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Jhon Barros | Foto: Jhon Barros

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Aleida y Silvio, los viejos que cantan por las calles de Filandia

Todos los fines de semana, esta pareja de esposos que lleva más de 30 años de casados, deleita con canciones populares a los visitantes de este municipio del departamento del Quindío

Jhon Barros
25 de septiembre de 2017

Filandia es un municipio en donde las manecillas del reloj parecen andar más lento, algo que se ve reflejado en la longevidad y vitalidad de sus habitantes de la tercera edad, quienes se apoderan de las esquinas, andenes y negocios para hacer más amena la visita de los turistas.

Con 139 años de fundado, las calles y casas del pueblo lucen intactas, sin cicatrices por el paso de los años, grietas por el abandono o soledad por el olvido.

Entre los callejones y pasadizos que recorren el lugar, existe una “calle del tiempo detenido”, ubicada entre el mirador y el parque central, que es el sitio preferido por los viejitos de Filandia para mostrar sus talentos culturales y musicales.

Esta calle, repleta de artesanías como canastos, bolsos y lámparas, es el lugar de trabajo de Aleida Duque y Silvio Ramírez, una pareja de filandeños de antaño que deleita a los transeúntes con canciones populares, carrileras, rancheras y música de cantina.

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“Nosotros somos los viejitos alegres de Filandia. Los fines de semana nos hacemos en alguna de las esquinas de esta calle para cantar y darles la bienvenida a los turistas”, dice Silvio, un hombre que no ha perdido su elegancia a pesar de los achaques de los años.

Aleida, con una guitarra  con una mariposa pintada, va vestida como toda una campesina colombiana: falda ancha negra, camisa con arandelas blancas y rosadas, una pava fucsia, alpargatas y dos trenzas postizas. Su cuello está invadido de collares y sus manos de pulseras.

Silvio, por su parte, parece todo un galán de telenovela de los 50: vestido de paño negro con corbata a rayas, sombrero aguadeño claro, pañuelo verde en el bolsillo y un bigote canoso pulido.

Llevan casados más de 30 años, tiempo en el que tuvieron seis hijos. “Llevamos juntos los años de la panela”, asegura la esposa, quien sacude dos maracas y contornea su falda cada vez que habla.

“Ya todos los hijos son mayores. Tres están casados y tres solteros. El menor trabaja lejos, cargando bultos en un camión. La casa donde vivimos, herencia de mis papás, es muy pequeña para tanta gente. Solo cabemos los dos y nuestras guitarras, recuerdos, alegrías y penas”.

Hace 10 años, cuando se fortaleció el turismo en Filandia, esta pareja de viejitos, que ya tiene 12 nietos, decidió tomarse las calles del pueblo para demostrar que el trabajo honrado no tiene fecha de caducidad.

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“Salimos a cantar a las calles los sábados, domingos y festivos. A veces en las mañanas o en las tardes, dependiendo de los achaques del día. Quiero convencer a Silvio para que trabajemos más horas, pero se está recuperando de una operación de una hernia”, cuenta Aleida mientras su esposo afina la guitarra.

La edad es algo que parece no preocuparles, ya que ambos aseguran haber encontrado la pócima para la eterna juventud.

El rostro de Aleida, dicharachero, conversador y alegre, no revela más de 60 años, mientras que el de Silvio, tierno y más prudente, pareciera contar con máximo 70, y eso exagerando.

“Yo tengo 64 años. Si tuviera menos sería toda una polla”, cuenta la mujer en medio de fuertes carcajadas. “Silvio tiene 82, y mírelo, está más guapo que nunca”.

Según la pareja de músicos, el secreto de su buen estado físico está en no aburrirse, cantar, mantenerse activos, agradecerle a Dios y sonreírle a la vida. “Si uno se aburre se arruga. Hay que estar activos, contentos, pero agradeciéndole y pidiéndole perdón a Dios nuestro señor”.

Aleida, que no se define como evangélica sino fiel devota, mira la canastica donde los turistas depositan billetes y monedas y reflexiona: “ya tengo algunas dolencias, nada grave, pero si maluqueras. Todos los días le pido perdón a Dios por los pecados y le agradezco por todo. Él, y el amor de Silvio, me dan las fuerzas para cantar”.

“Todos tenemos malestares diarios. Cansancio y otras cositas. Pero siempre tenemos el ánimo de trabajar, de comer y de salir a dialogar”.

Ya no se amargan con las rabietas del matrimonio. “No vivimos peleando, ni discutiendo. A veces ‘rabiamos’, pero nada trasciende. Nos damos felicidad y nos mantenemos activos, pensando siempre qué le vamos a ofrecer a las personas que vienen al pueblo”.

Otros viejitos ya les hacen competencia. A veces les quitan su esquina favorita, algo que tampoco altera su felicidad.

“No podemos ser egoístas. Todos somos hijos del mismo Dios y nos da hambre y tenemos necesidades. Cuando eso pasa, pues nos hacemos en otro lado”, afirma Aleida con la voz entrecortada y lágrimas a punto de brotar.

“Hay bastante turismo para que todos podamos trabajar. Nosotros ya somos internacionales, hemos mojado mucha prensa. Hasta nos nombraron personajes del pueblo, por nuestra música”, dice Silvio.

Entre semana, el par de viejitos a veces da serenatas de música vieja. Sus temas favoritos son los de Darío Gómez, y los acordes de las cantinas donde los despechados ahogan sus penas.

Al terminar cada charla, Silvio se sienta en uno de los dos butacos para sacar notas de su guitarra. Él, con su voz gruesa, es el que marca la parada para la canción, y Aleida lo sigue entre bailes y prosas por todo el andén.

De repente, se miran a los ojos y empiezan a dedicarse la carrilera de las Aves Cantoras “Amar es una pena”.

“Recuerdas amor mío que juramos amarnos, que nunca olvidaríamos lo que pasó en los dos. A nadie tu le cuentes la historia que pasamos, a nadie tu le cuentes el amor de los dos”.

Antes de despedirse, Aleida suelta una promesa: “cuando me arreglen bien la casita, si Dios lo permite, lo invito a tomar un cafecito. Regrese pronto mijo, que acá siempre será bienvenido”.