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| Foto: BBC / Natalio Cosoy

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¿Cómo están operando las redes de los carteles mexicanos en Colombia?

Un grafiti a medio escribir en una pared de Tierra Alta, Córdoba, prendió de nuevo las alarmas de una expansión criminal de los carteles mexicanos en el país, ¿qué tanto es verdad? ¿a qué nos enfrentamos? y ¿qué tan nueva es la presencia de mafias foráneas en Colombia?

29 de enero de 2018

Por: Daniel Rico M.

Ninguna economía criminal puede subsistir en aislamiento geográfico (en autarquía dirían los economistas), las ganancias de los bienes que se tranzan en los mercados negros son proporcionales a las distancias recorridas –fronteras cruzadas-. Criterio que aplica por igual tráfico de cocaína, oro ilegal, telas, cigarrillos o whisky de contrabando que operan bajo los mismos principios de economías globales de escala.   

Un grafiti a medio escribir en una pared de Tierra Alta, Córdoba, prendió de nuevo las alarmas de una expansión criminal de los carteles mexicanos en Colombia, ¿qué tanto es verdad?, ¿a qué nos enfrentamos? y ¿qué tan nueva es la presencia de mafias foráneas en Colombia?

La atención frente al crimen transnacional ha sido hasta ahora la “exportación” de nuestras redes criminales, es decir la diáspora criminal en que las cúpulas mafiosas buscaron inicialmente  refugio en Venezuela (hasta que este país se volvió hasta para ellos muy inseguro), después unos continuaron la migración al sur cerca de los puertos de Buenos Aires, Río de Janeiro y Santos; y otros la migración a Centroamérica, y los más prósperos hacia Europa y países de conexión en las rutas a Asia.

Una aproximación a esa diáspora criminal criolla está descrita en un estudio de caso antes  publicado por el Woodrow Wilson Center (Rico, 2013) que concluyó que la migración criminal de las redes colombianas tenía rasgos diferentes a las expansiones transfronterizas de las mafias rusas e italoamericanas, que años antes habían sido caracterizadas por los  profesores Peter Reuter de la Universidad de Maryland, junto con Diego Gambetta y Federico Varese de la Universidad de Oxford. Más recientemente en una conferencia en el Instituto Real El Caro de Madrid, analizábamos las capturas por narcotráfico de los colombianos en España, y destacábamos la multiplicidad de organizaciones criminales a las que pertenecían y la dispersión geográfica de los capturados. En síntesis, las extensiones internacionales de las redes criminales colombianas que operan fuera de nuestras fronteras, lo han hecho principalmente bajo un esquema de franquicias, de manera muy fragmentada y paradójicamente de manera relativamente pacífica.

Hoy la pregunta que tiene en alerta a algunas regiones del país es la opuesta: ¿Cómo están operando las redes foráneas en Colombia?, sabemos con certeza algunas e intuimos otras, que en contexto nos dan sentido algún grado de evidencia para responder esta pregunta.

Sabemos que hace cinco años había una presencia más activa de los compradores internacionales de cocaína, la relativa escasez del alcaloide obligó a los carteles del norte a asegurarse directamente la cocaína en los laboratorios, buscando asegurar la cantidad, el precio y algo muy importante: la calidad (no han sido pocos los muertos y conflictos por envíos de cocaína rendida con medicamentos para el corazón y otras sustancias de corte) de las toneladas de ‘cristal‘ para importar. Desde entonces, la capacidad de producción de cocaína en el país se triplicó, con una producción de más de mil toneladas anuales de clorhidrato de cocaína (aunque la cifra oficial de un subregistro inferior) la premura de los compradores de cocaína para asegurarse in situ la producción hoy es menor, aunque sí genera una ventaja (de precio y de tiempo), ya no necesitan internarse de manera regular en las selvas de Nariño o el Putumayo para comprar la cocaína.   

Lo anterior no quiere decir que no haya traquetos extranjeros en Colombia, porque sí los hay, lo que quiere decir es que no vienen por acá solamente buscando toneladas baratas de cocaína, ya que sin salir del confort de sus zonas de control, ni asumir el riesgo de ser capturados por parte de nuestras autoridades (un factor que no es menor) también podrían conseguirlas. Hay más de una razón para pegarse la rodadita.

Sabemos que en la minería ilegal de oro hay una muy fuerte presencia de extranjeros donde destacan los brasileños (a quienes las autoridades prefieren deportar que condenar); que en el contrabando hoy san más visibles que antes el rol de los chinos, que las redes de insumos y precursores químicos de Ecuador y Venezuela se han hinchado con elboom cocalero, y que las economías dolarizadas y de limitada regulación como la de Panamá son óptimas para repatriar divisas a Colombia. También sabemos que todas estas (y otras más) economías criminales están profundamente integradas, creando un ecosistema criminal con tantos tentáculos dentro como fuera de Colombia.

Más o menos sabemos cómo han sido los apoyos de los carteles mexicanos en las disputas entre facciones del narcotráfico en Colombia, como proveyeron de armas –a crédito- a un bando en la disputa sin tregua entre Urabeños y Ratrojos. Igual se escucha que en las extradiciones de colombianos a EE.UU. en algunas de las delaciones los locales han involucrado a sus exsocios manitos y que por esto se han cobrado algunas deudas con sangre en Colombia.

Sabemos lo suficiente como para descartar que los carteles mexicanos estén haciendo una expansión armada buscando posesionarse de un territorio y establecerse como amos y señores de una porción de la frontera. Un campaña militar como la que protagonizaron los Zetas hace diez años en el norte de Guatemala, cuando decidieron ajusticiar al capo local Juancho León en represalia por el robo de un cargamento, y una vez cazado el blanco, prefirieron no regresar a México con sus cientos de hombres, sino decidieron asociarse con delincuentes locales (algunos exmilitares) para ampliar el feudo criminal, esta resultaría ser una estrategia muy costosa, de alto riesgo y con pocas probabilidades de éxito en Colombia.

Por historia y evolución criminal, lo más factible es que en Colombia se siga operando bajo el statu quo de franquicias y representación criminal entre pares foráneos, sistema que ha prevalecido durante las multiples coyunturas y ciclos del narcotráfico.

Las unidades de inteligencia, los grupos de tarea específica y la cooperación judicial internacional han sido nuestra mejor línea de defensa frente a las amenazas del crimen transnacional. De las inversiones que se hagan hoy para fortalecer las capacidades técnicas y humanas de nuestras agencias, depende que en el futuro no se repitan los espirales de violencia financiados por las redes transnacionales ilegales.

*Economista y Politólogo investigador en Economías Criminales
@danielmricov