Este artículo hace parte del cubrimiento especial de ARCADIA, en alianza con Cali Creativa, del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, organizado por la Alcaldía de Cali.
En el Petronio no todo es fiesta. Quienes asisten y se dejan llevar por la ola de energía de la multitud no siempre saben que los responsables del kilele, los músicos que participan de cada una de las cuatro categorías del Festival, deben someterse a demandantes jornadas de preparativos y recorrer largos caminos desde sus pueblos para llegar a Cali. Ese viaje, detrás del cual hay casi 12 meses de preparación, se resume en sus escasos 12 minutos sobre el escenario.
Hablamos con algunas de las bandas para los detalles de esos procesos de preparación (entre otros, la financiación del viaje a Cali) y el paso a paso de las intensas travesías que deben hacer para sonar en las tarimas de la Unidad Deportiva Alberto Galindo.
Desde el Atrato...
Las 13 horas de viaje en bus están marcadas por la preocupación por los constantes cambios de clima. La primera prenda que empacan los cantadores es un saco y una bufanda. Que no sea que el frío les afecte la voz.
Durante todo el año, las comunidades se preparan para el Petronio sabiendo que, para llegar a Cali, deben unir fuerzas para costear sus gastos: “Como a veces la inversión que hace el municipio se queda corta, nosotros realizamos distintas actividades para costear los uniformes y recolectar dinero para los gastos que se presenten durante el viaje”, explica Yonnier Yurgaky, director de Pichindé Chirimía, de Condoto (Chocó).
Bingos bailables, rifas, presentaciones, bodas y “vaqueadas” para sumar a la causa se realizan durante todo el año. Juan Carlos García, director de Zaperoko Chirimía, proveniente de Quibdó, asegura que todo es esfuerzo es necesario, “no sea que quedemos seleccionados y no tengamos cómo viajar”.
Docentes de música, educación física, arquitectos y hasta maestros de obra blanca son quienes conforman las agrupaciones. Son los encargados del sentir de un pueblo. Aquellos que no tienen un salario mensual estable trabajan el doble para proveer a sus familias durante sus días de ausencia.
“Venir al Petronio es el sueño de cada año. Es representar nuestra cultura con altura. Traemos mensajes de reflexión de acuerdo a nuestras vivencias enmarcadas por el periodo de la guerra. ¡Nosotros estamos aquí y esto nos identifica! Por esto, todo vale la pena”, concluye Yurgaky.
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Desde el Cauca…
Desde las tierras que bordean el imponente Cauca llegan agrupaciones como Son de Ararat. Carlos Ararat, director de esa agrupación de Santander de Quilichao, viajó poco más de una hora para llegar a Cali. Hay otros que deben hacerlo durante diez. Dos violines, un contrabajo, un redoblante, una tambora y cuatro voces llegan encaramados en bus para darle vida a los bundes, jugas y torbellinos que luego interpretan en tarima. Para costear el vestuario que utilizarán durante su presentación, cuenta Ararat, se realizan toques todo el año y entre un Petronio y otro ensayan dos veces a la semana durante tres horas.
Para los que vienen del sur del Cauca, el viaje es más largo. Nany Valencia, de Amanecer Guapireño, sabe bien que si su agrupación queda entre los seleccionados, deberá prepararse para viajar durante 12 horas en un barco que parte del muelle de Guapi, con destino a Buenaventura. “No es fácil. A veces la marea se pone brava y muchos se enferman”, asegura. “El barco sale llenito, pues además de los músicos, también viajan las matronas que buscan comercializar las bebidas y las comidas”.
Desde la cordillera…
Son las 11:00 de la noche y, desde el segundo piso de una casa ubicada en el barrio Junín, retumban una marimba y una batería. Son TimbiÁfrica, uno de los grupos de Cali que resultaron seleccionados en la modalidad libre. Aunque jueguen de locales, ellos demuestran que también se lucha.
TimbiÁfrica, como cada una de las agrupaciones, siente un amor desbordante por la música de su tierra. Clasificaron tras presentarse en los zonales teniendo tan solo dos semanas de ensayo. A partir de ahí, el ritmo de vida de todos cambió, ya no duermen igual y el dinero en sus billeteras parece no durar.
En un principio no contaban con un lugar fijo de ensayo, era necesario que pagaran distintos salones para hacerlo. A los días, Harold ‘Conga’ y Elcías Truque, los apadrinaron prestándoles un espacio.
Trabajan ocho horas diarias en sus empleos habituales y se reúnen casi todos los días. Saben bien que nada es excusa, que hay no razón alguna para dejar de luchar por la música que los conquistó desde niños.
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