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Acto fallido

El intento del presidente del Congreso por resucitar el diálogo de paz con la guerrilla, acabó siendo el certificado de defunción del proceso.

6 de julio de 1992

CUANDO EL PRESIDENTE del Congreso, Carlos Espinosa Facio-Lince, viajó el sábado 23 de mayo a Tlaxcala, México, era casi el único colombiano que creía en las posibilidades de éxito de su gestión. De hecho, la incredulidad de algunos de sus colegas en el Senado había estado a punto de obligarlo a desistir, y fue necesario que la discusión de su propuesta de atender la invitación del vocero de la Coordinadora Guerrillera Alfonso Cano para viajar a México, se aplazara una semana, antes de conseguir los votos suficientes para obtenar el visto bueno de la plenaria de la Cámara alta.
Pero el optimismo de Espinosa pronto comenzó a erosionarse. No tanto durante la semana que permaneció en Tlaxcala, como al regreso, cuando se encontró con un Gobierno, un Congreso y una opinión escépticos frente a las propuestas de la guerrilla, transmitidas en un documento para el cual Espinosa sirvió de correo.
La primera reacción al documento provino del ministro de Gobierno, Humberto de la Calle, quien calificó su contenido de "propuesta decepcionante". Dicho enfoque hizo carrera pronto tanto en el Congreso -indignado por el secuestro en el Cesar del ex senador Alfonso Campo Soto- como en los medios de comunicación. Y era explicable: a más de los lugares comunes que se repiten desde hace años en este tipo de documentos de la Coordinadora, había algunas perlas que resultaron a todas luces inaceptables para Gobierno, Congreso y opinión.
En cuanto a los lugares comunes, la guerrilla volvía a insinuar que en Colombia no hay democracia y que en el país no habrá paz hasta tanto no haya justicia social. El argumento de la falta de democracia, que pudo haber alcanzado algún eco en el pasado, se ha vuelto un tanto absurdo después del proceso de la Asamblea Constituyente y de las consecuencias que ésta trajo, algunas de las cuales han llevado a ciertos sectores a considerar no sólo que hay democracia, sino que de pronto hay demasiada. Y en cuanto a la justicia social, se trata de un objetivo al que nadie se opone, pero por cuya ausencia nadie considera que se justifique la violencia.
El mayor rechazo lo despertaron frases como la que invita al país a acostumbrarse a "tejer la paz en medio del conflicto", en la cual el editorialista de El Tiempo para la edición del miércoles pasado, encontró el meollo de lo que calificó como "otra tomadura de pelo".
En algo que tampoco causó sorpresas, pero en cambio despertó un sabor a opciones definitivamente pasadas de moda por sus ensayos fallidos en años anteriores, la guerrilla habló de una "Gran Mesa Nacional", algo parecido al proceso en que el M-19 embarcó al país en 1984 y 1985.
Finalmente la Coordinadora planteó, como todo el mundo lo esperaba, abrir la opción de los diálogos regionales. En este punto al menos, la guerrilla puede no estar tan sola en su propuesta. La verdad es que, ya sea por los protagonismos que despierta, por los sentimientos anticentralistas de la inmensa mayoría de las regiones, o por la presión que la Coordinadora ejerce en ciertas zonas del país, a esta posibilidad no le faltan amigos en buena parte de los departamentos.
Consciente de ello, pero convencido también del desorden que implicaría esta federalización del proceso de paz, el Gobierno le madrugó al asunto y antes de que Espinosa Facio-Lince hubiera regresado al país, emitió una severa instructiva a los gobernadores, recordándoles que, en virtud de los artículos 296 y 303 de la Constitución, quien manda en materia de orden público es la administración central. El Gobierno se encargó también de que quedara claro que el funcionario que incumpliera estas reglas podría quedarse sin puesto.
En primera instancia, el Gobierno parece haber ganado esta batalla, pues no sólo hay ya gobernadores como el del Tolima que se le están corriendo a los diálogos regionales, sino que al finalizar la semana se tenía la impresión de que el episodio del viaje de Espinosa a Tlaxcala, tanto éste como la propia Coordinadora habían salido mal librados. Son muchos los indicios que apuntan a señalar que en el país hay hoy muy poco ambiente para insistir en el diálogo con la guerrilla, mientras no se vean en ésta claras muestras de que persigue algo más que distraer los objetivos del proceso. Y eso seguirá siendo así en la medida en que el Gobierno, aparentemente entusiasmado por los actuales logros en el campo militar, se mantenga en su actual postura. Y en la medida también en que el acto fallido de Espinosa sirva de ejemplo a otros tantos dirigentes que resultan atraídos por la posibilidad de meterse a redentores sin salir crucificados, cosa que cada vez parece más difícil. -