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El Expreso del hielo

Manu Chao estuvo en Colombia una vez más, esta vez con presentaciones en Barranquilla, Leticia, Medellín y Bogotá. A la luz del libro Un tren de hielo y fuego, recordamos una de sus primeras visitas al país y su travesía por un territorio en guerra que esperaba un espectáculo que haría nevar en Aracataca y arder en Facatativá.

Maria Alejandra Peñuela
16 de marzo de 2015

El viaje del Expreso del hielo que transportaba a cantantes, cirqueros y tatuadores partió de Bogotá hacia Santa Marta el 15 de septiembre de 1993. Esperaban hacer el viaje hasta allí y arrancar sus presentaciones en la ciudad que tiene tren pero no tranvía. Entre historias de la política y la cultura colombiana y las anécdotas del viaje, Ramón Chao, padre de Manu Chao, nos lleva en un viaje lleno de arte e historias conmovedoras en su libro Un Tren de hielo y fuego.

La idea del Expreso del hielo surgió de la Asociación Francesa de Acción Artística en 1992 y se pretendía que el tren recorrería todo el país con un espectáculo itinerante en el que con cada parada se invitaría a los artistas locales a unirse y  presentar junto a La Mano Negra, los French Lovers y muchos otros artistas franceses su puesta en escena. Además de las presentaciones artísticas, el tren tenía un vagón que ardía en llamas y que cargaba un cubo de hielo de 10 toneladas; un cubo que llevaría a Aracataca.

El escultor Christian Mazat, quien siempre había tenido una fascinación por Cien años de soledad, decidió recrear el momento en el que Melquiades les da a conocer el hielo a los niños de Macondo: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Pero antes de llegar a la cuna del nobel cataquero, el Expreso debió pasar por Cienaga, la ciudad que contó la Masacre de las bananeras. Chao recuenta con detalle el día en que el General Cortés Vargas en complicidad con la United Fruit Company, abrió fuego en contra de los huelguistas hasta dejar un saldo “de cuarenta muertos, según la policía, y de cinco mil, según organizadores de la huelga”. Al dejar atrás la tragedia, los tripulantes del expreso llegaron a Aractaca, “la ciudad mundial de la literatura”. Es allí donde se cumplió el sueño de hacer realidad la fantasía. Ese día Aractaca conoció el hielo al interior de un gran vagón en llamas.

El relato de Chao sobre su estadía en Aracataca, más que hacer un recuento del espectáculo, presenta una cultura costeña que entre picardías, bullicios y vallenato ha logrado tapar una historia llena de violencia y dolor. Nos cuenta la historia de Pacho Rada, el Pontífice, que tras ser arrestado sacó su acordeón y cantó su historia. La canción se volvió tan famosa que el pueblo exigió que lo liberaran e incluso hizo que su perseguidor se tuviera que ir de la ciudad: “Es por eso que, desde entonces, ningún cantante del Magdalena es llevado a prisión con su instrumento, que es a la vez un salvoconducto y una llave de oro”.

Pronto, la tripulación del expreso se encontró en el pueblo de Gamarra con el titular del diario Vanguardia liberal, que rezaba, “El Capo a la tumba…¿y la mafia?”, un número especial sobre la muerte de Escobar. La muerte del Capo se veía, se oía y se leía en toda Colombia. Las noticias mostraban como las personas más humildes en Medellín lloraban su muerte y como un país se veía completamente dividido por la muerte de un hombre; para algunos un héroe y para otros un villano.

El tren de hielo y fuego no solo presenta la historia del cronista Ramón Chao, sino que por medio de cartas dirigidas a lo que ellos llaman La oficina de los Deseos Humanos, conocemos la realidad de muchos colombianos. La oficina de Deseos Humanos en Gamarra presentó los siguientes deseos:

“Mi mayor deseo, por favor, es que ustedes me regalen una enciclopedia.”

Ivon Julio Vega, 15 años.

“Pasear en un tren”

Ana González, 12 años.

El Expreso del Hielo llegó al final de su viaje con una gran incógnita: ¿se presentaría o no en Bogotá? El grupo Mano Negra, la principal banda de la travesía, se había separado a lo largo del viaje y llegó a Bogotá con un grupo incompleto. El viaje del Expreso terminó en Facatativá con un grupo de artistas cansados, enfermos y picados por los mosquitos pero con la satisfacción de haber logrado más de lo que esperaban.

Terminan los Deseos Humanos que aún retumba en Colombia:

“¿Mi deseo? Que se abra de nuevo el ferrocarril, que es el medio de locomoción más barato para la gente pobre, y que la paz reine en nuestro país.”

Carlos Campos, 21 años.