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ATAQUE INESPERADO

Durante 27 meses un ejército de sicarios persiguió a Fabio Ospina Giraldo. Cuando estaba con un pie en el exterior para poner a salvo su vida, un infarto lo mató.

2 de enero de 1995

EL PROXIMO VIERNES 9 DE diciembre, por primera vez en dos largos años, Fabio Ospina Giraldo iba a ser un hombre feliz. Era tanta la ansiedad que lo embargaba que, desde mediados de noviembre, tenía listas dos pequeñas maletas llenas de libros y fotografías, las cuales escondía detrás de la puerta de su habitación. Abrigaba muchas esperanzas porque había sido nombrado cónsul especial de Colombia en Caracas. "Solo me faltan 10 días para que mis tres hijas y yo salgamos de esta pesadilla", le dijo a un amigo el lunes pasado, poco después de que el Ministerio de Relaciones Exteriores le confirmara que su viaje era realidad.
Pero el destino se ensañó una vez más con él y no se lo permitió. Por esas cosas raras de la vida Osorio, que no sucumbió ante la inclemente persecución de un ejército de asesinos que lo buscaban para ejecutarlo, cayó fulminado por un ataque cardíaco.
De esta triste manera terminó la historia de un hombre de 44 años de edad, que enarboló la bandera contra la corrupción administrativa en el Valle del Cauca y que durante 27 meses escapó a siete atentados, en los cuales murieron 10 personas.
El infierno en que se convirtió la vida de Ospina empezó el 2 de enero de 1992, cuando el actual gobernador, Carlos Holguín Sardi, lo designó jefe de servicios administrativos del Valle del Cauca. Desde allí sería el encargado de enfrentar a las que Holguín denominó las cuatro mafias que atentaban contra las rentas departamentales: el robo de maquinaria, las pensiones y jubilaciones irregulares, la adulteración de licores el contrabando de cigarrillos. Ospina hizo enemigos desde el primer día porque colocó un aviso a la entrada de su oficina en el que invitaba denunciar a más de 3.000 personas que se habían pensionado irregularmente. "No necesitamos su nombre. Sólo el nombre de quien se jubiló en forma fraudulenta", decía el mensaje. En pocas horas Ospina ya tenía 17 casos y al día siguiente presentó las respectivas denuncias en la Fiscalía. Lo mismo ocurrió con la maquinaria del departamento. Durante el tiempo en que ejerció su cargo logró aclarar el robo de 23 máquinas pesadas, entre ellas ocho retroexcavadoras.
Pero sus enemigos pudieron más y donde Ospina tuvo que renunciar en febrero de 1993, después de que desconocidos lanzaran una granada contra su oficina. Entonces decidió refugiarse en su casa y ordenó que sus tres hijas, Rosario del Pilar, Amparito y Heidi Rocío cambiaran diariamente de alojamiento para evitar la persecución. Las tres menores se salvaron de cuatro intentos de secuestro. Pero las cosas empeoraron para Ospina Giraldo, a quien se le agudizaron algunas dolencias físicas del pasado. Rápidamente bajó de 120 a 85 kilos el estrés le produjo hipertensión arterial, le dio úlcera duodenal y tromboflebitis y se le elevaron los niveles de ácido úrico en la sangre. Además los problemas cardiovasculares hicieron crisis y en menos de cuatro meses sufrió tres preinfartos. Y, como si fuera poco, la esposa de Ospina, Alba Lucía Ramírez, los abandonó porque no soportó más la presión.
En diciembre del año pasado, cuando la situación de la familia Ospina se tornó insostenible y los intentos de ataque eran cada vez más frecuentes, intervino la Fiscalía General de la Nación, organismo que envió a Cali a un alto funcionario para que tratara de incorporar a Ospina y a sus hijas en el Programa de Protección de Testigos. No obstante, éste se negó. "Yo todavía tengo muchas cosas por hacer aquí -le dijo al emisario-. Yo no quiero salir de aquí".
Pero tres meses después fue obligado a cambiar de parecer. Fue el 28 de marzo, cuando dos hombres escalaron el muro de su casa en el barrio Los Cámbulos, al sur de Cali, y lanzaron una bomba compuesta por cuatro kilos de dinamita amoniacal. En el atentado murieron los escoltas de la Policía, Carlos Alberto Alvarez y Gerardo Muñoz Gómez. De milagro se salvaron Ospina y su hija Heidi, quien sufrió algunas heridas.
Tras el ataque, Ospina decidió aceptar la oferta de la Fiscalía. "El 15 de abril los trajimos para Bogotá. Ni siquiera los organismos de seguridad se dieron cuenta de cómo los sacamos de Cali. Los trajimos con lo que tenían puesto", le dijo a SEMANA uno de los directivos del Programa de Protección de Testigos de la Fiscalía.
En Bogotá, las hijas de Ospina ingresaron al colegio y la Fiscalía contrató los servicios de una sicóloga para que las ayudara. Pero la salud de Ospina seguía de mal en peor y su estado de ánimo se tornó inmanejable. "Llegó un momento en que para dirigirse a él habla que hacerlo a través de la sicóloga", relató el funcionario.
Entonces la Fiscalía inició algunas gestiones ante la Cancillería y la Consejería para los Derechos Humanos, hasta que el presidente, Ernesto Samper, decidió nombrarlo en el servicio diplomático. "Esa noticia, la de su designación en el consulado, tuvimos que dársela a través de la sicóloga. Temíamos por la reacción que tomara", agregó la fuente.
Finalmente, el pasado 29 de noviembre, y poco después de que les dijera a algunos familiares que se sentía muy contento de salir del país, Fabio Ospina Giraldo dejó de luchar. Murió a las tres de la mañana en el quirófano de una clínica de Bogotá. Sus tres hijas, lo único que según él tenía en la vida, quedaron completamente desprotegidas.