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Almuezo en La Margarita

Fabio Ochoa se trasteó a la capital con sus caballos y una nueva familia. El restaurante que abrió se ha convertido en la curiosidad turística de los bogotanos.

18 de octubre de 1993

LA PRIMERA IMPRESION ES la de un escenario de película del Oeste: hay vaqueros, hay construcciones rudimentarias de madera, hay corrales y, sobre todo, hay muchos caballos. En medio de este ambiente aparece el restaurante. Se trata de un galpón monumental que sorprende por su austeridad. Un corredor adoquinado, que va de un extremo a otro, divide al establecimiento en dos. Esta es la pista por donde desfilan los caballos. A cada lado hay una hilera de mesas, también de un extremo al otro donde se sientan los comensales. Y en el fondo, al descubierto, se ve una enorme cocina donde laboran de pie 30 mujeres uniformadas con delantales rojos y blancos.
La decoración está desprovista de cualquier pretensión. Son sólo fotos, la gran mayoría de caballos de paso. Nombres como "Resorte IV", "Bochica", "Contra-punto", "Sucesor", están debajo de retratos de imponentes ejemplares que impresionan por su belleza, aun a quienes no son especialistas en el tema. Intercaladas con ellas aparecen fotografías de los miembros de la familia Ochoa. Algunas de la vieja generación son en blanco y negro, y están amarillentas. Las contemporáneas son a color y más sofisticadas. Cuatro generaciones del clan figuran en esas paredes.
Pero en cuestión de fotos, el sitio de honor en La Margarita del Ocho, no lo tiene un caballo ni un Ochoa. Lo tiene el padre Rafael García Herreros. Un excelente retrato, tamaño afiche y a todo color, cuelga en todo el centro del muro principal. El sacerdote aparece elegante y sonriente, como en sus mejores épocas. Arriba de esta foto aparece una más pequeña de Alberto Uribe Sierra, el fallecido caballista antioqueño, considerado una de las "biblias" en la materia.
Como en toda fonda antioqueña que se respete, la música no puede faltar. A la entrada, en la esquina de la izquierda, hay un podio donde un conjunto musical, que oscila entre dos y cuatro integrantes, no para de tocar. Los instrumentos son guitarra eléctrica y órgano, y las canciones alternan entre tangos, boleros y música de carrilera.
La primera gran sorpresa es ver que en una de las mesas del fondo está invariablemente sentado el dueño del establecimiento: Fabio Ochoa Restrepo. La inconfundible y poco esbelta figura del patriarca de la controvertida familia Ochoa inmediatamente llama la atención. Vestido generalmente con una simple ruana, sombrero y con zapatillas campesinas sin medias, todas las miradas se clavan sobre él. Para ahuyentar curiosos, detrás suyo cuelga un aviso de papel forrado en plástico que dice: "Salude, pero no dé la mano". En su mesa hay mucho movimiento. Varios teléfonos lo rodean. Entre dos y tres personas están iempre sentadas a su lado, y mientras naneja todos los hilos del restaurante se dedica simultáneamente a sus negocios de caballos. En Bogotá tiene 1.200 y todos están ubicados en fincas alquiladas en zonas aledañas al restaurante. En estas le construyó viviendas a los 180 trabajadores que se trajo de Medellín para atender a los caballos y a los clientes.
Mil doscientos caballos y 180 empleados sacados de Medellín y traídos al tercer puente de la autopista norte de Bogotá es algo digno de Hollywood. Alrededor de La Margarita del Ocho todo suena, todo huele y todo sabe a paisa. Es como si hubieran transplantado un pedazo de Medellín a la capital. Y el epicentro es una fonda rústica y sin ningún lujo. El maitre se llama Lázaro y es simultáneamente el cantate del conjunto musical. Cuando no está en el micrófono, está recomendádoles platos a los clientes. La comida como es de esperarse, es exclusivamente antioqueña: fríjoles con garra, bandeja paisa con chicharrón, mondongo, arepas con chorizo y, obviamente, mucho aguardiente.
"ATREVIDO" ES EL REY
Pero la gente que va a La Margarita del Ocho no va por la comida. Va por los caballos. A partir de la una de la tarde éstos comienzan a desfilar con su estampa erguida y su paso perfecto por la pista. Los chalanes son hombres jóvenes que visten zamarros y sombrero. Como el cuerpo de un buen jinete de un caballo de paso fino no registra el menor movimiento, los "muchachos" parecen momias que podrían tener un vaso de agua en la cabeza sin que se les cayera. Sus expresiones son adustas y dejan la impresión de que han visto mucha cosa en la vida.
En medio de este espectáculo Fabio Ochoa le da órdenes de lejos a Lázaro, quien las capta al vuelo e interpreta por el micrófono. Súbitamente se oye por los parlantes: "¡Que suelten las yeguas negras!". Cuando algún cliente pregunta qué significa eso, le contestan que don Fabio está haciendo un negocio de 450 millones de pesos y el cliente quiere ver las yeguas negras. A partir de entonces, y durante media hora, el desfile de caballos tiene un solo color y un solo sexo.
Cuando llega la hora del postre, la música para durante unos segundos y se reanuda con los acordes del "Happy Birthday". En ese momento algunos de los empleados sueltan unos globos de colores que alegran el ambiente y el conjunto comienza a cantar en español "que los cumplas feliz...". La gente se voltea tratanto de ubicar al homenajeado, pero las miradas se entrecruzan y no lo encuentran. Alguien le pregunta a Lázaro de quién es el cumpleaños. Y él contesta: "De 'Atrevido'. Hoy cumple cinco años". En ese instante arranca en la pista un impresionante caballo negro, de una rara belleza y mirada nerviosa, cuyo paso parece haber sido inventado para bailar al ritmo del "Happy Birthday ". Los comensales, sorprendidos, empiezan a aplaudir. Inmediatamente Lázaro da la explicación del festejo: "'Atrevido' es el mejor caballo que don Fabio se trajo para Bogotá y vale 1.400 millones de pesos". Un cliente escéptico, con cara de economista de tierra fría, pregunta sobre el criterio para ese avalúo. La respuesta es contundente: "La semana pasada le ofrecieron a don Fabio 1.200 millones y no lo vendió.. En el mundo de los caballos todos saben siempre cuál fue la última oferta". Ante esta lógica paisa, irrefutable, nadie pide más explicaciones.
La gran pregunta es: si "Atrevido" vale 1.400 millones de pesos, ¿cuánto cuestan los 1.200 caballos que trajo Fabio Ochoa a Bogotá? "Tampoco hay que exagerar ", afirma Lázaro, y agrega que caballos de más de mil millones no hay más que uno o dos. "Ambar" se puede aproximar a esa cifra, y "Capellán", el que le sigue, está más cerca de los 500 que de los mil. El resto está en otra dimensión. En todo caso Lázaro puntualiza que el más barato vale 20 millones.
UN PITE DE TRES AÑOS
A todos estas, sin embargo, el espectáculo apenas comienza. Los meseros comienzan a informarle a la clientela que ahora viene lo bueno, pues va a montar Daniela, la hija menor de Fabio Ochoa, que tiene tres años. La pista se despeja y aparece un pite montado en un caballo de nombre "Pomposo". En las ancas del animal, detrás de la niña, hay una perrita poodle de nombre "Perla". Es la mascota de la pequeña, que no se separa de ella ni para montar a caballo. Daniela tiene tres años pero parece de dos. La clientela, impresionada, aplaude por la destreza de la criatura como amazona. Prácticamente con dos dedos de sus diminutas manos, y sin ejercer fuerza alguna, maneja el caballo a su antojo. Desde la mesa, su padre contempla con orgullo incontrolable a su retoño. Le hace una seña discreta que ella registra. El caballo se detiene. Los meseros anuncian: "Daniela va a echar reversa". Dicho y hecho. La niña hala suavemente las riendas, y con sus pies, que apenas llegan a los estribos, talonea al caballo. "Pomposo" comienza a andar de para atrás al son de la música. La multitud se pone de pie y el aguardiente sigue llegando.
Falta todavía el final. Lázaro anuncia que la despedida de Daniela es una carrera de un lado al otro de la pista galopando a toda velocidad. La niña aprieta un poco más la riendas, coge la fusta que estaba pegada a la silla y le da un fuetazo al caballo. "Pomposo" arranca como si se hubiera desbocado y, mientras la niña se despide sonriendo, la perrita poodle, detrás de ella, se agarra de lo que puede con mirada de terror. Ante el entusiasmo de la gente, y para rematar el show, Daniela reaparece pocos momentos después para dar la vuelta de la despedida en "Atrevido"
UNA HISTORIA DE AMOR
En el fondo, Daniela es la razón por la cual La Margarita del Ocho se trasladó a Bogotá. Fabio Ochoa había estado casado durante más de 40 años con doña Margoth Vásquez, con quien tuvo ocho hijos, tres de los cuales están en la cárcel acusados de narcotráfico. Era un matrimonio tradicional, a la antigua, en el cual la madre era una santa con valores muy estrictos que ejercía una especie de matriarcado. El viejo, por su parte, era algo coqueto, pero cumplía con sus deberes y aportaba el sustento. Así funcionaron las cosas durante cuatro décadas. Pero hace ocho años la situación se complicó. Fabio Ochoa se enamoró de una hermosa colaboradora de nombre Silvia, que rayaba en los 20 años. De esa unión nació una niña a quien se bautizó con el nombre de Julieta y que hoy tiene siete años. El matrimonio estuvo a punto de terminarse, pero doña Margoth, en aras de preservar la unión familiar, finalmente lo perdonó, con la condición de que fuera la última vez. La situación pareció estabilizarse durante un tiempo.
Sin embargo, Ochoa no pudo olvidarse ni alejarse de Silvia.
Todo esto salió a flote hace tres años cuando nació Daniela, la hermana de Julieta. La paciencia de la madre no aguantó más y hasta sus hijos se solidarizaron con ella. El asunto fue tratado en una cumbre en la cárcel de Itaguí y quedó formalizada la separación.
Con todos los protagonistas en Medellín, las fricciones continuaron. Hace cerca de un año, las presiones conyugales y familiares se la pudieron a este veterano de la vida que a sus casi 70 años había sorteado con éxito todas las crisis posibles.
Fue entonces cuando decidió cortar todo de un tajo, y hacer borrón y cuenta nueva. Así, un día cualquiera cogió a su nueva mujer, a las dos niñas, a sus 1.200 caballos y a sus 180 empleados, y arrancó rumbo a la capital para empezar una nueva vida.