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La marihuana para uso medicinal y adopción gay han estado en foco de la opinión pública en los últimos días. | Foto: Archivo SEMANA

DEBATE

De las adopciones, abortos y otros escándalos

¿Cuál es el problema con todas estás noticias que, aparentemente, nos están llevando al camino de la modernización?

Eduardo Ignacio Gómez Carrillo (*)
17 de noviembre de 2015

En las últimas semanas Colombia ha tenido escándalos mediáticos para dar y convidar. En el centro se encuentra la Corte Constitucional, y no precisamente por aquellos magistrados envueltos en problemas judiciales. Hablamos de las adopciones por parejas diversas sexualmente y del reconocimiento a una pareja homosexual de su paternidad compartida sobre un par de gemelos que nacieron en un procedimiento asistido. También, hace algunos años, la misma Corte avaló el aborto en tres casos específicos. También sale a la luz pública un borrador del decreto que permitiría plantar marihuana legalmente en el país, al mismo tiempo que el Fiscal General de la Nación plantea que el aborto pueda ser libre y voluntario hasta las 12 semanas de gestación.

¿Cuál es el problema con todas estás noticias que, aparentemente, nos están llevando al camino de la modernización? Para contestar esta pregunta debo referirme a algunas discusiones que hemos sostenido, con varios amigos, acerca del carácter conservador y tradicional de la sociedad colombiana. En ellas he esbozado una hipótesis que se puede resumir en lo siguiente: a pesar de que el sentido común esbozado por una gran cantidad de personas dice que el estado colombiano es el defensor de la tradicionalidad cultural, creo firmemente lo contrario; es la misma sociedad colombiana la que es conservadora y tradicionalista, mientras que el Estado, debido a su carácter democrático liberal, tiende a ser progresista.

Esta afirmación exige varias precisiones. La primera es que a pesar de las imperfecciones y de los cambios que ha sufrido la Constitución de 1991, sigue siendo una apuesta para la democratización y modernización de la sociedad colombiana, ya que sin este marco legal serían impensables los fallos y las discusiones en las que estamos enfrascados.

En segundo lugar, a pesar de afirmaciones que no se pueden desmentir, el campo político no es un lugar cohesionado, en donde todos los participantes del “establecimiento” o “régimen” estén de acuerdo siempre en todo. En realidad, debe verse como un lugar de luchas por el poder que privilegia discusiones acerca de todos los temas, y que como resultado han llevado a una apuesta por la modernización y alineación con políticas globales que ponen en el centro al individuo y sus derechos.

Finalmente, aunque podemos tener muchos otros, quisiera hacer notar las ordenes de las altas cortes para que se lleven a cabo concursos para el nombramiento de sus funcionarios, es muy distinto cuando el funcionario es nombrado a dedo por alguien, que cuando llega a su puesto mediante un procedimiento técnico, ya que para mantenerse en su puesto no debe estar de acuerdo con la política de su jefe, sino que debe defender los principios liberales esbozados en la Constitución y la ley.

En contraposición a estas características, que podríamos ampliar con otros muchos ejemplos; la sociedad nacional sigue presa de una gran cantidad de expectativas compartidas que tienden a la tradición, a la conservación de “valores” (entiéndase lo que se entienda por ellos), a la visión de que “todo tiempo pasado fue mejor” (incluso contra la evidencia histórica que refleja lo contrario), a la añoranza por un tiempo mítico idílico en el que “éramos mejores”.

Nuestra sociedad es mayoritariamente conservadora, los preceptos religiosos parecieran gobernar buena parte de nuestras opiniones acerca de temas como los arriba expresados, pero también acerca de temas como la escogencia de colegios para nuestros hijos. Pregúntese lo siguiente si tiene dudas: ¿escogería usted un colegio en el que entre y encuentre niños corriendo por todo lado, gritando como enloquecidos y en un aparente caos? En caso de que su respuesta haya sido no, en vez de averiguar cosas importantes como la pedagogía de enseñanza, entonces seguro que usted tiene interiorizada la idea conservadora de que una “casa de estudios” debe ser silenciosa, un lugar en donde se aprende fundamentalmente a “hacer caso”.

Las instituciones como la Corte Constitucional toman decisiones bajo el presupuesto de un ciudadano autónomo, mayor de edad diría Immanuel Kant, comprometido con el bien público y general porque está convencido de que esto es lo correcto. Frente a esto tenemos una sociedad que todavía piensa que las personas deben hacer caso, que debemos obligar a los otros a compartir nuestro prejuicios, una sociedad que está convencida de que los otros sólo pueden aprender a comportarse por las malas. El gran camino de la paz es lograr que ambas visiones tiendan a lugares comunes y compartidos, en donde elementos tradicionales que ayuden a la resolución pacifica de problemas y conflictos compartan su lugar, en la cabeza de todos los ciudadanos y funcionarios, con elementos progresistas de la carta política y de las tendencias más democráticas del mundo globalizado contemporáneo.

* Investigador de Corpovisionarios