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Adiós a las armas

Sin contratiempos continúa el cronograma de desmovilización de 3.000 paramilitares este año. El viernes pasado Salvatore Mancuso entregó su arma.

12 de diciembre de 2004

La guerra provoca lágrimas. Así se vio el viernes de la semana pasada, cuando Salvatore Mancuso, figura más visible de las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, tuvo que interrumpir en tres ocasiones su discurso en el acto de desmovilización de él, como comandante máximo, y de 1.425 paramilitares del Bloque Catatumbo. En un improvisado atril en un descampado de una finca en Campo Dos, municipio de Tibú, y frente a su tropa, sollozó cuando dijo: "Ruego el perdón de cada madre y de aquellos cuyo dolor causamos".

Se refería al intenso dolor de las miles de mujeres que el ejército bajo su mando dejó viudas y sin hijos desde mayo de 1999, cuando llegaron a aterrorizar a esta región de 118.000 habitantes. El ingreso fue lento y despiadado. Durante casi dos meses fueron avanzando de caserío en caserío, y luego de torturar a sus víctimas, a quienes acusaban de ser guerrilleros, casi sin excepción civiles desarmados, y de asesinarlos individual o colectivamente, y de prenderles fuego a sus humildes viviendas y de obligar al éxodo a los sobrevivientes, lograron posesionarse para controlar un área donde las fuentes oficiales cifran en 12.000 las hectáreas sembradas de coca y un área geoestratégica del territorio.

Durante estos cinco años lo que ocurrió en el Catatumbo es escalofriante. Según estadísticas de la Policía, 5.200 personas fueron asesinadas en este lapso, la mayoría a manos de los paramilitares. La Fiscalía reportó 200 desaparecidos y halló en fosas comunes 300 cuerpos mutilados. La oficina de derechos humanos de la Vicepresidencia dice que las AUC causaron un desplazamiento del 40 por ciento de la población y en el ámbito nacional, Cúcuta, la capital más cercana al lugar, se convirtió en la segunda ciudad más violenta del país. "Asumo mi responsabilidad a partir de la jefatura ejercida, por lo que pude haber hecho mejor, por lo que pude haber hecho y no hice, errores seguramente, condiciones por mis limitaciones humanas y mi nula vocación para la guerra", explicó Mancuso en su discurso de este viernes en desarrollo de la avalancha de desmovilizaciones acordadas con el gobierno nacional para este año y que se espera terminen con la vuelta a la vida civil de 3.000 combatientes.

El acto, que se inició a las 11 de la mañana, y que mostró en toda su dimensión la fuerza que adquirió el paramilitarismo en el país, pues como lo vieron los colombianos a través de la televisión se trata de un numeroso ejército, poderosamente armado, tuvo también conmovedoras escenas protagonizadas en este caso por las madres y esposas de los combatientes. Así como la guerra se llevó a miles de víctimas, en su caso les robó la presencia de sus hijos. Es el caso de doña Paulina Espinosa, una humilde y anciana mujer que llegó al lugar, exhausta por la caminata que hizo durante varios kilómetros, para volver a encontrarse con su hijo Luis Javier, un muchacho que se había ido a las AUC pues fue el único trabajo que encontró. La mujer lloró cuando vio a su hijo entre ese mar de armas y uniformes verde oliva, después de dos años de ausencia. El muchacho estaba bien a pesar de tener varias heridas, aunque ya cicatrizadas.

El joven podrá regresar a su hogar, al contrario de Mancuso y de 100 paramilitares más acusados de delitos de lesa humanidad y que deberán concentrarse en Santa Fe de Ralito a la espera de que se defina un marco jurídico que les defina su suerte. Mancuso advirtió, eso sí, que no aceptará un Tribunal de la Verdad. "No tendría sentido o justificación histórica, ni ambientaría una paz duradera, el que se pretenda erigir un Tribunal de la Verdad para juzgar y condenar a uno de los actores del conflicto armado, mientras los demás no compartan el banquillo de los acusados y en cambio, funjan como jueces y parte, agazapados en la política, mientras postergan la aceptación de sus culpas y responsabilidades". Sus palabras fueron respaldadas por alias 'Camilo', el capitán retirado Armando Pérez, quien comandó hasta el viernes el temible Bloque Catatumbo, después de haber desertado del Ejército para sumarse a esta fuerza ilegal. "Hoy quiero declarar solemnemente mi pedido de perdón, al Ejército de Colombia, por haber abandonado sus filas", dijo.

Por su parte, el alto comisionado de paz, Luis Carlos Restrepo, alabó el gesto de estos hombres de decirles adiós a las armas e invitó a los demás grupos armados (en particular a las Farc y al ELN) a sumarse al diálogo sin más condiciones que "la declaratoria de un cese de hostilidades". Como en ocasiones anteriores, en la ceremonia estuvo el argentino Sergio Caramagna, jefe de la misión de la Organización de Estados Americanos (OEA) que verifica el proceso de paz, y quien dijo que ahora viene lo más difícil, "acompañar a estos muchachos en su reincorporación a la vida civil". Esto no es una tarea fácil. Basta citar el ejemplo del alto grado de analfabetismo existente entre la tropa. Entre los 150 hombres del Bloque Cundinamarca que se desmovilizaron también la semana pasada, bajo el mando de Luis Eduardo Cifuentes, alias 'El Águila', 60 por ciento no sabe leer ni escribir, según una encuesta realizada por la oficina del Alto Comisionado.

Para el próximo año debe desmontarse la totalidad del aparato militar de las AUC, según el acuerdo firmado con el gobierno, es decir, 17.000 hombres más. Sus características son similares. Menores de 30 años, escasa educación y una gran destreza para las artes de la guerra. El Estado y la sociedad en general deben acompañar este proceso. A pesar de las críticas y las preocupaciones que se han planteado a lo largo de este proceso (y que esta revista ha dejado en evidencia en varias ediciones), es una propuesta de paz y está claro que la guerra no sólo cuesta más sino que únicamente produce lágrimas.