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"COMO VAMOS, VAMOS MAL"

A los 70 días de gobierno, todo el mundo le esta cayenda encima al Presidente.

17 de noviembre de 1986

Nadie recuerda algo parecido en la historia reciente de Colombia. Apenas 67 días después de haberse iniciado el gobierno del presidente Virgilio Barco, una misteriosa carta anónima, con un lenguaje abstracto, ambiguo y sibilino, plagado de barroquismos y juegos de palabras que muy pocos lectores lograron descifar, ocupaba el espacio tradicionalmente destinado al editorial, en la edición del diario El Tiempo del lunes 13. De la carta solo se podía concluir que a alguien muy importante -que firmaba simplemente como "un lector"- no le gustaba la forma como se estaban desarrollando las cosas en el país desde el 7 de agosto. Sorprendía que fuera El Tiempo, el periódico que durante la campaña electoral se había identificado como ninguno con la candidatura del actual mandatario, el que diera cabida a la misiva. Pero el impacto fue mayor cuando, en medios políticos se comenzó a rumorar con insistencia, y posteriormente a confirmar, que el autor de la carta era ni más ni menos que el ex presidente Alberto Lleras Camargo.
Todo parecía indicar que él, al igual que su primo y también ex presidente Carlos Lleras Restrepo, se encontraban preocupados por la situación política del país y por la forma como el gobierno de Barco la estaba afrontando. La víspera de la aparicion de la carta, en el editorial de Nueva Frontera, Lleras Restrepo había dicho, el si con un lenguaje que nada tenía de abstracto, ambiguo ni sibilino, que "como vamos, vamos mal", con lo cual los dos ex presidentes más asociados a la candidatura Barco -o al menos los únicos que habían sido invitados al almuerzo del 7 de agosto donde las Rodríguez Fonnegra- se colocaban, por primera vez y sólo dos meses después de iniciada la nueva administración, en una posición crítica.

LOS OTROS SINTOMAS
Pocas horas después se haría evidente que estos no eran los únicos síntomas de problemas. El martes en la tarde, se conocía la renuncia de Bernardo Guerra Serna a la gobernación de Antioquia (ver entrevista), como consecuencia de la investigación de la Procuraduría sobre el incidente de tragos entre el mandatario seccional y un periodista del diario conservador El Colombiano de Medellín. La renuncia de Guerra, que fue rápidamente aceptada por el presidente Barco, era algo más que el episodio final de un asunto incómodo: significaba el retiro, 9 semanas después de su nombramiento, del gobernador del departamento más grande del país y del primer elector del liberalismo y figura clave de la clase política del partido de gobierno, clase política con la que Barco había pactado un matrimonio fundamental para el éxito de su gestión administrativa.
Los síntomas se siguieron manifestando al día siguiente, cuando El Tiempo publicó un editorial titulado "Elección acertada y replanteamiento", en el cual elogiaba el escogimiento de Víctor Mosquera Chaux como designado a la Presidencia, y sugería la necesidad de un replanteamiento ministerial. "Negar que existe un ambiente confuso en torno al gobierno, o ignorarlo, como lo haría el avestruz, no es procedimiento aconsejable", aseguraba el editorialista antes de agregar que "inclusive debería pensarse en hacer cambios en el gabinete ministerial". Estos cambios, según los conocedores del lenguaje de la casa Santos tendrían que ver básicamente con dos carteras: las de Desarrollo (Miguel Merino) y Salud (César Esmeral), cuyos nombramientos son considerados como fruto de "la improvisación del repechage" que se dio tras la aceptación de los conservadores nombrados en el primer decreto de gabinete.
Si alguien hubiera dicho en agosto que El Tiempo plantearía la necesidad de una crisis ministerial en octubre, la gente lo habría creído loco. Pero el hecho es que la pidió y con ello dio una prueba más de que las cosas no están saliendo bien al gobierno de Barco.

EL RETIRO DE BOTERO
Pero como si todo lo anterior fuera poco, el jueves se volvió público algo que se venia rumorando en los pasillos del Congreso, las redacciones políticas de los periódicos y en círculos del alto gobierno: que el ministro de Agricultura, el valluno José Fernando Botero, quien había solicitado una sorpresiva licencia "por motivos personales" semanas atrás, había finalmente renunciado a su cargo.
Este retiro significaba la salida de quien, teniendo en cuenta el combustible que el gobierno parecía estar gastando en la cuestión de la reforma agraria, podía haberse convertido en el ministro clave del primer gabinete de Barco. Cuando se produjo su nombramiento, éste fue interpretado como el deseo del Presidente de que Botero, senador experimentado y muy respetado por sus colegas en el Congreso, aceitara la máquina política que debía garantizar la aprobación sin problemas ni dilaciones del proyecto de reforma agraria presentado por el gobierno. De ahí que su retiro despertara toda clase de rumores, que iban desde la aceptación de la versión más o menos oficial de que todo se debía a la grave enfermedad de su padre, hasta el chisme que aseguraba que Botero renunciaba por fuertes enfrentamientos con algunos colegas del gabinete.
Sin embargo, la verdadera historia es una combinación de factores. En efecto, la enfermedad de su padre venía afectando a Botero, así como una úlcera de la que él mismo estaba sufriendo. Quienes lo conocen aseguran que es un hombre que suele deprimirse frente a los problemas y, como se sabe, estos no le faltan nunca a un ministro. Pero aparte de lo anterior, todo indica que Botero no estaba muy a gusto con algunos de los colaboradores que el presidente Barco le había nombrado en el Ministerio y quiso plantearle esa cuestión al Primer Mandatario, quien al parecer no le pasó al teléfono durante algunos días y tampoco lo recibió. Otras versiones aseguran además que, a las anteriores circunstancias, se sumaron algunos roces con el ministro de Hacienda, César Gaviria, a quien Botero le habría "pisado las mangueras" en unas declaraciones sobre política cafetera, tema que se considera potestad del titular de Hacienda. Sea como sea, el hecho es que Botero renunció, sumándole así un problema a los muchos que viene afrontado el gobierno .
Dentro de lo difícil que resulta la situación, el Presidente pareció sin embargo encontrar una rápida solución al caso del Ministerio de Agricultura, al nombrar en reemplazo de Botero a quien se venía desempeñando como viceministro, el ingeniero agricola Luis Guillermo Parra. A éste se le reconocen grandes calidades y conocimiento de los problemas del sector agrícola. Como dijera un dirigente gremial el jueves en la noche en el homenaje a los ministros liberales, organizado por el Instituto de Estudios Liberales, "se trata de un técnico que maneja una retahíla de cifras en la cabeza y que domina los grandes problemas del campo, así como las pequeñeces". El nuevo ministro tuvo oportunidad de demostrar ese conocimiento durante la improvisada rueda de prensa que se organizó euando llegó al homenaje, y en la cual, durante cerca de una hora, habló sobre lo divino y lo humano, pasando del tema macro de la reforma agraria, al tema micro de la comercialización del fique.
Pero a pesar de toda esta buena fama, los mismos que lo elogian como técnico, plantean algunas dudas relacionadas con sus posibles limitaciones políticas. Parra es un hombre más familiarizado con el manejo de cosechas que de parlamentarios, a los cuales deberá convencer de la necesidad de aprobar el proyecto de reforma agraria. Claro que también es posible que al nuevo ministro le suceda algo, parecido a lo que le pasó a Roberto Junguito, cuando fue nombrado como ministro de Hacienda en el pasado gobierno y mucha gente creyó, equivocadamente, que su tecnocratismo se iba a estrellar contra la muralla política del Congreso. Con Parra puede suceder que sea precisamente ese gran dominio de los aspectos técnicos de la cuestión agraria el que le permita "encarretarse" a los parlamentarios .

LA SOLUCION MOSQUERA
Ante todas estas adversidades, el gobierno podía reclamar por lo menos una victoria: el acertado manejo que Virgilio Barco le dio a la exigencia que se le hacía desde distintos sectores para que señalara el nombre de quien debía ser elegido designado a la Presidencia. Frente a un riesgo de división del Partido Liberal por el enfrentamiento entre los grupos de los senadores Eduardo Mestre Sarmiento y Hernando Durán Dussán, el Primer Mandatario optó por la solución salomónica de una tercería en cabeza del ex designado Víctor Mosquera Chaux. El veterano dirigente liberal llenaba una serie de requisitos, entre ellos el de dejar felices a todos los ex presidentes, al disidente senador Luis Carlos Galán, a los periódicos, y hasta a la oposición conservadora.
Los únicos descontentos por el señalamiento de Mosquera era su archienemigo en el departamento del Cauca, el senador Aurelio Iragorri Hormaza, y la Unión Patriótica, que lo tildó como siempre de ser un cacique, latifundista y un enemigo del proceso de paz.
Sin embargo, teniendo en cuenta que la Designatura es, aún más que en el pasado, un cargo simbólico, la solución del impasse es una victoria relativamentc pírrica, si se tiene en cuenta la magnitud de los problemas en los otros frentes. Además, subsisten reservas sobre el utilizar como criterio para el escogimiento del designado, simplemente el de no dejar bravo a nadie.
La designación de Victor Mosquera es uno de los pocos actos del gobierno, que ha dejado a casi todo el mundo contento. La verdad es que la medición tradicional de los primeros cien días de gobierno, generalmente asociada con la idea de "días de gloria", no estaba siendo generosa con Virgilio Barco, cuando apenas llevaba 70.