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Cátedra callejera

Un indigente es el gurú de los estudiantes de Villavicencio. Por unas monedas los asesora con las tareas.

11 de diciembre de 1980

Jorge Enrique Camacho está vestido con harapos y tiene a su lado una bolsa con ropa vieja y cajas de cartón. Su imagen no lo diferencia de los cientos de mendigos que a diario recorren las ciudades del país. A pesar de su apariencia, basta pararse un rato en una esquina del tradicional parque Los Libertadores de Villavicencio para darse cuenta de que 'El Profe', como lo llaman, no es un indigente común.

Antes de terminar durmiendo en las calles de Villavicencio, su historia no era diferente a la de miles de jóvenes bogotanos que terminan su bachillerato y desean seguir una carrera universitaria: "Nací en el barrio Las Cruces pero estudié en un colegio de Chía, luego me empleé en diferentes empresas donde fui mensajero. Quería estudiar ingeniería pero los escasos recursos de mi familia, que era de Boyacá, no daban para ilusionarse tanto", comenta con una voz baja que a veces queda sepultada por el ruido de los carros y el centro de la ciudad.

Al ver frustrado su sueño buscó la manera de aprender de todo un poco y empezó a estudiar contabilidad, sistemas, inglésy cuanto curso se le atravesara y pudiera pagar. Todo, acompañado de una gran dosis de lectura de libros de filosofía y español.

Pero consiguió la oportunidad de conocer, al menos en parte, algo de su pasión, la ingeniería, cuando trabajó en una empresa de construcción. Allí, siendo auxiliar de oficina, aprendió de los ingenieros y arquitectos nociones de matemáticas. "Fueron muchas las empresas en las que trabajé por más de 12 años. Cansado me aventuré a venirme al Llano, donde tenía unos primos que vendían chatarra y recorrían todos los pueblos del departamento. Eso me sirvió sólo para alejarme de mi madre porque cuando quise volver ya no me recibieron pues no tenía plata para dar en la casa", dice con nostalgia.

Durante más de 15 años recorrió Villavicencio entregando hojas de vida en oficinas, empresas y fábricas sin ningún resultado. Cuenta que una tarde de infructuosa búsqueda llegó a la conclusión de que permanecía más tiempo en las calles que en la pequeña pieza arrendada que ya no podía pagar. El asfalto se convirtió en su hogar y empezó a hacer de la mendicidad su forma de vida.

A pesar de la dramática situación, las calles tenían una sorpresa para Jorge Enrique. "Un día se me acercó un grupo de estudiantes de un colegio y, tal vez por tomarme del pelo, me preguntaron que si sabía algo de matemáticas, pues tenían muchas tareas y no sabían cómo desarrollarlas", dijo a SEMANA. Cuál no sería la sorpresa de los jóvenes cuando 'El Profe' tomó los cuadernos de álgebra y empezó a resolver uno por uno los ejercicios: "Yo sólo recordaba perfectamente lo que había aprendido en el colegio, los cursos que había hecho y lo que me enseñaron los ingenieros y los arquitectos", afirma.

Así comenzó su labor como docente callejero. Desde entonces los estudiantes de colegios y universidades de Villavo le consultan sobre materias que van desde inglés, filosofía, geografía, hasta matemáticas, física y química."Me gustan muchos los libros. Las bolsas que cargo con periódicos, revistas y folletos no son para reciclar, son para leer", asegura.

Aunque algunos dicen que la razón para terminar como indigente fueron las drogas o algún problema mental, él niega vehementemente que esa haya sido la razón y detesta que le digan loco. Un alumno lo defiende: "A mí me parece que no es enfermo, ni mendigo, es una persona muy inteligente que vive en las calles y que le colabora a todo el que tenga problemas con el estudio", comenta, y recuerda que varias veces le ha pedido explicaciones para los trabajos de último grado de secundaria.

Jorge Enrique no tiene tarifas por las asesorías, los estudiantes que lo consultan, muchos de ellos universitarios, le dan entre 3.000 y 10.000 pesos. Aunque no tiene una estadística sobre cuántos estudiantes ha ayudado, reconoce que obviamente en las temporadas de vacaciones sus 'ingresos', que le sirven para alimentarse, disminuyen sustancialmente. Por ello, dice, le gustaría tener un trabajo estable para intentar reorganizar su vida.

A pesar de estas dificultades, dice que su labor tiene recompensas que van más allá del dinero que le regalan sus 'alumnos'. Recuerda especialmente a un estudiante como la persona que le ha brindado la mayor alegría en los casi 10 años que lleva como profesor callejero: "En el año 2002 me invitó a su grado de bachillerato junto a su familia, y delante de todos me dijo que se había podido graduar porque gracias a las explicaciones que le di pudo comprender muchas cosas que no entendía".