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Ernesto Samper

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Allá está y allá se queda

Se entiende por qué Samper aceptó la Embajada. Pero ¿cómo se explica el costo que asumió Uribe?

8 de julio de 2006

El presidente Uribe es un hombre siempre dispuesto a darse duras pelas para sacar adelante sus convicciones, sin buscar el aplauso del público. Justo en momentos en que la última encuesta Invamer aparecía con un histórico 79 por ciento de favorabilidad para el Presidente, tomó dos decisiones que sacudieron a la opinión pública y cayeron muy mal. Anunció una impopular reforma tributaria y le ofreció la embajada en Francia al ex presidente Ernesto Samper. Este último, que se había trasladado a París para un sabático de algunos meses, acabará permaneciendo allí varios años, de conceder el gobierno francés el beneplácito.

El ofrecimiento a Samper resultó más costoso que el fantasma del IVA para la canasta familiar. Al conocerse la noticia, el viernes, las emisoras radiales y otros medios electrónicos se atascaron con centenares de mensajes de indignación.

Uribe había decidido esta controvertida jugada desde antes de las elecciones y de alguna manera era lógica después de haber enviado a Andrés Pastrana a Washington. El Presidente ha sido un experto en neutralizar personajes como sus dos inmediatos antecesores en los terrenos de la diplomacia, para no padecerlos en el escenario de la política interna. El nombramiento de Pastrana, además, no había generado demasiada reacción crítica a pesar de que en las encuestas tiene una imagen más negativa que la de Samper.

Todo indica que esta vez no calibró bien la situación. El rechazo fue tal, que el nombramiento sólo es comparable con el perdón que le concedió el presidente de Estados Unidos, Gerald Ford, a Richard Nixon después de su renuncia en medio del escándalo de Watergate en 1974. Un gesto de lealtad para asegurar la paz política, pero a la vez desafiante e incomprensible para el ciudadano común. El nombramiento sacó a flote que en el país aún existe una animadversión contra Samper que muchos consideraban superada o, al menos, menguada.

El nombramiento, a pesar de su costo, tiene varias explicaciones. Samper se ha dedicado en los últimos años a promover el intercambio humanitario, una meta difícil de alcanzar que se ha convertido en una piedra en el zapato para Uribe por el apoyo que despierta entre la opinión pública, ex presidentes, y la comunidad internacional. Entre esta última figura en primer lugar Francia, por la sensibilidad que despierta Íngrid Betancourt. La presencia de Samper en Los Inválidos, la bella plaza de París donde queda la embajada de Colombia, significa a la vez neutralizar sus persistentes gestiones con los familiares de las víctimas y satisfacer al gobierno francés con un interlocutor que habla el mismo idioma sobre el único tema que hoy importa en las relaciones bilaterales.

Por otra parte, a diferencia de Estados Unidos, Francia siempre le ha visto un lado bueno a Samper. En su gobierno Colombia aceptó la oficina de derechos humanos de la ONU, muy apreciada en Europa, y vinculó a los satélites franceses en la supervisión de los cultivos de hoja de coca para hacerle contrapeso a la información de los satélites de la CIA estadounidense.

En el ajedrez de la política interna Uribe también saca provecho. Después de las elecciones se ha notado una tensión entre el uribismo y el Partido Liberal por los intentos de cada uno de sonsacarle seguidores al otro. César Gaviria ha tenido que emplearse a fondo para evitar que algunos de sus parlamentarios se desplacen en busca de las mieles victoriosas del poder. Y el senador Germán Vargas, líder de Cambio Radical, ha hecho guiños que indican que no descartaría una alianza con el liberalismo, así sea en un futuro. En ese juego, meter en el gobierno a un ex presidente como Samper, con buena acogida en la clase política liberal, es un gol de Uribe. De paso, Samper queda en el campo de un ex aliado como Uribe y en oposición a Gaviria, con quien nunca se ha sentido cómodo para compartir el mismo escenario.

La historia de las relaciones entre Álvaro Uribe y Ernesto Samper se remonta a 1990. Este último, jefe del movimiento 'Poder Popular', tuvo una guardia pretoriana que denominaba 'Los 12 apóstoles', en la cual figuraba Uribe junto con Horacio Serpa, Carlos Julio Gaitán, Mario Uribe, Jorge Cristo y Aurelio Iragorri, entre otros. En la consulta popular de ese año, contra César Gaviria y Hernando Durán, Uribe llevó a Samper, entonces un cachaco totalmente desconocido en Antioquia, a los municipios paisas donde tenía presencia su propia organización política, el 'Sector Democrático'. Durante el cuatrienio samperista hubo una excelente relación entre el Presidente y Uribe, elegido gobernador de Antioquia, quien recibió todo el apoyo del gobierno nacional para conformar las famosas 'Convivir'.

Una vez Uribe llegó a la Presidencia, las relaciones entraron en una nueva etapa. Los años de luna de miel quedaron atrás, para entrar en una curiosa montaña rusa de amor y odio. Uribe sorprendió a todo el mundo el día siguiente de su primera victoria electoral al visitar en su casa a Ernesto Samper cuando el fantasma del proceso 8.000 todavía le respiraba en la nuca. Un gesto generoso en lo personal y audaz en los político, que a los pocos días contrarrestó con el nombramiento, como ministro del Interior, de Fernando Londoño Hoyos, que había sido el más feroz acusador durante el proceso 8.000.

En los últimos cuatro años, después de ese desaire hubo otros incidentes. Algunas actitudes de Samper enfurecieron al presidente Uribe. En particular, la oposición a la reelección (llegó a enviar una carta pública en compañía de Alfonso López Michelsen y Julio César Turbay pidiendo que se postergara la figura para 2010) y su irrestricto apoyo al intercambio humanitario. En más de una ocasión, el primer mandatario hizo declaraciones públicas sobre la inconveniencia de "volver al pasado", en clara alusión a sus antecesores, peleas en las que siempre resultó ganador ante la opinión pública.

El último distanciamiento se produjo a raíz del nombramiento de Andrés Pastrana como embajador en Washington. Samper se indignó y se suspendieron sus contactos con el Presidente por varios meses. Sin embargo, en medio de cada una de las crisis ha habido también hechos que los vuelven a acercar: la mediación de amigos comunes como José Guerra de la Espriella y Carlos Julio Gaitán, las reuniones de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores a las que asisten por derecho propio los ex presidentes, y el giro que tuvo Uribe en la época de la campaña electoral a favor del intercambio humanitario. Pero vendrían mejores momentos.

Samper se movió con astucia durante el debate electoral. Su relación con Horacio Serpa se deterioraba día a día, pero en su calidad de ex presidente liberal no podía dejar de apoyar al candidato oficial del partido. Optó por una tímida adhesión a Serpa, pero a la vez envió a algunos de sus colaboradores políticos más cercanos a las listas de los partidos uribistas. Y se marginó en un receso estratégico y premonitorio en París, que le permitió pasar de agache en los polarizantes momentos del debate.

Todos estos hechos condujeron al ofrecimiento que Uribe le hizo a Samper apenas pasaron las elecciones. Para sorpresa del Presidente, Samper sorprendió a su interlocutor al solicitarle unos días para pensarlo. Seguramente quiso evaluar la reacción negativa que se produciría con la noticia. Y luego de varios intentos para comunicarse con quien ahora será su jefe, que se encontraba en vacaciones, para darle el 'sí', todo se consumó el martes en una conversación telefónica.

¿Por qué sucedió?

La verdadera explicación del nombramiento tiene que ver con dos rasgos de la personalidad y la experiencia de cada uno de los dos protagonistas: el carácter fuerte de Uribe y la obsesión de Samper por su reivindicación histórica. El Presidente, que según su propia esposa es "un personaje muy extraño", asume algunas veces posiciones políticas audaces y hasta desafiantes. Actúa más por lealtades personales que por consideraciones estratégicas. La lista de estos ejemplos es larga.

El presidente Uribe es un buen amigo. Y se juega por quienes considera personas íntegras pero afectadas en su honra por lo que para él es una injusta satanización de la opinión pública. Considera que en ese mundo con nexos entre narcos y políticos, con frecuencia hay muchas exageraciones y que acaban pagando injustamente parientes y personas inocentes.

Esta posición es resultado de su propia experiencia. A él lo han cuestionado a lo largo de toda su carrera pública. Desde cuando fue Alcalde, pasando por la dirección de la Aeronáutica y la gobernación de Antioquia, ha padecido este karma. A él y a su familia les han hecho cargos de supuestas relaciones con los narcos y, últimamente, con los paramilitares. Cree que en Colombia es fácil ser inocente y estigmatizado al mismo tiempo.

El Presidente ha vivido eso, porque le ha tocado hacer política en Antioquia, en los años en que Pablo Escobar y Carlos Castaño eran factores políticos determinantes en esa región. Y ahora en la Presidencia le ha tocado algo parecido por tratar de sacar adelante el proceso de paz con las AUC. Hace apenas unas pocas semanas The Guardian, de Londres, tuvo que rectificar una noticia que había publicado en el sentido de que el hoy fallecido padre de Uribe había sido solicitado en extradición por Estados Unidos. Todas estas circunstancias han hecho que sus actitudes sean el fruto de su propia experiencia. De ahí su lealtad hacia personas que él considera injustamente macartizadas.

La lista es larga. En esta categoría estarían no sólo Samper, sino personajes como Rito Alejo del Río. En 1999 fue el oferente de un 'banquete de desagravio' para este general, en el salón rojo del Hotel Tequendama. Cuestionado por Estados Unidos y dado de baja por el presidente Pastrana, había sido la mano derecha de Uribe en la Gobernación de Antioquia como comandante de la IV Brigada. Allí estuvo Uribe, respaldando a un oficial que consideraba íntegro y que había caído en desgracia. Este sentimiento de solidaridad pesó más en él que la amenaza de convertirse en el blanco de todas las organizaciones de derechos humanos, ONG y de la comunidad internacional.

Ha mostrado esa misma solidaridad en casos como el de José Obdulio Gaviria. Su parentesco con Pablo Escobar y los antecedentes judiciales de sus hermanos le habrían podido cerrar las puertas con un gobernante menos comprensivo. Hoy día es el consejero más cercano del Presidente. También acaba de nombrar como ministra de Comunicaciones a María del Rosario Guerra de la Espriella. El hecho de ser hermana del ex senador José Guerra, condenado en el proceso 8.000, no fue un argumento para frenar la designación de esta mujer reconocida como una profesional muy competente.

Tal vez prueba más elocuente de su personalidad -y de su imprudencia, para muchos- fue su actitud ante la tormenta de indignación que causó el caso de Carlos Náder. No vaciló en reconocer su amistad con él y hasta le dedicó una frase amable: "Es una persona simpática y divertida", afirmó en una entrevista.

¿Y Samper, por qué?

Así como hay razones por las que Uribe hizo el ofrecimiento, también las hay por las cuales Samper lo aceptó. Desde el momento mismo en que dejó la Presidencia, sólo ha tenido una obsesión: buscar su reivindicación. Y ha estado consiguiéndola. En el ámbito social, hoy es comensal permanente en los clubes de Bogotá cuyas juntas directivas hace 10 años habrían considerado la posibilidad de negarle la entrada. Ahora es común ver al ex presidente en las páginas sociales, departiendo con algunos de sus peores enemigos del proceso 8.000. No es raro encontrar a 'conspiradores' contra su cuatrienio hablando sobre el excelente sentido del humor, la inteligencia y la calidez humana del ex presidente. Ha logrado hasta volverse muy cercano en París a Astrid Betancourt, la hermana de Íngrid, quien hasta antes de que Samper asumiera la bandera del intercambio humanitario, lo odiaba con pasión por el proceso 8.000. En términos sociales, Samper hoy es todo menos un paria.

El reencauche del ex presidente también ha tenido una dimensión internacional. Aunque no ha logrado arreglar su visa de Estados Unidos (ni siquiera con una incipiente gestión del gobierno Uribe en sus comienzos), se ha vinculado a numerosas actividades académicas y políticas. Es el representante del foro de Biarritz, un espacio de reflexión y comunicación entre los pueblos promovido por la Alcaldía de ese balneario francés. Allí se ha codeado con ex presidentes de muchos países y grandes personalidades en torno a reflexiones sobre los grandes asuntos internacionales.

La resurrección de Samper es evidente en lo social y, con la excepción de Estados Unidos, significativa en lo internacional. Sin embargo, ese viraje no se ha producido con la misma claridad en amplios sectores de la opinión pública colombiana. Su imagen sigue produciendo una profunda polarización.

Ahora la bola está en el campo del gobierno francés, que tiene que concederle o negarle el beneplácito, según el protocolo de la diplomacia. Es de presumir que el gobierno de Jacques Chirac, que siempre ha mostrado independencia frente a lo que considera la doble moral de Estados Unidos, responderá afirmativamente. De por sí, los beneplácitos son procedimientos formales relativamente automáticos que se otorgan en un 99 por ciento de los casos.

Falta ver si ahora Samper sabrá utilizar el escenario de la diplomacia para mejorar su imagen en el país y culminar así su anhelada reivindicación histórica. También está por verse si el impenetrable teflón que ha protegido al presidente Uribe del desgaste se debilita con la avalancha de críticas que ha despertado este episodio. Por el momento, la decisión sobre la Embajada en París es mucho más rentable para Samper que para Uribe.