empieza a ver el retrovisor, lo que se vivió, se cuentan las horas para aterrizar de nuevo en el mundo ‘real‘, pero ante todo, se goza como si no hubiera mañana. Como debe ser.

Fue una jornada de bailarines. Originaria de Manchester, The 1975 extendió una cobija de melodías dulces, de coros bien correspondidos por la audiencia y de movimientos libres y sutiles de Matthew Healy. Este, divertido cuando bailaba al tiempo que tocaba guitarra, también se probó enérgico al reflejar en su rostro la limpieza de las notas de su voz. Dos bailarinas sincronizadas no le perdieron el hilo, sumaron capas al ambiente y no se detuvieron hasta la última canción.

The 1975 brilló y enamoró al público. Foto Diana Rey Melo

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Acto seguido, en el escenario Adidas, St.Vincent ofreció latigazos de rock and roll de vanguardia. Desde sus guitarras repartió acordes, solos galácticos, y riffs rebeldes y duros con su característica distorsión, esa que solo le pertenece a ella. La estadounidense, empoderada, empoderó. Jugó con esa imagen prefabricada de muñeca, y visualmente sacó provecho de ilustraciones para establecer su discurso irreverente. Así le subió la temperatura a esa precisa mezcla de electrónica con rock alternativo. Su propuesta como un todo, altamente cerebral, analítica en tiempo real de la imagen que proyecta, explica porqué artistas como David Byrne la consideran única.

Con tres premios Grammy a sus espaldas, St Vincent intercaló beats que desataron baile colectivo. Y nunca olvidó agitar la cabeza en los solos de guitarra, llenos del tipo de actitud que corroe las fibras de los discursos más conservadores.

En ese escenario le siguió Foals, una banda que ha visitado el país repetidas veces y con el cual ha forjado fraternidad, pues lo deja todo y le demuestra cariño genuino. El nivel de canto del público jugó con el galope de las baterías impactantes, las guitarras duras, las guitarras dulces y esa inconfundible voz de Yannis Philippakis. Un enorme concierto.

Faltando dos horas para salir a escena, cuando hablamos con él, Seun Kutti practicaba su saxofón. No vestía su traje de verde chillón que resalta desde lejos cuando está tocando. Hijo del inventor del Afrobeat, Fela Kutti, cargó con la responsabilidad de crear una herencia, una palabra que le cuesta definir por lo que le ha representado en la vida. No vive en otro lugar, vive en su natal Lagos, Nigeria. De allí toma la inspiración que necesita para convertirse en un músico performático.

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Su baile dibuja formas rectas, cargadas de furia y agresividad, que mezcla con saltos y aplausos para animar. Piensa tanto en el baile que casi llega tarde al sintetizador para empatar con el compás. Y cuando un cable dañado impidió escuchar uno de sus solos, ante el abrumador silencio de su instrumento, mantuvo el ambiente alentando a los miembros de la banda que heredó de su padre.


Arctic Monkeys en escena. Foto Diana Rey Melo

El tercer día se vio más gente que en los anteriores días, y el fenómeno tiene nombre: Arctic Monkeys. La banda británica volvió a Colombia para otro concierto en el que la voz y la sola presencia de Alex Turner justificaba su lugar en el cartel. El músico y vocalista nunca bajó el nivel de intimidad y emoción que el público supo recibir. “Rock and Roll in Colombia”, exclamó, y todos le siguieron el juego, con baile, gritos y ovaciones. Sin embargo, muchos esperaron canciones de su primera etapa y se quedaron con las ganas.

Otras luces

Da Pawn, desde Ecuador, mostró un rock alternativo de muchas facetas, convocó a público de su país y desencadenó baile cuando el sol daba sus últimas pinceladas. Por su parte, DJ Koze, desde Alemania, entregó mística en el punto final. Con una tornamesa adornada con arbustos, pocas luces y sonidos futuristas y profundos, quienes se aguantaron hasta el final se vieron recompensados. Como pasó durante todo el festival, las sorpresas podían ocurrir en cualquier momento. El alemán aprovechó la fría brisa que de vez en cuando se metía en el escenario para jugar con la música y la temperatura. Como un mago.

Sam Smith. Foto Diana Rey Melo

Sam Smith entregó una presentación sentida, acorde con el color de su voz y el timbre de sus canciones. I‘m not the only one, Stay with me, Lay Me Down y Pray, un estreno, movieron profundas fibras de su público, que además destacó su constante comunicación ysu promesa de regresar. 

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Selección Colombia

La tanda de bandas nacionales fue rotunda y abrió el día más largo de cartel. Montaña, Arrabalero, Las Yumbeñas, Nicolás y los fumadores y Quemarlo todo por Error (de gran factura audiovisual) -así como los paisas de Margarita Siempre Viva y los legendarios Bajo Tierra- fueron grandes embajadores. Felipe Sánchez, editor web de ARCADIA, destaca estas tres presentaciones. 

Montaña: La banda de postrock instrumental tuvo la tarea difícil de abrir el último día del concierto. Logró, ante un público nada despreciable considerando la hora, un sonido muy redondo y dinámico con la concentración y el rigor que también se les vio en su debut en Rock al Parque.

Nicolás y los fumadores: Trasladaron sus letras, juguetonas pero de una fuerte gravedad emocional, a un concierto en el que no le bajaron a la conjunción de humor y nihilismo juvenil. Ya tienen un público fiel, su propia emoción por estar ahí se trasladó a ellos y lograron sonar muy bien en un escenario retador (el Tigo, por la envergadura, no es fácil)

Margarita Siempre Viva: Uno de los conciertos más hermosos y desgarradores del FEP. La banda de Medellín, que el periodista musical define como melancolía juvenil en formato lo-fi, se esmeró en conseguir una puesta en escena que conectara todos los puntos de su proyecto: repartieron margaritas a los asistentes, los visuales eran delicados y se extrapolaban a sus pintas (un kimono rosetón, una falda, el cantante con el pelo rosa). Su música logró poner a la gente a llorar y a poguear al tiempo.

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La nueva casa del Festival aguantó los tres días, sin mayores inconvenientes (un triunfo para la organización y para Páramo), y quienes vinieron desde otras latitudes (qué cantidad de acentos e idiomas que se escuchaban) sintieron y vieron con sus propios ojos que un mundo más abierto es posible. Poco importa si las rodillas están a punto de romperse o si los zapatos terminan en la basura porque no se salvaron del barro.

El mundo cupo en un solo lugar, en Colombia, y fue maravilloso vivirlo.

Los juegos pirotécnicos también fueron protagonistas. Foto Diana Rey Melo