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Al trabajo en patineta en Bogotá

Colombia empieza a disfrutar el auge mundial de la micromovilidad. Pero no todo es color de rosa en las ciudades en donde bicicletas y scooters se han hecho populares.

26 de enero de 2019

Mover dos toneladas de acero y consumir un litro de gasolina para desplazarse de Chapinero hasta el norte de Bogotá es un hecho cada vez más difícil de justificar. Estudios internacionales indican que el 70 por ciento de los desplazamientos urbanos no superan los 5 kilómetros, pero se realizan con el automóvil, lo que afecta el medioambiente. Por esta razón el mundo vive en estos días la fiesta de las patinetas y las bicicletas eléctricas, una fiebre que ya empezó a contagiar a los bogotanos y se extenderá en las semanas que vienen a Cali, Medellín y Cartagena.

La micromovilidad, como se conoce a este fenómeno, hace referencia a soluciones innovadoras de transporte que utilizan tecnologías sencillas y vehículos simples pero eficientes, para desplazamientos no mayores a diez kilómetros, y que complementan –en ningún caso sustituyen– a los sistemas de transporte masivos tipo Metro, Mío o TransMilenio. En realidad, solucionan el famoso problema de “la última milla”, ese trayecto desde la estación del bus hasta la oficina, que sin duda resulta más rápido y divertido en bici que en taxi o Uber.

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Muvo, una startup colombiana, puso en funcionamiento el servicio de bicicletas eléctricas compartidas a finales de 2017 en la capital. Con 3.000 usuarios al mes y 700 viajes diarios, esa empresa opera 150 bicicletas localizadas en 280 lugares entre las calles 45 y 134 y entre la autopista norte y la carrera Séptima. El público aceptó el servicio rápidamente, las bicicletas están siempre ocupadas y Muvo está actualmente en busca de inversionistas para expandirse al ritmo que demanda el mercado. A finales del año pasado entraron en operación las primeras patinetas eléctricas. Cosmic Go, una empresa fundada en Bogotá, puso a rodar 100 monopatines y cuenta con 7.000 usuarios activos. Grin, una compañía mexicana que se expande por Latinoamérica con el respaldo financiero de la todopoderosa Y Combinator, tiene 300 monopatines eléctricos que han realizado más de 60.000 viajes.

Muvo, una start-up colombiana que arrancó en 2017, fue una de las pioneras del servicio de bicicletas eléctricas compartidas en Bogotá.

Basta descargar la app y apuntar la cámara del teléfono al código QR que hay en el vehículo para desbloquearlo. Un viaje en las bicicletas de Muvo cuesta 3.000 pesos por cada 30 minutos, y uno en los monopatines de Grin se cobra a 1.500 pesos el “banderazo” y 300 pesos cada minuto.

Pero las encantadoras y saludables soluciones resultan un dolor de cabeza para los alcaldes. Por desconocimiento, como el alcalde de la localidad de Chapinero, que ordenó decomisar 50 patinetas en diciembre, o porque se convierten en un problema de uso indebido del espacio público, cuando las empresas operadoras inundan los andenes. En Santa Mónica (California), donde nació Bird, la empresa que prácticamente inventó este negocio, el gobierno local les prohibió operar debido a los problemas que causaron. En San Francisco, en donde el gobierno recibe bien cualquier innovación tecnológica sin preocuparse por normas ni regulaciones absurdas, tuvo que limitar a dos el número de operadores autorizados para evitar una inundación de patinetas. Y en China las empresas Mobike y Ofo sobresaturaron con una oferta desmedida las calles de las principales ciudades y causaron tanto impacto en el espacio público, que terminaron en la quiebra. Hay cementerios de bicicletas chinas con millones de unidades abandonadas.

Y si el alcalde de Chapinero entró en pánico al encontrar 50 monopatines, la histeria crecerá cuando entren en operación otras poderosas empresas internacionales que suelen poner de entrada 1.000 o 2.000 patinetas en las calles. Bogotá podría afrontar este año serios problemas: Muvo, la empresa de las bicicletas, lanzará patinetas en febrero. Y Movo (marca parecida pero no igual), perteneciente a la familia de Cabify, entrará en operaciones en marzo con 1.000 vehículos. Lime comienza en Cali el mes entrante, pero entrará a Bogotá este semestre. Y parece probable que vendrán más adelante Uber (con su marca Jump) y quizás Bird, la más grande del mundo. Entretanto, Enel–Codensa tiene en funcionamiento un piloto con 50 bicicletas eléctricas y tiene en estudio de factibilidad un proyecto de alianza público privada para ofrecer el servicio de bicicletas mecánicas en toda la ciudad. “Bogotá es un mercado obligado para quien quiera expandirse, porque es la ciudad latinoamericana con más kilómetros de ciclovías”, dice Santiago Hernández, gerente de Grin. Cartagena, por la afluencia de turistas, y Cali y Medellín, por sus crecientes problemas de congestión, entrarán en la onda de las patinetas a partir de febrero.

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¿Cómo planea la Alcaldía de Bogotá manejar esta avalancha inminente? La Secretaría de Movilidad ha realizado reuniones con los operadores. En la última, efectuada la semana pasada, hablaron de límites a las flotas de monopatines y otras posibles restricciones en discusión. Por lo pronto, la Secretaría de Movilidad expidió una reglamentación: no transitar por andenes, sino solo por las ciclorrutas. En donde no hay, estas pueden transitar por la calzada. Y no estacionarlas en áreas de uso público ni en donde incomoden a los peatones. Los usuarios tienen prohibido hablar por el celular mientras van en patineta, tienen una velocidad máxima permitida de 20 kilómetros por hora y las empresas operadoras deben garantizar que se llevan los vehículos abandonados. Cosmic tiene un equipo logístico que, aseguran, recoge cada patineta en 15 minutos y la pone en su debido lugar.

La seguridad no ha sido, hasta ahora, un problema relevante. Estos vehículos tienen un dispositivo GPS que permite rastrearlas todo el tiempo. Sin el desbloqueo desde la app, las llantas no ruedan, y si el localizador GPS fuera desconectado, el motor eléctrico se desactivaría. Si alguien alza una patineta y la mueve sin desbloqueo pitará y encenderá luces.

Las bicicletas no gozan de tanto auge como las scooters y los inversionistas se han enfocado en estas últimas, puesto que un monopatín cuesta mucho menos que una bicicleta y tiene una tarifa más baja. Pero se enfrentan al serio problema de que no existe reglamentación para este tipo de vehículos y no disponen de una vía para ellos. Los andenes están prohibidos, desde que en Barcelona una anciana murió el año pasado atropellada por una patineta. Pero a estas empresas las alienta el entusiasmo del público. Las patinetas son más “cool” y novedosas y no exigen esfuerzo físico. Las bicis tienen ventajas como mayores velocidades y distancias y no tienen problema alguno en calles empinadas. Ninguna de ellas sirve cuando llueve o con maletas o paquetes.

La Secretaría de Movilidad de Bogotá se alista para manjar la avalancha de estos vehículos. Ya han hablado de límites a las flotas de monopatines.

Estas alternativas de movilidad complementan muy bien a los sistemas integrados de transporte masivo, pero causan urticaria a los taxis. De hecho, los directivos de Grin ya recibieron una comunicación de un gremio de taxistas que los acusan de “competencia desleal”. Así que los taxis amarillos ya suman una empresa más a su lista de enemigos mortales.

Lime y Bird, las más grandes del mundo, crecen a un ritmo mayor que Uber cuando comenzó, y muchos expertos creen que la verdadera revolución del transporte no vendrá en los costosos túneles hyperloop o en los carros autónomos de inteligencia artificial, sino en las modestas patinetas de su uso compartido. Es claro que hay demasiada ingeniería en un automóvil moderno si se utiliza para ir por el pan, y por eso el diseñador Dan Sturge afirma que moverse en auto es como matar una cucaracha con una pistola.