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CRÓNICA

Abuela madre

Una mujer de 62 años, casada hace 46, bailarina de cumbia y paso doble, y habitante hace 35 años de la Comuna uno de Medellín, es la madre de cinco nietos. La figura maternal de Susana Correa le dio vuelta al destino de dos hermanos adolescentes que no viven con ninguno de sus padres. Sus nombres han sido cambiados para proteger sus vidas.

María del Pilar Camargo, periodista de Semana.com
24 de agosto de 2010

Para llegar a la casa de Jefferson y Esteban Álzate, en uno de los barrios de la Comuna uno de Medellín, hay que subir más de 173 escalones. No hay vía para automóviles, motos o bicicletas, sólo habitantes recorren el camino estrecho, empantanado y sucio.
 
Cuando hay balacera los jóvenes 'gatilleros' bajan los escalones corriendo y sujetan con sus manos las pistolas. Los más de 173 escalones son testigos de los tiroteos entre combos delincuenciales juveniles, los embarazos no deseados de las mujeres más jóvenes y coquetas del barrio, y hasta de lo que alimenta y hace feliz a los ciudadanos de ese sector.

Después de llegar a la meta aparece Susana Correa, quien recibe a sus nietos hijos con una gaseosa fría. Ella vive hace 35 años en esa casa, arriba de los 173 escalones. Los hermanos Álzate tienen 14 y 15 años, y desean ser profesionales gracias a esa mujer.
 
Jefferson y Esteban vivieron con su madre unos meses y luego en casa de su padre un tiempo, pero ni la mujer que hoy tiene 38 años ni el hombre cuatro años mayor que ella, se responsabilizaron de sus roles. Ambos padres confiaron en que la mejor solución era entregar sus hijos a la abuela paterna. Padre y madre sólo se pusieron de acuerdo en el destino de sus hijos, hoy ellos no pueden verse ni hablarse.

Susana, una mujer de contextura gruesa, mirada nostálgica, sin una pizca de maquillaje y con una sonrisa amplia, está casada con un hombre que conoció a sus 13 años y que es seis años mayor que ella. Él saluda sin mirar a los ojos, es cacheticolorado, y tiene puesto un sombrero antioqueño con una pluma de color naranja.

"¡Ah! Es un hombre borracho. Molestón ahora. Yo le digo a ellos (Jefferson y Esteban) que no le pongan atención cuando llega así a la casa", confiesa Susana cuando se le pregunta por su aniversario número 46.

La abuela madre de los hermanos Álzate es bailarina de cumbia y pasodoble de un grupo de la tercera edad, el proyecto artístico es tan famoso en el barrio que fue el encargado de recibir en el sector a los invitados de los pasados IX Juegos Suramericanos.

Hace varias semanas Susana está incapacitada para bailar, tiene sus pies hinchados y se le dificultad caminar. Ella demora cerca de una hora si baja los 173 escalones.

Susana ha vivido en varios municipios antioqueños: Tapartó, Pueblo Rico, Turbo, Santa Isabel y Remedios. Tiene seis hijos, cinco hombres y una mujer. Todos viven en las casas contiguas a la suya. Es una vecindad familiar.

Hoy Susana vive con su marido y sus nietos hijos, Jefferson y Esteban.

Según Susana, los padres de los hermanos Álzate no se comprendieron bien y hace más de 10 años decidieron separarse y aceptar la propuesta de que la abuela paterna criara a los nietos mientras sus padres trabajaban.

Los hermanos estudian octavo y noveno grado en una institución educativa pública del sector donde se educan desde su preescolar. El que estudia más es el mayor: Jefferson, él se ganó una beca en uno de los institutos educativos del Centro de Medellín, allí aprende sobre programas informáticos, mantenimiento de sistemas tecnológicos e inglés. Esteban también terminó beneficiándose del premio. Ambos asisten a la clase los sábados al medio día.

En las mañanas los jóvenes se dedican a hacer tareas y destinos, es decir, regar las matas, barrer el andén, trapear y ayudar a mantener aseado su hogar. Asisten a clase en las tardes.

En casa de su abuela, Jefferson y Esteban sólo ven fútbol. Ver películas es el plan cuando están en la casa de su padre, quien está casado hace once años con una mujer amiga de su infancia y con quien tiene un hijo de nueve años.

Cada sábado su padre les da la "liga", una cuota semanal de cinco mil pesos para cada uno. Hace unos años, Susana no soportó la desobediencia de los hermanos Álzate y le pidió a su hijo que se hiciera cargo de su crianza. Jefferson y Esteban se fueron a vivir con su padre pero el cambio sólo duró dos meses.

"No queremos volver allá, no nos llevamos bien con la madrasta (…) Ella creía que nosotros teníamos que hacer todo", manifiesta Jefferson.

Luego, la madre, que toda su vida ha sido empleada doméstica, decidió arrendar una habitación en la Comuna uno para vivir con los dos adolescentes y su otra hija de once años; sin embargo, según Susana, las hermanas de la madre la sedujeron para que se retractara de su decisión. Jefferson y Esteban ven a su madre cada fin de semana. No quieren vivir en otro lugar que no sea al lado de su abuela.

El fenómeno de los padres ausentes y las abuelas madres se populariza en los sectores populares de la ciudad. Jefferson y Esteban admiten que muchos de sus amigos tienen madres solteras o abuelas responsables de su crianza.

Según ellos, este abandono propicia que los adolescentes ingresen a los combos delincuenciales donde encuentran mejor trato.
 
"Los papás no se comprenden, los dejan solos, las mamás los gritan (a los amigos) y les dicen groserías, entonces ellos se van porque nadie los comprende", explica Esteban.

La violencia propiciada por adolescentes ha llegado a los oídos y ojos de los hermanos Álzate.

"Un compañero se salió del colegio para estar en eso. Los hermanos son esos mariguaneros (sic) y esos manes que se mantienen armados. Ellos le daban pistolas para que las guardara. Yo lo veo por ahí pero no le hablo. Esos manes me dan susto, uno se pone a saludar y de pronto alguien cree que uno está con ellos y me hacen algo", declara Esteban, que aparenta tener más conocimiento de lo que pasa afuera de su casa que Jefferson.

Los hermanos Álzate dicen que nunca han hecho "favores" a quienes delinquen en el barrio. Saben quiénes son. Los han visto correr con armas en las manos y apuntando desde la montaña de su casa a la del barrio contiguo, en una violencia armada entre combos juveniles que venden droga a plena luz del día o en la noche; no importa la hora, importa el lugar.
 
"A ellos no les da pena fumar en la calle. Los hemos visto vendiendo. Un día, uno que es primo de un amigo, nos mostró un arma", expresa Esteban.

En el descenso de los más de 173 escalones hay gallinas que serán cocinadas y perros callejeros que son mascotas; música de reggaetón a todo volumen, dos mujeres embarazas de unos 15 y 16 años que hablan, y rastros de sangre en el andén.

Jefferson y Esteban recorren el sendero todos los días y varias veces, expuestos a comenzar una vida ilegal en cualquier momento; sólo una persona es la responsable de sus no. Se niegan a participar de la violencia y se resisten a la sexualidad irresponsable, al robo, y a los favores; esa persona es su abuela madre Susana Correa.