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Con licencia para hablar

Gilberto Rodríguez Orejuela habló por primera vez ante la justicia norteamericana y logró que le mejoraran sus condiciones de reclusión.

30 de enero de 2005

A Gilberto Rodríguez Orejuela no le fue mal en su primera audiencia en la Corte del Distrito Sur de la Florida. No sólo logró que el juez Federico Moreno lo dejara hablar, sino que consiguió que lo cambiaran de celda, que le asignaran un compañero y que pudiera ver la luz del sol.

Pálido y con señales de agotamiento, el ex jefe del cartel de Cali ingresó al salón vestido con uniforme habano. "Con su permiso", dijo mientras pasaba frente a los tres fiscales. Con pasos cortos y arrastrando sus pies atados a una cadena, atravesó el recinto y se sentó al lado de su defensor, José Quiñón.

A la audiencia asistieron el pasado viernes unas 50 personas entre fiscales, agentes de la DEA, de Inmigración y Aduanas, abogados, periodistas y curiosos.

Pero cuando todos esperaban que se leyeran los cargos, que 'El Ajedrecista' se declarara inocente y que el juez fijara la fecha para iniciar el juicio, el penalista José Quiñón sorprendió a la audiencia al asegurar que no podía ser el abogado de Rodríguez Orejuela. "Su señoría, yo encontré una propiedad que no estaba asociada con la droga y tengo una constancia del gobierno colombiano de que el dinero no provenía de dineros ilícitos. Pero ayer recibí una carta de Control de Bienes Extranjeros en la que me dicen que no puedo recibir dinero de Myriam Ramírez, esposa del señor Rodríguez. Él confía en mí, pero tal y como están las cosas, a él lo tendrá que representar un defensor de oficio". Entonces le dijo el juez: "¿Pudiera ser usted ese defensor? Ante la pregunta, Quiñón respondió: "Yo no podría trabajar por 90 dólares la hora. Yo no quiero perder dinero". El juez fijó entonces un plazo hasta el próximo 28 de marzo para definir la defensa de Rodríguez, mientras que en el recinto sólo se escuchó el murmullo de los agentes antidrogas.

Antes de terminar, el juez quiso estar seguro de que el mayor de los hermanos Rodríguez Orejuela hubiera entendido el aplazamiento y le preguntó: "Esperamos que usted no se vaya a quejar de que nosotros estamos dilatando el caso. ¿Usted entiende señor Rodríguez?". "Sí su señoría", respondió el capo. "¿Y usted quiere decir algo?", le dice el juez. "Con su venia, le quiero hablar de mi estado de reclusión". El juez se quedó pensativo y después de una larga pausa le dijo: "OK. Hable". "Sólo me voy a tomar dos minutos su señoría", pero Rodríguez Orejuela sabía que no podía desaprovechar esta oportunidad y habló más de 20 minutos.

Sostuvo que desde que fue extraditado sólo ha podido conversar telefónicamente con su familia cuatro veces. Que no tiene derecho a tomar el sol. Que sólo un nieto de 20 años de edad lo ha podido visitar y que después de las 10 de la noche le apagan la luz de la celda y luego cada hora un guardia ilumina su rostro con un reflector de color amarillo. "No he podido tener un sueño reparador", le dijo Rodríguez al juez, un hombre que por sus canas y sus marcadas arrugas aparenta unos 60 años, pero que en esta audiencia recordó su tiempo de juventud: " Señor Rodríguez, eso de la luz apagada a las 10 de la noche no es inconstitucional. A mí me hacían lo mismo cuando joven y tenía que estudiar". Sólo se escucharon risas en la sala. Y para completar el juez, mirando a un oficial del centro de reclusión, le dijo: "¿Y no será que le pueden dar unas gafas de esas que dan en las aerolíneas en primera clase?". A lo que él respondió: "No, su señoría. Porque hay que verle los ojos". Sin embargo, a pesar de las risas, el capo logró los primeros beneficios. El oficial Walter Wood, de la prisión federal, se comprometió en que a partir del próximo miércoles le van a dar una celda diferente, que va a tener compañero, va a poder salir a un área de recreación, tendrá más acceso a la lectura y le podrá escribir con más frecuencia a su familia. El ex jefe del cartel de Cali le tenía un profundo miedo a su primer sitio de reclusión, que se conoce como la Unidad de Alojamiento Especial (Special House Unit) o SHU, o 'el hueco', en donde están los presos peligrosos o testigos del gobierno que requieren extrema seguridad. Sin embargo, cuando vio la oportunidad le dijo de frente al juez que lo ayudara y la justicia norteamericana por primera vez lo escuchó.