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¿Aló, alcalde?

Esta semana se inaugura oficialmente la remodelación de la carrera 15 en Bogotá. Los ciudadanos están cada vez más contentos con las obras, pero no con el Alcalde.

27 de diciembre de 1999

Eran las siete de la noche del pasado 18 de noviembre. Mientras los empleados de la empresa mexicana Ingenieros Civiles Asociados (ICA) retiraban las canecas que obstruían el paso y movían su maquinaria de la carrera 15 entre calles 95 y 100 se presentó una especie de manifestación pública. Pero esta vez no se trataba de una de las tantas protestas que se ven con frecuencia en la capital. Por el contrario, eran los comerciantes de la carrera 15, que salieron a las calles a aplaudir y agradecer a los empleados y técnicos de la empresa, dándoles la despedida. No hubo fotógrafos. Tampoco se habló de ello en los periódicos. Pero quedó en el ambiente algo que hoy sienten todos los bogotanos: que la carrera 15 volvió a nacer.

Sin embargo lo que hoy se respira es muy distinto al ambiente que rodeó su construcción. Las dificultades fueron muchísimas. A pesar de que fue hecha en tiempo récord, la obra de la 15 ha sido una de las más polémicas que recuerde no sólo la ciudad sino el país entero. ICA tuvo que hacer intervención tipo 4, que en lenguaje común equivale a reconstruir la vía por completo. Las estructuras subterráneas nunca se hicieron en el pasado, los contratistas anteriores sólo habían puesto una capa de pavimento encima, como en todo el resto de la ciudad. Tuvieron que hacer zanjas de cuatro metros de profundidad y rellenar con concreto. Y los problemas no terminaban ahí. Se encontraron obstáculos, como un cable de alta tensión en la calle 85 a tan sólo 20 centímetros de profundidad, cuando debería estar a metro y medio. Hasta el último día los ingenieros de ICA esperaron a que Codensa arreglara el problema, pero nunca llegaron. A pesar de los 13.000 voltios que circulan por allí tuvieron que poner una simple capa de concreto encima. Lo mismo sucedió con el cableado de la Empresa de Teléfonos y del Acueducto. La empresa terminó incluso haciendo arqueología urbana: se encontraron en la 94 un antiguo colector de aguas lluvias construido en ladrillo que no figuraba en los mapas.

Aún así, el mayor obstáculo para la reconstrucción de los andenes, los estacionamientos, la arborización y la pavimentación de la carrera 15 no fueron los problemas técnicos. Fue la opinión pública. Desde un comienzo se opusieron a la obra editorialistas de periódicos, comerciantes de la zona, comentaristas radiales, contratistas derrotados en las licitaciones y políticos pescando en río revuelto. Una andanada de críticas en las que se montó la opinión pública en general, y que hicieron de la obra el gran monumento a lo que los capitalinos consideraban la mala gestión del alcalde Enrique Peñalosa. Y por supuesto, las consecuencias para la construcción misma no fueron pocas. Los ciudadanos envenenaron los árboles, se derribaron las canecas y vallas, se agredió a los obreros de la obra. Pero, sobre todo, todo el mundo alimentó un profundo resentimiento hacia la figura de Peñalosa que por poco le cuesta hasta el puesto.

Hasta ahí no parece haber nada que se salga de lo común. Lo curioso del episodio es que, una vez terminada la obra, la gente parece estar feliz con la 15. Pero no con el Alcalde. Y esa situación no se limita únicamente a esa obra. En todos los campos parece estar pasando lo mismo. Una encuesta reciente muestra, por ejemplo, que prácticamente nadie en la ciudad considera que el Alcalde esté haciendo algo por los más pobres. Sin embargo un 70 por ciento del presupuesto del Distrito se está invirtiendo en obras para los estratos uno y dos, dentro de las cuales se destaca el proyecto de desmarginalización, que consiste en llevar acueducto, alcantarillado y pavimentación a los barrios del sur de la ciudad que nunca han contado con esos servicios. Se acaba de inaugurar el parque El Tunal, que es un sitio de recreación similar al Simón Bolívar pero en el sur de la ciudad. Y a pesar de ello las encuestas en esa zona son las que más castigan la figura de Peñalosa.

Con la arborización de la ciudad pasa algo parecido. El gobierno distrital se ha embarcado en el programa de siembra más ambicioso de la historia de Bogotá al plantar 30.000 nuevos árboles, en su mayoría nativos. Simultáneamente, sin embargo, se han talado y sustituido 1.470 árboles no nativos enfermos, y ello le ha costado al Alcalde la imagen de enemigo de ellos y del medio ambiente. Y ni hablar del espacio público. Aunque todo el mundo quiere a los carros fuera de los andenes los bolardos se han convertido en el gran símbolo antiPeñalosa, a tal punto que la gente los vandaliza y destruye en unas proporciones increíbles.

¿A qué responde todo esto? A que Enrique Peñalosa tiene un serio problema de personalidad como gobernante. Como buen técnico, pasa horas diseñando parques y trabajando hombro a hombro con su equipo y se ha olvidado de hablar con la gente y contar lo que pensaba hacer en un comienzo y lo que está logrando hoy en día. Con un agravante: por culpa de su imagen no ha podido ejecutar todo lo que pensaba realizar, debido a la férrea oposición que tiene su mandato. La opinión que de él tiene la gente no solamente le ha salido cara a él, sino también a la ciudad.