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O R D E N    <NOBR>P U B L I C O</NOBR>

Caravana de paz

Los ciudadanos de Medellín y las localidades cercanas dieron ejemplo de solidaridad al país en Dabeiba.

3 de septiembre de 2001

A las 7 de la mañana partió del centro administrativo de Medellín la larga fila de 125 vehículos: carros, buses y tractomulas cargados de alimentos por una carretera al mar en pésimo estado pese a su importancia indiscutible. Era de la Caravana de la solidaridad por Dabeiba, un gesto de valentía civil que fue propuesto conjuntamente por el gobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria, los párrocos de las localidades de la región y miembros de las organizaciones de ayuda de Antioquia. El objetivo era llevar víveres y enseres a esta población de 26.000 habitantes, agobiada por el hambre a la que ha sido sometida desde hace dos meses por los paramilitares en su esfuerzo por cortarles los suministros a los guerrilleros.

Se trataba de romper el cerco que viven los habitantes de esa población, atrapados entre los dos grupos irregulares del conflicto. Los paras cortan el paso de todos los vehículos. Además restringen a sólo 40.000 pesos la compra de alimentos, medicamentos y gasolina cuando los campesinos llegan caminando a proveerse en Uramita, a 30 kilómetros de Dabeiba. Por su lado los hombres de las Farc merodean a seis kilómetros de la localidad, acechando el momento de bajar al pueblo o infiltrándose en él.

Considerado estratégico por su ubicación en la puerta del Urabá antioqueño, el otrora próspero poblado agrícola, conocido como la despensa de occidente, se ha visto obligado a ir abandonando su vocación tradicional agrícola por influjo de los violentos y de otra parte, por la falta de políticas estatales que estimulen esta actividad. Lo cierto es que ellos mismos acabaron transformándose en un botín de esta guerra territorial en la que está convertido el conflicto colombiano.

Así las cosas, los campesinos no pueden sacar los productos agrícolas que aún cosechan, como el fríjol, la yuca, la auyama y el maíz, con lo que el empobrecimiento acusa ser abismal si continúa esta situación. “Nos dicen guerrilleros o paracos y nosotros decimos que no. Somos guerreros en pie de voluntad para emprender tareas si nos apoyan”, proclamó Enrique Olaya Bastos, el presidente de la acción comunal, en el encuentro que se hizo en el corazón del parque de Dabeiba con propios y visitantes.

Sin importar las penurias del viaje o los riesgos que pudieran correr, como dijo alguien de la comitiva, “había amenaza pero no angustia”, la sociedad civil demostró con la caravana que tiene una elocuencia que supera la de las armas. Y fue así como ésta se convirtió en una fiesta colectiva. En cada poblado por el que pasaba los niños saludaban con banderolas blancas, decoradas por ellos mismos con sus lápices de colores y sus deseos de paz. Y cuando llegaron no hubo armas que se atrevieran a detenerlos. Las 250 toneladas que llevaban ayudaron al abastecimiento de la población. De éstas salieron los 10.000 mercados para atender a los 308 desplazados, a los ancianos, a los indígenas y a los pobladores más pobres que la Red de Solidaridad Social, los organismos departamentales y la Iglesia habían censado para recibirlos. Pero lo que era un bálsamo para ellos en el corazón de todos dejó un sabor parecido al de la Copa América. El triunfo de una empresa lograda por la decisión colectiva de los colombianos.