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BAJO EL VOLCAN

Dos meses después de la catástrofe, las víctimas del Nevado del Ruiz están tan mal como al principio.

17 de febrero de 1986

Después de la tempestad viene la calma, dicen. Pero la catástrofe del Nevado del Ruiz parece contradecir el refrán, pues para sus damnificados la calma se ve todavía muy lejos. A menos de dos meses de la erupción del volcán Arenas, está a punto de producirse en la región una nueva explosión: pero esta vez por parte de los sobrevivientes.
Quejas, inconformidad y reproches es lo que se oye en la zona tolimense del desastre, donde han sido instalados los albergues que alojan a los que perdieron todo en la tragedia. En teoría están recibiendo toda la ayuda posible, venida desde el mundo entero. En la práctica, los damnificados aseguran que las entidades encargadas de distribuirla (la Cruz Roja, la Defensa Civil, el Ejército Nacional, Resurgir) "no sirven para nada; solamente se roban los auxilios que envían de los países extranjeros, y es el momento en que todavía no sabemos qué va a pasar con nosotros".
"Estamos durmiendo en el suelo porque los catres que mandaron no sirven", dice doña Eulalia Fajardo que vive ahí desde que se creó el albergue; muestra una estera despedazada y grita: "¡Estos son los colchones que nos mandó Belisario!". Danilo Buriticá, uno de los encargados del manejo del albergue, interviene: "En cuanto a comida, eso sí para qué, todo el mundo se ha portado bien. El Idema y el municipio de Ibagué nos han atendido. Pero lo que es ropa y colchones, lo que nos han mandado es pura basura", dice, mientras señala un arrume de colchones podridos.
La principal acusada es la Cruz Roja, culpable, según las gentes, del desorden. Los responsables se quejan de que la prensa ha informado sobre toneladas de ropa nueva enviada a la Cruz Roja desde el exterior, mientras que ellos no han visto "ni el primer par de medias"; y algunos aseguran que los "cruzrrojistas" se han quedado con todo. Un socorrista de la entidad dijo a SEMANA: "Estamos haciendo todo lo posible para que la situación no sea tan trágica, damos asistencia médica, contribuimos a repartir los auxilios que llegan... Estamos haciendo todo lo que podemos, pero somos conscientes de que para algunas familias no es suficiente". Los representantes de la Defensa Civil aceptan, por su parte, que falta organización y coordinación entre las distintas entidades que actúan en la zona del desastre. Una sicóloga de los Socios Colaboradores de la Cruz Roja, que no quiere ser identificada, reconoce: "Si esta gente no se acabó con la erupción del volcán, se va a acabar ahora, porque en estas condiciones nadie puede vivir". Y cita casos como el de la Escuela Central de Niños de Lérida, donde hay 76 refugiados: allí se ha repartido un colchón por familia, y cada familia tiene siete personas en promedio. A eso se suma la falta de agua, la existencia de un solo baño para los 76 residentes, y la carencia total de accesorios higiénicos elementales como Jabón o dentífricos. Una refugiada denuncia indignada: "¡A nadie se le ocurrió mandar desodorante!".
Hacinamiento y promiscuidad son los temas que mas salen a flote en todos los albergues de supervivientes de la catástrofe. SEMANA estuvo en Lérida, Venadillo, Alvarado, Honda, Guayabal y lo que quedó de Armero, y en todas partes el problema era el mismo, aunque no la manera de enfrentarlo. Si los refugios de Ibagué han decidido independizarse de la Cruz Roja, organizando sus propias autoridades y estableciendo funciones y responsabilidades entre los mismos damnificados (a riesgo de ser calificados de subversivos, como sucedió en el albergue del colegio INEM), en cambio los de Lérida se han sometido al rigor de los "cruzrrojistas", adoptando una pasividad total. No hacen nada, y se quejan: "No tenemos ni un radio para entretenernos, ni siquiera una plancha para aunque sea ponernos a aplanchar los chiritos", dice María Myriam Ortiz, refugiada en el colegio Arturo Mejía Jaramillo. En Venadillo la situación es todavia peor. Buena parte de los albergados allí sufre algún grado de perturbación mental, agravado por el hecho de que conviven con los sobrevivientes del sanatorio siquiátrico de Armero: ancianos que esperan a que alguien se acuerde de ellos mientras se limitan a mirar y toser.
Se ha presentado, por añadidura, un problema externo: los "infiltrados". Son millares de supuestos damnificados -no damnificados del volcán pero sin duda damnificados de otras tragedias de la vida- que han venido de no se sabe dónde a sacar partido de los auxilios volcados sobre lo que fue Armero, como sucedió en Popayán hace tres años despues del terremoto .
Pero es que, para empezar, no existe un dato exacto de cuántos ni cuáles son los damnificados verdaderos, y apenas si se ha establecido un método rudimentario para identificarlos y, si son auténticos, carnetizarlos. Se les hacen dos o tres preguntas "claves" sobre los ultimos acontecimientos ocurridos en Armero antes de la erupción del volcán. Por lo demás, todos han perdido sus documentos de identificación en la catástrofe. Existe un "carné de damnificado", pero no sirve de mucho, de acuerdo con sus poseedores, que denuncian que al mostrarlo, los transportadores los bajan de los buses.
Porque las críticas no van dirigidas solamente contra el gobierno, la Cruz Roja o los oportunistas infiltrados, sino también contra los propios paisanos de los armeritas. Estos denuncian que los comerciantes de la zona han aprovechado la tragedia para triplicar los precios de los artículos, en una "subienda" completamente incontrolada por las autoridades. En Lérida, por ejemplo, una habitación que antes de la catástrofe del nevado costaba 1.500 pesos, se arrienda ahora por 6 mil. A esto se añade, en las poblaciones ribereñas de los ríos que bajan del Nevado del Ruiz, la amenaza permanente de las alertas "amarillas" -de prevención- y "rojas" -de catástrofe- que obligan a los habitantes a huir a las colinas cercanas, mientras sus casas son saqueadas por malhechores escépticos sobre la seriedad de los científicos que avisan del peligro. Y entretanto, las fumarolas del volcán siguen cubriendo de cenizas la región: en todos los sentidos, la situación es gris .
También en el aspecto laboral, por supuesto. La región de Armero, que fue una de las zonas agroindustriales más activas del país, está hoy completamente paralizada, con millares de hectáreas de producción de arroz, sorgo y otros cultivos devastadas por la avalancha de lodo. Los salarios de los trabajadores no han sido pagados, ni los propietarios de lo que es hoy sólo un inmenso lodazal tienen con qué pagarlos. Y no hay trabajo para nadie -sin hablar de que los planes de empleo previstos por los organismos de ayuda son para trabajadores sanos, cuando un 40% de la población superviviente de Armero ha sufrido algún tipo de mutilación. En Lérida, algunos damnificados han solicitado licencias de vendedores ambulantes, pero les han sido negadas: la razon es que tampoco se les han concedido a los propios habitantes del pueblo, de manera que menos se les van a otorgar a los armeritas refugiados. En cuanto a los hacendados de la región, que hasta el momento de la catástrofe daban trabajo a miles de personas también ellos esperan que se les solucione su situación de damnificados: ignoran todavía, por ejemplo, las condiciones de crédito bancario o las facilidades para la importación de la maquinaria destruida que se les van a dar, y en consecuencia están ellos también con los brazos cruzados.
La esperanza de la región devastada se centra en Resurgir, la entidad ad hoc creada hace un mes por el gobierno y respaldada por algunos de los nombres más sonoros del país: el cardenal Alfonso López Trujillo. A la cabeza de Resurgir, como gerente ejecutivo, está Pedro Gómez Barrero, un empresario famoso por su eficacia: el hombre de los Unicentros, de las Metrópolis y de las Plenitudes. Sin embargo, muchos de los damnificados de la zona prefieren llamar al organismo, con amargo sarcasmo, "Sucumbir". Porque la verdad es que los resultados de la acción de Resurgir todavía no saltan a la vista, aunque es justo reconocer que esto se debe en buena parte a que tuvo que empezar por "organizar la desorganización" que en los primeros días del cataclismo volcánico se apoderó de la región de Armero, en el delirio de confusión que paralizó al "fondo de catástrofes", creado por el gobierno a raíz del terremoto de Popayán y para prevenir futuros caprichos de la naturaleza.
Pedro Gómez dice a SEMANA, por ejemplo, que "la futura ciudad que reemplazará a Armero va a estar mucho mejor acondicionada que la que desapareció. Será una población moderna, motor de la economía de la región, pero que no violente la cultura de la zona ni sea contraria a sus tradiciones. Nos proponemos entregar las viviendas durante este año, y las obras que se demoren más de dos años serán excepciones dentro de la empresa, pues nuestros plazos son muy cortos. Por otra parte, estamos actuando también en el aspecto social y en el sicológico de los afectados, que es lo que más necesitan". Los armeritas ven su futuro en Resurgir, y esperan, quizás con un exceso de optimismo, que en un mes se les entregue su nueva población. Pero no está claro todavía si la entidad funcionará a largo plazo o si se limitará a ocuparse del problema inmediato. Ni si se encargará únicamente del aspecto de la vivienda para las víctimas del volcán, o si tendrá que ver con los temas de trabajo, educación, salud y salud mental de los supervivientes de la tragedia. A la espera de saber todo eso,y pese a que la situación sigue siendo caótica, los armeritas no saben que camino coger. Muchos quieren abandonar la región para no seguir en la situación de provisionalidad intolerable que están viviendo, pero al mismo tiempo temen que si se van de los precarios albergues para rebuscarse la vida en otro sitio de pronto Resurgir empiece a funcionar intempestivamente y ellos se queden por fuera de sus ventajas.
En la inmensidad de la decepción, la desesperanza, y bajo la amenaza permanente del volcán del Ruiz, de sus fumarolas, de sus microsismos, de sus deshielos, de sus alertas amarillas y rojas, de sus helicópteros de vigilancia caídos en el cráter (ya van dos) hay sin embargo algo que funciona. Funciona en el pueblo de Guayabal, muy cerca a lo que fue Armero, pero no porque allí hayan sido eficaces los esfuerzos del gobierno, sino porque un filántropo israelí escogió el sitio para montar unos proyectos de emergencia .

Se trata de Abe Nathan, un millonario que tiene por hobby "ayudar a los que sufren" en las tragedias naturales que azotan al mundo, y que ha movilizado la ayuda de las comunidades judías de Colombia y los Estados Unidos para levantar en menos de un mes una empresa que da trabajo y esperanza a los sobrevivientes de la erupción del Ruiz. Es una ladrillera, "Ladrillos por Colombia", que produce materiales para la reconstrucción de Armero y da trabajo hoy a 70 damnificados, número que espera triplicar para principios de febrero. La fábrica, montada por siete técnicos israelíes voluntarios que durante treinta días adiestraron a los nuevos trabajadores, será donada a la Alcaldía del nuevo Armero o a otra entidad gubernamental, y producirá medio millón de ladrillos mensuales (por métodos manuales, para multiplicar la mano de obra), que serán entregados a los habitantes para autoconstrucción de sus viviendas. Al lado de la ladrillera funciona ya también una panadería, donde un técnico de kibbutz israelí traído por Nathan está formando a diez panaderos locales.
Dice Nathan que a los damnificados "hay que ponerlos a trabajar para que olviden sus problemas haciendo algo por ellos mismos" y que "hay que tratar de que la gente produzca para que vaya superando los traumatismos de la tragedia". Y debe tener razón, porque en el campamento de refugiados de Guayabal, bautizado "La Esperanza", el ambiente es muy distinto del que reina en los demás albergues de la zona. Se comenta allí que "hasta a la Cruz Roja la puso Nathan a funcionar", y mucha gente refugiada en otros pueblos quiere ir a "La Esperanza" en busca de eso: de esperanza.
Porque lo cierto es que en el resto de la región asolada por la erupción del volcán, va creciendo no sólo la desesperanza, sino además la exasperación. Han venido de muy lejos a mirar el desastre la reina Sofía de España y la mujer del Presidente de Francia, Danielle Mitterrand, y está prometido que para julio vendrá además el Papa. Pero, salvo el honor de las visitas, la vida cotidiana no ofrece nada concreto. Los armeritas se quejan de que hasta para lograr el carné de damnificado (para ellos, o para los millares de espontáneos) se necesita la recomendación de algún político. Y los políticos discuten de sus cosas: si se perdieron en Armero más votos liberales que conservadores, más votos de Jaramillo que de Santofimio; tal vez, a lo peor, toda una curul en el Senado, que irá ahora a los godos. La prensa nacional da cuenta con orgullo de que las fotos de Omayra Sánchez, la niña atrapada en la avalancha de noviembre, le dieron la vuelta al mundo. Los intelectuales sugieren que al Nevado del Ruiz se le cambie el nombre por el Nevado de Omayra. El Presidente de la República habla de Armero (y de Omayra) en todos sus discursos. Pero los armeritas esperan algo más. Soluciones reales, no palabras. Y soluciones sólidas. No como las casitas que construyó en Lérida el ICT en las semanas que siguieron a la catástrofe del Ruiz, y que con el primer microsismo del volcán se cayeron.

HABLA EL ALCALDE DE ARMERO
SEMANA habló en Guayabal con el alcalde de Armero, mayor Rafael Ruiz Navarro, quien se refirió a la situación de la zona de desastre.
SEMANA: ¿Cuántos son los sobrevivientes?
RAEAEL RUIZ NAVARRO: Para tener el dato exacto de cuantos son los muertos, nos tocaría contratar a Regina 11, pero parece que son del orden de 26 mil. Entonces se estaría hablando de 10 mil damnificados sobrevivientes de la tragedia. Sin embargo, nos tocaría estudiar estas cifras, porque ahora han aparecido aquí no menos de 80 mil sobrevivientes de Armero.
S.: Como nuevo Alcalde, ¿ha recibido apoyo del gobierno?
R.R.N.: Si, he tenido apoyo. Sin embargo, de todo hay en la viña del Señor. He recibido unos comunicados que me extrañan mucho. En uno de ellos me piden que recaude impuestos, cosa que se me hace totalmente descabellada en una zona de emergencia, cuando en la zona de Armero no quedó casi nada. En otro comunicado me hacen saber de una demanda que me pusieron por haber ocupado las escuelas y los colegios para albergar damnificados, y por tener allí unos stocks de alimentos y medicinas.
S.: Los damnificados dicen que son manipulados y que las autoridades no los oyen...
R.R.N. En dos o tres reuniones que he estado en Ibagué, me he dado cuenta de que hay personas extrañas a la región; son agitadores profesionales, más que todo de izquierda. Después de la tragedia se presentaron una serie de agremiaciones, que en el fondo pueden tener algo de colaboración y sentido humanitario, pero se están jugando también otro tipo de intereses. No me extraña que sea por las elecciones: el país se maneja politicamente y nosotros no podemos ponernos las dos manos en los ojos a decir como militares que no son intereses políticos. Es muy humano y muy lógico.
S.: ¿Qué ha pasado con el problema de los saqueos?
R.R.N.: Ya se están terminando porque ya acabaron con todo lo que había. Saqueos hubo, pero se necesitarían 8 batallones para cubrir 250 hectáreas, que es lo que más o menos ocupaba el casco urbano, más unas 3 mil 500 hectáreas que quedaron afectadas por el lodo.