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Algunos creen que Chávez es un paranoico con delirio de persecución. Otros creen que es un megalómano con delirio de grandeza. En la foto, con Álvaro Uribe en una visita de éste a Caracas

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Cada vez se está hablando más de una posible guerra con Venezuela. ¿Cómo se llegó a semejante insensatez?

9 de enero de 2010

¿Guerra con Venezuela? Hasta hace muy poco esa noción era totalmente absurda para cualquier colombiano. Un conflicto armado con un país hermano con el cual se tiene una dependencia comercial y vínculos históricos que datan desde la independencia, no tiene ni pies ni cabeza. Sin embargo, al comenzar 2010 ese imposible comienza a ser objeto de discusión. Y sin que nadie entienda muy bien por qué, en los últimos días se está hablando más y más de guerra. El tema ha sido tratado por columnistas como Enrique Santos, León Valencia, Alejandro Reyes, Alejandro Gaviria y Saúl Hernández. Y esto para no mencionar que Jaime Bayly en su programa de despedida de fin de año manifestó que no descartaba un episodio bélico entre los dos países este año, pronóstico que había hecho, según Alejandro Gaviria, el prestigioso periodista norteamericano Jon Lee Anderson como conclusión de una extensa charla que sostuvo, hace algún tiempo, con Hugo Chávez.

En Colombia hay un desconcierto de cómo se pudo haber llegado a semejante insensatez. Las interpretaciones sobre el tema varían. Algunos creen que Hugo Chávez es un paranoico con delirio de persecución. Otros creen que es un megalómano con delirio de grandeza. Y una tercera interpretación ha sido que está invocando una retórica anti colombianista como una cortina de humo para distraer a los venezolanos de los enormes problemas que está produciendo la revolución bolivariana.

Este último argumento, por más que muchos lo esgriman en Colombia, hay que descartarlo de plano. Lo único que no quieren los venezolanos, ahora que no tienen ni leche, ni huevos, ni luz, ni agua, ni seguridad en las calles es una guerra externa. Así lo registra categóricamente el ex canciller venezolano Simón Alberto Consalvi en una columna publicada en El Espectador el miércoles pasado. Por el contrario, agrega que las continuas amenazas bélicas de Chávez de prender los Sukhoi o cosas de esa naturaleza lo único que hacen es aumentar su desprestigio. Por lo tanto hay que centrar el debate en los otros dos rasgos que se le atribuyen a la personalidad del presidente de Venezuela: su paranoia y su delirio de grandeza.

El primer interrogante es si Chávez está loco o no. Según Néstor Marchant, presidente de la Asociación Argentina de Siquiatras, en entrevista con La Noche, el Presidente de Venezuela "no es un alienado mental. Que se hace el loco, sí, se hace el loco, pero no entra en la categoría de alienado mental. Donde sí entra es en la sicopatía de los trastornos suaves o graves de la personalidad".

Uno de estos últimos rasgos sin duda alguna es la paranoia. Esto significa que efectivamente Chávez cree que Estados Unidos piensa atacarlo utilizando como plataforma a Colombia, país que sería cómplice en ese operativo. Este raciocinio evidentemente es absurdo.

En Colombia a nadie se le ha pasado por la imaginación atacar a Venezuela ni servir como punto de lanza para que lo haga alguna potencia. Además, como se ha dicho hasta la saciedad, si los Estados Unidos decidieran actuar militarmente contra Venezuela, no necesitarían pasar por Colombia. Tienen la cuarta flota en el Caribe y bases militares más cerca en Curazao y Miami, donde opera el Comando Sur.

Por otra parte, la guerra verbal de Chávez contra Estados Unidos tiene más de retórica que de acción. Venezuela no podría sobrevivir económicamente sin venderle su petróleo a ese país pues es petróleo de alta densidad, con azufre, que solamente puede ser refinado en Estados Unidos. Este último, por su parte, necesita el petróleo de Chávez pues representa el ocho por ciento de su consumo, volumen que no es nada despreciable para la mayor potencia económica del planeta. Por lo tanto, a pesar de toda la carreta contra el imperio, la verdad es que Chávez y Obama no se pisan las mangueras, pues cada uno necesita del otro.

Otro elemento que va en contra de las teorías paranoicas de Chávez es el reemplazo en Estados Unidos de George W. Bush por Barack Obama. El primero sí encarnaba el imperialismo yanqui capaz de cualquier cosa en una supuesta cruzada contra el terrorismo. Esa política aparentemente fracasó y dejó a Estados Unidos enredado en guerras no ganables y sin salida tanto en Irak como en Afganistán, lo cual equivale a dos Vietnams simultáneos. Y como si fuera poco, como esas invasiones han exacerbado el extremismo islámico, han desembocado en una guerra santa contra occidente cuyo epicentro se ha desplazado a Yemen, país donde ahora le tocará a Washington también intervenir para tratar de neutralizar a Al-Qaeda. Ante esa nueva realidad, que tiene comprometidas todas las energías y recursos de la administración Obama, lo único que no le interesa a ésta es abrir un cuarto frente en su patio trasero de consecuencias imprevisibles. Además, en el país del Tío Sam, Chávez es considerado más un caudillo de república bananera con una tuerca suelta que un peligro para la seguridad nacional de lo que él llama el 'imperio'.

En aras de la verdad, hay que reconocer que si bien una intervención yanqui en la actualidad es muy improbable, en el pasado esto no era así. Estados Unidos una y otra vez había actuado política, económica o militarmente cuando en el continente se presentaban brotes de rebeldía como los de Chávez. Así sucedió con Bahía de Cochinos, con el derrocamiento de Arbenz en Guatemala, con el de Allende en Chile, con la invasión a Granada y con el golpe a Noriega. Sin embargo, esto sucedía cuando Estados Unidos era de verdad un imperio y estaba la amenaza del comunismo como telón de fondo.

Hoy el muro de Berlín se cayó, la Guerra Fría se acabó y el comunismo dejó de ser una opción viable. Por lo tanto, así como la guerra contra Al-Qaeda está vigente, la guerra contra el socialismo bolivariano no lo está. Para que se arme un conflicto de verdad entre Estados Unidos y Venezuela se requeriría que a Chávez le diera por desarrollar energía nuclear con la ayuda de Irán.

Descartado el ataque de Estados Unidos o Colombia a Venezuela, queda por definirse si es posible que Venezuela ataque a Colombia. Es en este aspecto donde entra en juego la megalomanía y el delirio de grandeza que caracterizan a Hugo Chávez. No hay duda de que su proyecto de revolución bolivariana es expansionista. Con su chequera se ha armado hasta los dientes al invertir más de 5.000 millones de dólares en aviones, submarinos, tanques y cuanto hay, con la teórica disculpa de que son exclusivamente para la defensa de la revolución bolivariana. Sin embargo, la historia ha demostrado que con frecuencia cuando se compra tanto se acaba por usarlo. Y como invasión yanqui no va a haber, el único blanco posible en esa eventualidad sería Colombia, pues ni Brasil ni la Guyana están en la mira.

Con esa misma chequera ya colonizó a Bolivia y a Nicaragua y neutralizó a muchos países del continente que si bien no lo siguen abiertamente tampoco están dispuestos a criticarlo. Recientemente perdió la batalla de Honduras y Ecuador pasó de incondicional a simpatizante.

Pero estos reveses no significan que el proyecto de imponer el socialismo del siglo XXI en Latinoamérica haya sido archivado. Chávez se considera la reencarnación de Bolívar y su teatro de acción no es un país sino un continente. Como afirma el politólogo Alejandro Reyes "la revolución bolivariana es la guerra personal y unilateral de Hugo Chávez para liberar a América Latina de la tiranía de las oligarquías lacayas de Estados Unidos... Su obsesión es encabezar la segunda independencia de América Latina...". Y el mayor obstáculo que tiene en la actualidad la realización de ese sueño es Colombia. Según Fernando Ochoa Antich, ex ministro de Defensa de Venezuela, controlar a Colombia tendría un "particular significado para la Revolución Bolivariana, ya que le permitiría consolidar un espacio geopolítico en América Latina, de vital importancia para su proyecto ideológico, y fortalecer la capacidad de acción del régimen chavista en el continente y en el mundo". El gobierno de centro-derecha de Álvaro Uribe y su alianza con Estados Unidos constituyen la mayor alternativa al socialismo chavista. Por eso es que lo tiene en la mira.

Pero detrás de esta actitud hay otras consideraciones. En Venezuela desde siempre ha existido una gran sensibilidad frente al territorio y las fronteras. Mientras que Colombia no tiene heridas en el alma y existe tal indiferencia e ignorancia que el tema es manejado por especialistas en la cancillería, en Venezuela es objeto de conciencia nacional y todos los libros de historia con que estudian los niños de ese país incluyen el concepto de territorios en disputa.

El argumento también ha sido apropiado por varios personajes, como Rafael Caldera, que lo han tomado como caballo de batalla para adelantar su carrera política. A los vecinos les duele profundamente la pérdida del territorio de Guyana Esequiba y aún no se reponen de lo acontecido con el Tratado Pombo- Michelena, firmado en 1833. Este tratado, suscrito después de que se disolvió la Gran Colombia, le otorgaba pedazos de La Guajira, Arauca y Vichada a Venezuela. Pero no fue aceptado por el gobierno de Venezuela, que pretendía aún más, y no tuvo vigencia. Años después, la reina María Cristina de España resolvió la discusión al establecer nuevos límites, más favorables para Colombia. Pero sin duda, es un asunto sensible que se evidencia hasta en la Constitución venezolana donde históricamente se especifica que los límites del país corresponden a los de la Capitanía General de Venezuela de 1811, territorio distinto al que se le reconoce actualmente. Incluso, existe un sentimiento irredentista en materia territorial.

Que el gobierno venezolano ha contemplado la posibilidad de un conflicto armado con Colombia, ya sea por razones defensivas o de conquista territorial, no hay la menor duda. El propio Chávez se la pasa arengando a sus generales para tal eventualidad. Y existen entrenamientos militares basados en una posible invasión a Colombia.

El Plan Guaicaipuro, que es uno de estos escenarios preparados por el ejército bolivariano, contempla un proyecto conjunto para atacar a Colombia desde tres países simultáneamente: Venezuela, Ecuador y Nicaragua. El primero entraría por La Guajira, Ecuador por el sur y Nicaragua por el Caribe con el objetivo de hacer un cerco sobre Bogotá. Las Farc, por su parte, conformarían un gobierno provisional y se abriría camino a la revolución continental.

En la simulación no se le ponen nombres concretos a los países, pero es evidente por los mapas y por la descripción de cuáles se trata. Hasta hace poco, el Plan Guaicaipuro estaba colgado en Internet pero dada la delicadeza del asunto fue retirado hace poco. Además las circunstancias han cambiado, y hoy Ecuador no es considerado un aliado militar automático de Venezuela.

En todo caso, aunque todos los países tienen entrenamientos militares con escenarios hipotéticos, este plan es mucho más concreto, agresivo y preocupante que cualquier juego de guerra que haya podido ser elaborado por el gobierno colombiano. Sobre todo si se tiene en cuenta que Hugo Chávez ya en el pasado demostró que es capaz de recurrir a las vías de hecho, como lo hizo al intentar el golpe de Estado contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez, que desembocó en 50 muertos y en su carcelazo. Ese antecedente es una clara ilustración de que a Chávez no le tiembla la mano.

Por todo lo anterior el gobierno colombiano, que durante algunos años creía que perro que ladra no muerde, comenzó a contemplar la posibilidad de que mordiera. Este nuevo escenario dejaba sólo dos alternativas: o entrar en una carrera armamentista o fortalecer la alianza con los Estados Unidos. Teniendo en cuenta que el gobierno esta librando una guerra interna contra los grupos subversivos, se optó por lo segundo. Ese es el origen de la decisión de tener presencia norteamericana en siete bases militares colombianas.

El acuerdo, en el fondo, es simbólico y carece de toda importancia militar. El número total de soldados gringos acordado entre los dos países en el pasado se sigue manteniendo en 800, pero ni siquiera se va a llegar a ese tope. Esta cifra es irrisoria si se piensa que Estados Unidos tiene bases militares en múltiples países como Grecia, Italia y Alemania, donde el número de soldados norteamericanos oscila entre 10.000 y 60.000 en este último. En ninguno de esos países se ha dicho que se ha sacrificado la soberanía nacional ni que se le ha entregado el territorio al imperio.

Por mala comunicación de parte del gobierno y por estar el país en época electoral, el debate sobre este tema se ha distorsionado. Esto ha dado pie para que se haya interpretado como una invitación al ejército yanqui lo que no era más que la actualización de un acuerdo militar ya existente. Obviamente, el gobierno de Uribe señala que esa actualización era necesaria para combatir la guerrilla y el narcotráfico. Eso no es mentira, pero la verdad es que sólo es la mitad de la historia. La otra mitad, la que no se reconoce públicamente, es que se trata de un mecanismo de disuasión frente a cualquier locura de Chávez. Eso ya lo sabe éste, y por eso es que está 'cargado de tigre'.

Sin embargo, disuasión no es agresión. Y esos soldados no tienen como objetivo ni atacar a Chávez ni servir como punta de lanza para que el imperio lo haga. Su única función es dejar claro que el que bombardee esas bases y mate soldados norteamericanos se está metiendo con el gobierno de Estados Unidos.

Aun así, las posibilidades de una guerra entre Colombia y Venezuela son remotas. El 80 por ciento de los venezolanos, según las últimas encuestas, considera esa opción totalmente absurda. Los militares tampoco la quieren; con Chávez están cogobernando y controlan la economía del país. Eso ha disparado la corrupción y para cualquier coronel es mucho mejor enriquecerse que ir a la guerra. Guerra que, entre otras, podría terminar por tumbar a Chávez, como le sucedió a Leopoldo Galtieri en Argentina cuando invadió las Malvinas declarándole la guerra de facto a Inglaterra, o a Saddam Hussein cuando desafió al Tío Sam.

Otro problema que tendría Chávez si declara la guerra es que no es muy claro cuál sería su objetivo. Podría invocar una reivindicación territorial de La Guajira basada en frustraciones históricas, pero muchos países en el mundo albergan sentimientos de esta naturaleza y no se les ocurre arreglar el problema a bala. Los mexicanos perdieron California y Texas con Estados Unidos y aunque no les gusta, ya es una realidad superada. Lo mismo le sucedió a Ecuador con las zonas amazónicas que hoy son de Perú, o a Bolivia cuando perdió su acceso al mar por cuenta de la guerra del Pacífico contra Chile, a Guatemala con Belice, o sin ir más lejos a Colombia con Panamá. En cuestiones fronterizas generalmente se aplica el adagio del mundo de los negocios, que es mejor un mal arreglo que un buen pleito.

Como la reivindicación territorial es poco probable, el único objetivo que podría tener Chávez es pensar que el gobierno colombiano, manejando guerras simultáneas contra las Farc y contra Venezuela, podría caerse y ser reemplazado por un gobierno de Alfonso Cano y el 'Mono Jojoy'. No hay duda de que eso es lo que le gustaría, y su simpatía con las Farc después de la aparición del computador de 'Raúl Reyes', dejó de ser objeto de duda.

Sin embargo, un triunfo guerrillero como el de Fidel Castro en Cuba en 1959 sería una fantasía comparable solamente a la película Avatar. Por lo tanto, si no se va a poder quedar con La Guajira y no va a poder llevar a las Farc a la Casa de Nariño, no se entiende muy bien a qué aspira Chávez. No existe ningún argumento racional para declarar una guerra a Colombia. Lo grave es que muchas de las guerras que se han declarado en la historia no han sido racionales. Y eso es lo verdaderamente preocupante.