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COMO PEDRO POR SU CASA

Acciones encubiertas demuestran que cualquier persona puede llegar armada hasta los despachos del Ministro de Defensa y el Fiscal, sin que nadie lo requise ni detenga.

27 de febrero de 1995

EL AUTOMOVIL BLINDADO y las dos motocicletas que lo escoltaban, se detuvieron frente a la entrada principal del Ministerio de Defensa. El vidrio de la puerta trasera bajó lentamente y la recia figura de un general del Ejército apareció ante un suboficial. que de inmediato lo saludó en tono marcial: "Buenas tardes, mi general; el comandante de guardia se presenta. No hay a novedad especial". Tras un corto saludo, el general le hizo una señal para que lo dejaran pasar. A su lado estaban sentados un obispo, acompañado de una religiosa, quienes sonrieron levemente. Luego el vidrio volvió a subir.
La caravana se dirigió rauda hacia el vestíbulo del Ministerio. Eran las 3:30 de la tarde del pasado miércoles. Del interior del vehículo blindado descendieron el general, un hombre de mediana estatura que portaba numerosas condecoraciones en el uniforme; el obispo, impecablemente vestido de negro y morado, tal como lo dispone la Iglesia Católica; y la monja, una mujer joven, ataviada con una túnica de color gris. Luego, con paso decidido, se dirigieron al interior del edificio. A escasos 200 metros de allí, en el segundo piso del comando del Ejército, se desarrollaba una reunión cumbre, a la que asistían por lo menos 50 generales provenientes de todo el país.
Sin mayores dificultades, el general, el obispo y la monja de entrada al Ministerio y se dirigieron a los pisos superiores. Caminaron despacio por el segundo, frente al despacho del Ministro de Defensa, Fernando Botero. Poco después ascendieron al tercer piso. Pero cuando pretendían acceder al cuarto, un soldado de la Policía Militar sospechó y de inmediato dio aviso a la oficina de seguridad del Ministerio. Tras una rápida acción, varios guardias los encañonaron y los condujeron a una oficina, donde los interrogaron. Entonces se supo la verdad. Se trataba de una prueba de vulnerabilidad, realizada por los servicios de contrainteligencia militar, con el fin de detectar posibles fallas en los sistemas de control del Ministerio. "Esta prueba la hicimos porque hacía dos días había comenzado afuncionar una nueva entrada al edificio. Entonces decidimos probar los mecanismos de reacción", dijo un oficial que conoció los pormenores del simulacro.
Y aunque los intrusos lograron entrar con facilidad a los predios del Ministerio, al día siguiente fueron felicitados los soldados de la Policía Militar que descubrieron la maniobra.

TAMBIEN EN LA FISCALIA
Una situación similar ocurrió hace dos meses, cuando un amigo del fiscal general, Alfonso Valdivieso, burló todos los sistemas de seguridad y llegó armado con una pistola calibre nueve milímetros.
El hombre, autorizado previamente por Valdivieso, fingió la rotura de la pierna izquierda y llegó a la Fiscalía con un gran yeso y dos muletas. El detector de metales se activó cuando el visitante, que argumentó tener una cita con el Fiscal, cruzó con las muletas. Pero no lo requisaron. Luego subió tranquilamente al despacho de Valdivieso y se mostró dispuesto a esperar, pese al yeso.
Una hora más tarde, y sin que nadie se percatara de lo que llevaba escondido, el hombre recibió la orden de entrar al despacho del Fiscal. Allí, ante el desconcierto de Valdivieso, el visitante desbarató la prótesis, sacó el arma y la dejó encima del escritorio.
Si bien se trataba de un juego, no está muy lejos el día en que los intrusos sean de verdad y tengan intenciones de ejecutar un atentado. Por eso, los cuerpos de seguridad de las dos instituciones están empeñados en evitar que los delincuentes, la próxima vez, anden como Pedro por su casa. -