Home

Nación

Artículo

| Foto: Guillermo Torres

CONSERVATISMO

Marta Lucía Ramírez: ¿Candidatura en suspenso?

Su triunfo tiene dos interpretaciones: la traición de los caciques o la rebelión de las bases.

1 de febrero de 2014

La felicidad del triunfo de Marta Lucía Ramírez en la convención conservadora duró poco. A las 24 horas los congresistas azules santistas, a quienes no dejaron hablar en la convención y quienes se habían retirado del recinto, ya habían demandado la legitimidad de esa candidatura. Al cierre de esta edición había un suspenso sobre cuál sería el desenlace de esa demanda. Si el Consejo Nacional Electoral les da la razón a los veteranos de la maquinaria, la elección sería nula y tocaría repetir la convención. No es seguro que esto suceda. En la convención tuvieron lugar muchas irregularidades, pero si se tiene en cuenta que el Consejo Electoral es de tendencia santista y ya fue objeto de una controversia al prohibir el uso de la imagen de Álvaro Uribe en su campaña, un veto a Marta Lucía podría tener muy mala presentación. Sería visto como una manguala entre un Consejo Electoral gobiernista y unos dinosaurios aferrados al poder que le cierran la puerta a una posible renovación. Pero también es cierto que se cometieron varias irregularidades consideradas graves en las reglas del juego de una convención y de ahí se agarrarán los que la impugnan para alegar que se violó un principio de legalidad.

Lo que sucedió en la convención conservadora fue un verdadero zafarrancho. Desde la convocatoria se presentó una pelea entre los gamonales parlamentarios santistas y los representantes de directorios departamentales y estudiantes (más cercanos a Marta Lucía). Ya el día de la reunión el ambiente estuvo caldeado ya que muchos asistentes mostraban su rechazo a la reelección con vivas y arengas. El caos se desató cuando el senador Roberto Gerlein, cabeza de lista al Senado por los conservadores, iba a leer el documento de apoyo a Santos redactado por los congresistas. Los abucheos no dejaron hablar al veterano parlamentario y la convención se suspendió por unos minutos.

El otro momento de gran tensión se vivió cuando la primera votación electrónica no alcanzó los umbrales requeridos y se abrió una segunda. Tres de los cuatro miembros del comité de garantías firmaron una constancia de que el segundo conteo no había sido debidamente autorizado. Estos dos eventos (el abucheo y el rompimiento del comité) hacen parte de la impugnación contra el triunfo de Marta Lucía.

Independientemente de cuál sea la decisión final del Consejo Nacional Electoral, es un hecho que los caciques tradicionales van a apoyar a Juan Manuel Santos. En teoría, si la candidatura de Marta Lucía Ramírez sigue firme, ellos no podrían apoyar a otro por la ley de doble militancia, que obliga a todos los que tienen el aval de un partido a acompañar al candidato oficial de este. Pero como se demostró en la elección de Noemí Sanín en 2010, por debajo de cuerda los disidentes pueden orientar sus votos a donde está la mermelada, sin que se configure una falta sancionable. Aunque ese transfuguismo sería de conocimiento público, no es demostrable.

Noemí Sanín ganó su candidatura al derrotar a Andrés Felipe Arias, en una consulta interna en la cual el Partido Conservador llegó a más de 2,2 millones de votos. Eso fue considerado un milagro político pues Arias era el candidato de Álvaro Uribe. En ese momento el Partido Conservador era el más fuerte de la coalición del gobierno de la seguridad democrática, pues era el más favorecido en la repartición de la mermelada.

Si toda esa maquinaria hubiera apoyado a la candidata ganadora, como lo exigía el reglamento, ella hubiera seguramente pasado a la segunda vuelta. Pero como Santos, en ese momento, representaba la continuidad del uribismo, prácticamente todo el bloque conservador que apoyaba a Uribe se fue con quien se perfilaba como su sucesor. El resultado fue que la votación conservadora bajó más de un 50 por ciento, dejando a Noemí con un melancólico penúltimo puesto con apenas 893.000 votos y el 6 por ciento de la votación. Peor que a ella solo le fue a Rafael Pardo, que fue objeto del mismo tratamiento en su condición de candidato oficial del glorioso Partido Liberal.

Hay dos interpretaciones contradictorias sobre lo que pasó con Ramírez: la traición de los caciques o la rebelión de las bases. La primera sería la simple repetición de lo que le pasó a Noemí, con la posibilidad de resultados parecidos. En la Gran Encuesta de RCN Radio y Televisión, La FM y SEMANA, su victoria en la convención no le aportó mayores dividendos. Pasó de 2 por ciento en diciembre pasado a 4 por ciento. Esa cifra no refleja toda la realidad pues es demasiado preliminar. Ella fue elegida el domingo 26 por la tarde y el trabajo de campo de los encuestadores se hizo solamente lunes, martes y miércoles, de tal suerte que aunque era la noticia del momento no había tenido tiempo de ser asimilada en su totalidad. Aun así no es un resultado alentador para una candidata con tres días de pantalla, más que la que tendrá en cualquier momento posterior a esa semana.

A la candidata, por supuesto, la interpretación que le gusta es la rebelión de las bases. En esto puede tener algo de razón. El Partido Conservador está perdiendo terreno y de los 22 senadores que tiene en la actualidad probablemente va a perder cinco o más en las próximas elecciones. Esto obedece a que participar en gobiernos de coalición, sin candidato propio, le han quitado la identidad y el espíritu. Puede haber sectores, principalmente entre las mujeres y la juventud, que quieran algo diferente como lo que representa Marta Lucía. Ser diferente en algunas ocasiones sirve mucho electoralmente. La gente con frecuencia quiere algo nuevo e impredecible. Mockus era así y casi empató con Juan Manuel Santos. Noemí, en su primera campaña en 1998, era diferente y logró un fenómeno electoral al obtener el 27 por ciento de la votación y casi pasar a la segunda vuelta. En 2002 Álvaro Uribe, un gobernador conocido en Antioquia pero desconocido nacionalmente, era novedoso y distinto y ese sí ganó.  Ahora, habrá que ver si Marta Lucia llena esos requisitos y logra encarnar una renovación y un cambio de lo tradicional.

Prácticamente nadie ha pensado que ella va a ser la próxima presidenta de la República. Santos, a pesar de que no despierta entusiasmo, tiene la cosa demasiado amarrada. Aun con Marta Lucía de candidata conservadora, el actual presidente tiene la posibilidad de ser elegido en primera vuelta. No tanto por su popularidad sino por la debilidad de sus rivales.

Marta Lucía, de toda la bancada parlamentaria de su partido, cuenta solo con cuatro senadores: Juan Mario Laserna, Jorge Pedraza, José Darío Salazar y César Delgado. En las últimas elecciones, Laserna sacó 54.000 votos, Pedraza, 53.000, Salazar 50.000 y Delgado 46.000. Lo anterior le daría un apoyo de maquinaria de alrededor de unos 200.000 votos. Esa es una cifra insignificante para una candidatura de un partido tradicional y por lo tanto todas sus esperanzas se basan en el voto de opinión.  Y es ahí donde el elemento de ser una cara diferente y renovadora sería su carta.

Lo que se puede anticipar desde ahora es que le va a pasar lo mismo que a Noemí Sanín. Lo que no se sabe es si por esto se entiende el minifenómeno electoral de su primera campaña presidencial o la descolgada de su segunda, cuando fue traicionada por su partido.  En 2002 Noemí Sanín logró posicionarse como la alternativa entre Serpa y Pastrana. Los dos tenían resistencias y la campaña de Sanín se centró en el concepto de que había una alternativa. En este momento, algo parecido sucede entre Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe. Santos no crece y Uribe gradualmente baja en la favorabilidad de su imagen en encuestas. Muchos colombianos están pensando que no quieren ni al uno ni al otro y que les gustaría una opción distinta. Ese es el escenario al que le juega Marta Lucía y que, por lo menos en lo que se refiere a la primera encuesta desde que fue consagrada candidata, no se ha producido.

Ella es una mujer muy inteligente, muy estructurada, muy trabajadora y muy responsable. Esas virtudes no necesariamente garantizan que se va a producir una ola azul. En política ser la primera de la clase no necesariamente funciona. Sin embargo, dado que ninguno de sus rivales despega, un triunfo enorme sería pasar a la segunda vuelta. Óscar Iván, Clara López, Enrique Peñalosa y Aída Abella están todos por debajo del 10 por ciento en la intención de voto (ver artículo anterior). En esas circunstancias, como se dice popularmente, en tierra de ciegos el tuerto es el rey.

Como se ven las cosas ahora, la única competencia electoral real que hay en el panorama inmediato es entre Juan Manuel Santos, el voto en blanco y los indecisos. Cada uno de estos tiene alrededor del 25 por ciento en la encuesta. Santos, quien seguramente no le tiene miedo a ninguno de los otros candidatos, debería estar preocupado por el voto en blanco y los indecisos. Sumados constituyen la mitad del país. Esa ecuación electoral no se había visto hacía muchos tiempo. Paradójicamente la incertidumbre que despierta la falta de emoción de esta campaña es precisamente la que la vuelve emocionante.