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El descontento generalizado con el mal servicio de TransMilenio fue aprovechado por un grupo de manifestantes que chocaron violentamente contra la Policía.

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Caos capital

Los disturbios y el vandalismo contra TransMilenio se salieron de madre y pusieron en jaque a la movilidad de los bogotanos. ¿Qué solución tiene este drama?

10 de marzo de 2012

Una protesta convocada en internet por un grupo desconocido, que comenzó a las ocho de la mañana del viernes, degeneró en uno de los peores días que han vivido los bogotanos en los últimos años. Todo un 'bogotazo' en miniatura por el caos en el que se ha convertido este sistema de transporte que, hasta hace poco, era motivo de orgullo y modelo a copiar para otras capitales del mundo.

Los supuestos miembros de la Liga de Usuarios de TransMilenio bloquearon tres puntos estratégicos: el Portal del Norte, Américas y la estación Banderas. Con afiches y pancartas planteaban cinco propuestas para mejorar el sistema de buses articulados. Pero pronto la protesta comenzó a brotar en otros lugares de la ciudad. Grupos de 40 o 50 personas, en su mayoría jóvenes, bloquearon el Portal de la 80, atacaron cinco estaciones de la Avenida Caracas e interrumpieron el servicio ante los esfuerzos infructuosos de las fuerzas policiales. La sevicia con la que los manifestantes rompieron los vidrios de las estaciones, se enfrentaron al Esmad y se tomaron los buses, incluso en movimiento, recordaron las imágenes de lo ocurrido con los tranvías en aquel 9 de abril. Como consecuencia, decenas de miles de personas que trataban de regresar a sus casas quedaron bloqueadas en medio de los vándalos y las fuerzas del orden que trataban de controlar la situación. Por avenidas y carreras importantes, como la Séptima y la Caracas, ríos de gente emprendían largas caminatas que, en algunos casos, solo terminaron bien entrada la noche. Y las principales vías presentaban impresionantes trancones de vehículos que pugnaban por circular.

Los disturbios fueron tan graves que por primera vez el gobierno distrital usó la sala de crisis de la Alcaldía. Desde temprano, el alcalde Gustavo Petro estuvo despachando desde allí, rodeado de los funcionarios responsables del sistema de emergencia, de las secretarías de Movilidad, Salud y de la Policía. Sus más cercanos colaboradores notaban cómo, a medida que pasaban las horas, Petro se ponía más nervioso y con frecuencia se tomaba la cabeza con las manos.

No fue una sorpresa

Lo increíble es que el alcalde había alertado sobre lo que podía pasar, basado en informes de inteligencia que habían advertido que se estaba gestando una fuerte jornada de protesta. En efecto, desde el miércoles las autoridades habían confirmado que, aprovechando el descontento con TransMilenio, algunos grupos coordinados planeaban sabotear el sistema. Pero, al parecer, la Policía y el propio secretario de Gobierno, Antonio Navarro, subestimaron la situación y el jueves decidieron no sacar a las calles todas las unidades ni ordenar un acuartelamiento total.

Por eso el alcalde, al informar sobre la situación, dijo que lo ocurrido no había sido simplemente una protesta ciudadana o un movimiento de usuarios descontentos. "Fueron grupos de personas interesadas en hacer vandalismo, robarse la plata de las taquillas y producir daño", dijo a las siete de la noche, cuando dejó de comunicarse a través de Twitter y convocó una rueda de prensa.

A esa hora todavía algunos puntos de la ciudad estaban fuera de control, como la autopista Norte con calle 187, la avenida Caracas con calle 51 y la avenida Chile, en donde delincuentes destruyeron a piedra ventanales del edificio de Davivienda de la carrera 11. Por las redes y los medios circulaban amenazas de bombas en el parque de la 93 y el centro comercial Andino. Pero se trataba de falsas alarmas y, al final de la triste jornada, la Policía pudo tomar el control de la situación.

De este viernes negro lo primero que quedó en claro es que un problema de estas dimensiones tomó a Petro muy al comienzo de su mandato, lo que le impidió contar con la experiencia necesaria para manejar adecuadamente una situación que seguramente no será la última. En efecto, Bogotá suele presentarles retos como este a sus alcaldes. Basta recordar que en 2001 Antanas Mockus tuvo que lidiar una gigantesca crisis cuando los taxistas bloquearon la ciudad para evitar que se aplicara el pico y placa para el transporte público de la ciudad. Algo parecido le ocurrió a Luis Eduardo Garzón cuando en mayo de 2006 la Asociación de Pequeños Transportadores (Apetrans) sacó de circulación a más de 14.000 buses para protestar contra el plan de chatarrización y otras medidas. Y en 2010, Samuel Moreno enfrentó un paro de varios días de los transportadores que protestaron por la puesta en marcha del Sistema Integrado de Transporte Público (SITP).

Pero mientras las protestas que padecieron los anteriores alcaldes se presentaron como reacción a políticas públicas que iban a pisar callos, la protesta del viernes, en una primera lectura, podría ser interpretada como una más de las decenas de bloqueos de TransMilenio, con petardos y articulados atravesados en la vía, que se repitieron en la administración de Samuel Moreno. Hace dos años, precisamente, el gobierno distrital anunció que iba a intensificar las labores de inteligencia y sería más riguroso con los protocolos de reacción inmediata y de respuesta de la Policía Metropolitana para contrarrestar el fenómeno de los bloqueos y sabotajes al sistema TransMilenio, cuya regularidad era para ese entonces ya preocupante. En ese entonces, el alcalde Moreno denunció también que se había detectado plenamente que agitadores profesionales estaban detrás de los bloqueos al sistema.

¿Qué pasó esta vez? ¿Por qué afectó de esta manera a la ciudad? ¿Por qué llevó a destrozos por 1.000 millones de pesos en cinco estaciones?

Acusaciones

Hay básicamente tres teorías. La primera es la que considera que se trata de una especie de montaje en contra del alcalde Petro y que proviene de sectores interesados en desprestigiar su gobierno. De hecho, el mismo alcalde días antes comenzó a decir que los bloqueos eran contra él y que venían de parte de un partido político. Cuando la protesta estaba desbordada, Petro acusó a la administración anterior y después al Moir, lo que desencadenó un largo enfrentamiento de comunicados y acusaciones mutuas. El alcalde también reveló por Twitter que Sebastián Galeano, que apareció como uno de los líderes de las protestas y dio declaraciones ante varios medios de comunicación, participó en una de las listas del Moir al congreso interno del Polo Democrático Alternativo.

El senador Jorge Robledo rechazó los señalamientos del alcalde Petro: "Ni el Polo ni el Moir son responsables de las movilizaciones". Y la exalcaldesa Clara López, presidenta del Polo, en declaraciones a SEMANA fue mucho más allá: "No es culpando a otros como va a solucionar los problemas del TransMilenio, que no puede responder eficientemente por la demanda de movilidad. Le digo al alcalde que debe serenarse, aprender a manejar las protestas y dedicarse a gobernar", dijo.

Otra teoría señala que no se puede ignorar el descontento que hay en la ciudad con la manera como está funcionando TransMilenio. El propio Petro, desde la campaña, no ha hecho otra cosa que hablar de mejorar el sistema, bajar las tarifas y combinar otras formas de transporte porque el modelo a todas luces está saturado. Y por eso no se podría descartar que sea solo una genuina muestra de rechazo de los usuarios. Es claro que Petro no es el culpable de la crisis de TransMilenio y que ella viene de tiempo atrás pero, como dijo un miembro del Polo, Petro ganó la Alcaldía no solo por denunciar al cartel de la contratación, sino por denigrar del servicio de TransMilenio y afirmar que era necesario reducir la tarifa. Pero sus afirmaciones como candidato le salieron caras como alcalde.

Y las autoridades no descartan que, por el modus operandi de las pandillas que asaltaron los buses, de por medio haya milicianos de las Farc que usan revoltosos profesionales para pescar en río revuelto. Al fin y al cabo, un alzamiento popular urbano ha sido siempre el sueño de la guerrilla, así sea por asuntos tan puntuales como el transporte. A lo que se agrega el interés de los violentos por deslegitimar un gobierno de izquierda que desvirtúa sus premisas de lucha armada.

Más allá de cuál haya sido su origen, en lo que algunos coinciden es en que el alcalde no mostró sus mejores dotes en el manejo de la crisis. El concejal independiente Juan Carlos Flórez dice que el alcalde está pagando las consecuencias de su forma de hacer política. "Desde el comienzo de la semana empezó a advertir que había una operación tortuga en el sistema, después anunció la renegociación de los contratos de TransMilenio y las advertencias de que algo grave iba a pasar el viernes. Lo que hizo el alcalde fue echarle leña al fuego y darles munición a los extremistas", dijo Flórez.

Incluso, a lo largo de la jornada Petro se dedicó a enviar mensajes a través de Twitter que, en vez de orientar y tranquilizar a los bogotanos, produjeron lo contrario. Al anunciar por esa red que autorizaba a cualquier bus o buseta a salir por la Caracas, después de 12 años de ser un corredor exclusivo de los buses rojos, pareció más una medida desesperada que una solución inteligente.

Lo segundo que quedó claro es que el alcalde tiene razón cuando afirma que es imprescindible ajustar y replantear el sistema de buses articulados. Si bien en un comienzo fue diseñado para transportar 800.000 pasajeros diarios, su éxito terminó siendo su problema. Hoy transporta entre 1,6 y 1,7 millones de pasajeros al día, es decir que en rutas como la de la Caracas moviliza más de 45.000 pasajeros/hora/sentido (en horas pico), pero su capacidad nominal es de solo 35.000. Esto quiere decir que TransMilenio transporta casi la misma cantidad de personas que un metro convencional, con la diferencia de que no tiene la infraestructura ni la autonomía de ese sistema. De ahí que algunas estaciones parezcan, a las seis de la tarde, una colmena alborotada.

El panorama tiende a empeorar. En febrero el tráfico creció entre 22.000 y 25.000 pasajeros, un aumento del 6 por ciento, debido a que algunos operadores del nuevo SITP comenzaron una fuerte campaña de chatarrización de buses viejos. Además, muchos automovilistas, cansados de los trancones, han preferido subirse al sistema. Esto ha hecho que los tiempos de espera aumenten en las estaciones a la par con el descontento. La cultura ciudadana, los guías y la orientación, que en un comienzo eran esperanzadoras, fueron desapareciendo paulatinamente abrumadas por la multitud, y dejaron el espacio para que en el sistema impere hoy la ley de la selva.

Los bogotanos están desesperados ante la falta de movilidad e indignados con el servicio que presta TransMilenio, con una de las tarifas más altas de América Latina. Sienten que el alcalde no les está ofreciendo soluciones a corto plazo. Petro, sin embargo, aún cuenta con alta favorabilidad y tiene un buen equipo técnico a su lado, por lo que aún está a tiempo para tomar los correctivos necesarios. Ya se anuncia la llegada de más de 100 articulados nuevos y la entrada en operación de las nuevas troncales. Junto con el esperado arranque del SITP y la esperanza del metro, podrían ser la llave de Petro para desactivar la bomba de tiempo en que se ha convertido el transporte masivo de la ciudad. TransMilenio, a pesar de todas las dificultades, es una conquista de los bogotanos y la envidia de otras ciudades del mundo. Y en manos del alcalde Petro está lograr que lo siga siendo.