Orlando Cuero es un desconocido para la mayoría de los colombianos. Sin embargo, su nombre y en especial sus alias, Orejas y el Mono, tienen escrito un capítulo escabroso en la historia de la violencia mafiosa en el país. Cuero es nada más y nada menos que el jefe de la banda criminal conocida como La Empresa, que hace meses aterroriza a Buenaventura.
Conformada por cerca de 200 hombres, la mayoría de entre 15 y 25 años de edad, la banda se hizo conocida el año pasado a raíz de la lucha territorial contra la banda de Los Urabeños por obtener el control de los barrios de bajamar del puerto y otras zonas, consideradas claves para el negocio del narcotráfico.
Una macabra práctica que alcanzó hasta los titulares de la prensa internacional ha distinguido esa guerra. Cuero ha sido señalado como el responsable de ordenarla e implementarla. Fue el artífice de las llamadas ‘casas de pique’, viviendas de madera construidas sobre pilotes, en la zona llamada de bajamar del puerto, en donde se torturaban y descuartizaban a personas vivas, la mayoría jóvenes, simplemente por haber sido señalados de tener alguna relación con Los Urabeños, la banda rival.
A estos crímenes se sumaron docenas de otros homicidios y extorsiones, que produjeron oleadas de desplazamiento interno en el puerto del Pacífico, afectando a más de 2.500 familias el año pasado, según la Defensoría del Pueblo. Esta y organismos internacionales pusieron el grito en el cielo sobre lo que consideraron una de las crisis humanitarias más graves del país en 2013. El gobierno envió 5.000 militares y policías a Buenaventura y Orejas y su segundo, conocido como Jimmy Loco, fueron incluidos en los afiches de recompensas de los hombres más buscados del país.
La presión de las autoridades obligó a Orejas a escapar a Chile, en donde estuvo un par de meses.
En febrero pasado, la Policía capturó a Jimmy y Cuero regresó de nuevo al país. A pesar de estar señalado de múltiples homicidios y desplazamiento un juez otorgó casa por cárcel a Jimmy. Esa insólita medida judicial, sin embargo, fue el inicio del fin del jefe de La Empresa. Un grupo especial de oficiales de la Dirección de Inteligencia de la Policía (Dipol) se puso tras sus huellas. Sabían que aunque Orejas nunca usaba celulares para evitar ser rastreado, se comunicaba con Jimmy, quien desde su arresto en casa seguía ordenando crímenes en el puerto. En el primer semestre de este año hubo 56 asesinatos y 11 descuartizados. Orejas y su segundo usaban correos humanos, que llevaban y traían órdenes.
Durante semanas, oficiales encubiertos de la Dipol se dieron a la tarea de seguirlos para dar con el escurridizo jefe de la banda. Las pesquisas llevaron a los investigadores a establecer que una de las mujeres de Orejas y su hijo vivían en una casa muy cerca de la base de la Fuerza Aérea en Melgar, Tolima. Disfrazados de vendedores de helados, aguacates y otros productos los investigadores montaron una vigilancia permanente sobre la casa y sus inquilinos. Nunca vieron a Orejas quien, luego lo sabrían, no salía de la casa ni se dejaba ver. Sin embargo, a finales de junio los investigadores establecieron que su esposa y otros amigos habían alquilado una finca para celebrar el 2 de julio el cumpleaños número 34 de este hombre.
Cuando se disponían a organizar el operativo para capturar a Orejas en su celebración de cumpleaños, el fútbol les dio a los investigadores una oportunidad inesperada. Irónicamente, uno de los días más tristes para los colombianos, el 4 de julio, cuando la Selección Colombia perdió frente a Brasil en cuartos de final del Mundial de Fútbol, fue uno de los más reconfortantes para los hombres de la Dipol. Inesperadamente, Orejas decidió ir a ver el partido a un bar cerca al centro de Melgar.
Los agentes camuflados de vendedores ambulantes no lo perdieron de vista y, al final del partido, cuando la gente se dispersó, arrestaron al hombre que aterrorizó a Buenaventura. Ahora enfrentará más de 200 procesos por homicidio, tortura y desplazamiento forzoso. Habrá que ver si esta captura pone fin a las ‘casas de pique’, una de las prácticas más funestas de la escabrosa lista de violencias colombianas.