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Conatos de rebeldía

Alvaro Uribe se la juega toda para aprobar la mayoría de sus reformas en los próximos 15 días mientras aguanta presiones del Congreso por burocracia.

1 de diciembre de 2002

En la plenaria del Senado del jueves 28 de noviembre no había un alma. El senador Luis Alfredo Ramos, presidente del Congreso, llamó a lista a las 2 en punto de la tarde. Sólo un puñado de senadores respondieron. Luego volvió a verificar quórum a las 3 y después a las 4. Según el reglamento levantó la sesión y pospuso el debate del proyecto de referendo hasta este lunes. La razón de la ausencia: en ese mismo instante las mayorías parlamentarias estaban en reunión con el presidente Alvaro Uribe. ¿Por qué el presidente del Senado, líder de la bancada de gobierno, aplicó tan severamente las reglas del Congreso en detrimento de un proyecto tan importante?

Las relaciones entre Ramos y los uribistas no pasaban por un buen momento a raíz del voto negativo del jefe del Legislativo para la supresión de las personerías. Pero Ramos no era el primer parlamentario partidario del gobierno que manifestaba públicamente su inconformidad. En sendas entrevistas al diario El Tiempo los senadores Carlos Holguín, director del Partido Conservador, y Germán Vargas Lleras, líder de la bancada uribista, confirmaron las fisuras que se habían venido presentando entre el gobierno y los parlamentarios de su bancada.

Vargas Lleras afirmó que las mayorías del presidente Uribe eran "una luz que probablemente no perdure hacia el futuro", mientras que Holguín acusó al gobierno de "amiguismo". Por otro lado, un grupo de 21 liberales uribistas enviaron ese mismo jueves 28 una carta a la recién posesionada Dirección Nacional Liberal -de corte serpista-, en la que instaban a "establecer los mecanismos para la unidad del partido en el cual tenemos origen". A buen entendedor, pocas palabras bastan: en respuesta a los intentos de los senadores Rafael Pardo, Claudia Blum y Vargas Lleras de crear un partido uribista estos parlamentarios de su misma línea, liderados por Darío Martínez y el bloque costeño, tendían puentes con el liberalismo que no apoyó a Uribe. Los nuevos codirectores de la DNL se frotaban las manos.

¿Se le desbarataban las mayorías al Ejecutivo a sólo dos semanas de que se acabara la legislatura?

En realidad más que el fin de la novata bancada uribista lo que hay es la tradicional puja de los congresistas para sacarle lo máximo al gobierno cuando más los necesita. Con el referendo a un paso de ser aprobado y la mayoría de las reformas -pensional, tributaria, laboral y facultades extraordinarias- en cola para entrar a las plenarias, era el momento para un pulso con el presidente Uribe. Así, de la entraña misma de la bancada de gobierno surgieron las presiones.

Es muy difícil afirmar a ciencia cierta cuáles son las motivaciones de estos congresistas para desviarse de la línea del primer mandatario. Para el senador Ramos este es un problema de "la independencia del Congreso porque no somos subalternos del Presidente". Sin embargo este conato de disidencia provino de la cabeza del uribismo en el Parlamento. Además no se puede menospreciar el poder del presidente del Congreso, quien a base de reglamento es capaz de torpedear cualquier trámite legislativo el tiempo que así lo quiera.

Para congresistas opositores consultados por SEMANA la razón de la rebeldía es más prosaica y conocida: burocracia. Es un secreto en voz alta el malestar de muchos congresistas uribistas con la postura del gobierno de no dar puestos estatales para repartir a sus fichas. Esta transacción, vital para su supervivencia política en un año electoral como 2003, no ha sido patrocinada por el presidente Uribe.

Otros uribistas van más allá. "Hay uribismo de primera y segunda clase. El de primera son los amigos, y con ellos está gobernando Uribe; para los de segunda no hay cargos", afirmó un congresista seguidor del gobierno que pidió reserva de su nombre. Por chantaje, por conciencia o por conveniencia, lo cierto es que al caer la tarde del jueves las divisiones internas de la bancada del Presidente eran más que evidentes, no sólo en el Congreso sino ante la opinión pública.

El gobierno no dejó crecer la rebeldía. Luego de una reunión entre el primer mandatario y el senador Ramos, este último dio por superado el altercado. "Soy un aliado del presidente Uribe y sus reformas. Trataré de agilizar los trámites para entregarle al país un buen balance", dijo Ramos a SEMANA. Así como la cabeza visible del Congreso puede parar un proyecto, así mismo le puede inyectar velocidad si lo desea. Es obvio que la próxima semana las bancadas opositoras debatirán puntos polémicos del referendo, como la prórroga a los alcaldes, el anticipo de elecciones y la congelación del gasto público. Será tarea de Ramos que las mayorías uribistas voten con disciplina y echen a andar en estos últimos días de trabajo legislativo la aplanadora del gobierno. Esta ya se estrenó con la aprobación rápida de proyectos como la reforma laboral.

El uribismo en el Congreso no es más que una colcha de retazos con el primer mandatario como único denominador común. Las recientes escaramuzas no son una evidencia de que el gobierno perderá las mayorías, sino del pulso natural que siempre se ha dado en Colombia entre congresistas que buscan mantener sus clientelas y un Ejecutivo que tiene poco tiempo antes de que se le agote su luna de miel para imponer las reformas que se propuso. Y en este caso el presidente Uribe parecer tener músculo de sobra todavía para imponerse.