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Después de las drogas y las armas el tráfico de animales en peligro de extinción se ha convertido en uno de los problemas más serios del país.

8 de diciembre de 2003

Para pocos es una novedad afirmar que Colombia es uno de los principales protagonistas de dos de los negocios ilícitos más lucrativos del mundo: el tráfico de drogas y armas. Sin embargo el país también es un importantes actor de otra macabra y muy lucrativa actividad ilegal que ha pasado inadvertida: el tráfico de animales.

Al igual que con las redes de coca y armas, quienes se dedican a esta actividad conforman verdaderos carteles con una estructura y modus operandi similar al de los narcotraficantes. Las ganancias de esta actividad tienen poco que envidiarle al tráfico de armamento y narcóticos. Según la Interpol el tráfico internacional de animales puede incluso llegar a disputar el segundo lugar del comercio ilegal, luego del narcotráfico y por encima del mercado negro de armas. La policía internacional estimó que en 2002 el mercado negro de animales movió 20.000 millones de dólares anuales, 5.000 millones menos que el de las drogas y 2.000 más que el de armas.

Como ocurre con las drogas y las armas el país tiene una participación importante. Después de Brasil, Colombia está considerado como la nación con mayor participación en el tráfico de animales. La Fiscalía colombiana estima que en lo corrido de 2003 cerca de 700.000 animales silvestres han sido comercializados. Las ganancias están fuera de toda discusión.

Las cifras del Departamento Administrativo del Medio Ambiente (Dama) revelan lo lucrativo que llega a ser el negocio. Por ejemplo, una guacamaya comprada por 100.000 pesos en los Llanos Orientales, es vendida en 300.000 pesos en Bogotá y allí es enviada al exterior en donde su precio alcanza los 1.500 dólares (4.500.000 pesos). Un tigrillo que es adquirido en 500.000 pesos en el Amazonas pasa a costar 1.000.000 en la capital y es vendido en el exterior por 14.000 dólares. Pero los precios resultan irrisorios al lado del costo de las técnicas utilizadas por los traficantes. Para un indígena o un colono es válido tumbar una palma de moriche con tal de bajar el nido de loros que hay en su copa. Después, el primer comprador no vacila en doparlos, ponerles cinta pegante en el pico para que no lo abran durante todo el recorrido de la selva a la ciudad y unirles las patas al cuerpo con esparadrapo para que no hagan el menor ruido.Los empacan luego como sardinas en cajas, debajo de la mercancía legal. Los acomodan en las llantas de repuesto de buses y camiones, los esconden en el fondo de las maletas, y en cuanta caleta se les ocurre con tal de pasar inadvertidos por los puestos de control.

Bogotá es uno de los principales centros de recepción de los animales que llegan de todo el país y a la vez es el puerto distribuidor para el mundo. A diario las autoridades capturan contrabandistas de fauna en la Terminal de Transportes y en el aeropuerto internacional El Dorado. Las plazas de mercado en barrios como Restrepo, 12 de Octubre y Las Ferias sirven de centros de acopio. En lo que va corrido del año las autoridades han logrado salvar casi 7.000 animales que iban a ser exportados ilegalmente. Pero no todos cuentan con esa suerte. Los viajes de un continente a otro son un calvario. Tres de cada cuatro animales no llegan vivos.

Las naciones que más demandan la fauna colombiana son Japón, Arabia, Grecia, Italia, Suiza y España. Las que tienen más solicitud, de acuerdo con los datos del DAS, son las guacamayas, los tucanes y las águilas.

Aunque el tráfico de animales es un delito, es claro que, a diferencia de lo que ocurre con las drogas y las armas, en el país aún no existe conciencia sobre su gravedad. Lo grave es que cuando nazca ya puede ser demasiado tarde para tratar de recuperar ese patrimonio irreemplazable de la Nación y el planeta.