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¿CONEJO A LA CONSULTA?

Rebelión contra las reglas del juego produce sombra de división liberal y repunte de Durán Dussán.

27 de marzo de 1989

El cuento de hadas duró poco. La varita mágica del hada madrina había logrado poner de acuerdo a todos los caballeros sobre el más espinoso de los temas: la sucesión al trono. Se anticipaba desde ya un final feliz en el cual sería ungido por los caballeros, un príncipe rodeado de todo su pueblo. Sin embargo, los caballeros duraron poco sentados a la mesa redonda: la mitad decidió retirarse, haciendo caso omiso de los consejos del hada madrina y, nuevamente, grises nubarrones se posaron sobre el cielo del reino.
Esta versión fabulada bien podría servir para contar lo que le sucedió al Partido Liberal la semana pasada. Lo que la varita mágica del ex presidente Julio César Turbay había conseguido, era el consenso alrededor de la consulta popular como medio de escoger al candidato y de garantizar la unión para las elecciones de 1990. Y lo que la mitad de los parlamentarios liberales comenzaron a pensar era que la consulta popular, como estaba planteada, no era tan conveniente como se había creído en un principio.
La consulta popular, de la que todos los políticos hablan y muy pocos colombianos entienden, es en realidad un mecanismo muy sencillo. Consiste simplemente en utilizar las elecciones parlamentarias de marzo del 90, que se deben llevar a cabo dos meses y medio antes de las presidenciales, como medio para que los liberales expresen sus preferencias entre los distintos candidatos a la Presidencia. En términos operativos, se trata de que los votantes liberales tengan la opción de adicionar a la papeleta de corporaciones públicas, otra papeleta con el nombre del precandidato que respaldan. Si el 50% de estas últimas papeletas señala a uno de los precandidatos, éste se convierte automáticamente en el candidato único del partido. Si no, una convención posterior tendría facultades para escoger al candidato entre los precandidatos inscritos a la consulta o, en caso de que en esa primera votación ninguno consiga la mayoría absoluta, en una segunda vuelta escoger cualquier otro de los dirigentes liberales.
A primera vista, el mecanismo parecía muy atractivo. Era justo, era democrático y representaba un seguro de vida contra la división, ya que sobre esta base, el Nuevo Liberalismo había aceptado reincorporarse al partido. Había sido aprobado como punto central del acuerdo de unión entre Luis Carlos Galán y el entonces presidente de la Dirección Liberal, Hernando Durán Dussán en mayo del 88. Posteriormente, la Convención de Cartagena lo había ratificado en forma unánime y le había dado el mandato al jefe único, el ex presidente Turbay, de negociar su implementación.
LOS PRIMEROS PEROS
No había acabado de secarse la tinta de los firmantes de este acuerdo, cuando comenzaron a surgirle toda clase de peros, que podrían resumirse así:
- La consulta es un instrumento divisionista, que pone a los liberales a enfrentarse entre si a todos los niveles. Esto significa que se puede atomizar el partido, porque en cada municipio puede haber tantos candidatos a la alcaldía como precandidatos a la Presidencia.
- No hay suficiente tiempo entre las elecciones parlamentarias y presidenciales para dejar que cicatricen las heridas, reunir a la Convención, elegir al candidato y convencer a los votantes de que lo elijan presidente.
Invocando estos dos puntos, uno a uno se fueron sumando parlamentarios coordinados por el senador santandereano Eduardo Mestre y por el representante caldense Rodrigo Garavito, hasta llegar a que cerca de la mitad de los parlamentarios liberales hubieran manifestado la necesidad de desmontar o al menos revisar los mecanismos de la consulta popular. El núcleo central alrededor del cual se reunieron los integrantes del bando anticonsulta, era el denominado "grupo de la Contraloría" que, al final de la semana y con el apoyo de los duranistas, llegó a congregar a 73 de los 177 parlamentarios, para levantar la bandera de la rebelión. En la otra orilla, es decir a favor de la consulta y de sus actuales reglas, se conformó un grupo que hubiera sido inimaginable hace menos de un año: Luis Carlos Galán, Ernesto Samper y Alberto Santofimio, como precandidatos, y el ex presidente Turbay como jefe del partido y garante de los acuerdos que habían conducido a la consulta.
Estas dos alineaciones hacen pensar que los argumentos contra la consulta tienen tanto de largo como de ancho. Si es verdad que ese mecanismo puede conducir al liberalismo a la derrota, tanto a nivel nacional como municipal, ¿qué explicación tiene que personas tan interesadas en la victoria como tres precandidatos y el ex presidente Turbay, un viejo zorro del partido que tiene la responsabilidad de conducirlo al triunfo, lo apoyen? Igualmente se podría afirmar que, para ganar, lo que más necesita el partido es la unidad, y precisamente para garantizarla es que se aprobó la consulta popular. Seis semanas de campaña presidencial pueden no ser mucho tiempo, pero con un solo candidato tienen más posibilidades de llevar al liberalismo al poder, que seis meses con dos o más candidatos que es, presumiblemente, lo que podría suceder si se le pone conejo a la consulta.
EL ESPECTRO DE GALAN
Una explicación de no menos peso, pero no expuesta públicamente por ninguno de los opositores a la consulta, es tal vez que bajo estas reglas, Galán tiene juego. La consulta popular se aprobó originalmente para que Galán entrara al partido, pero no para que se convirtiera en el candidato para el 90. Por esto se estableció el mínimo del 50%, para que fuera casi imposible que de un abanico de cinco o seis candidatos, alguno obtuviera automáticamente el triunfo en la consulta. Al no cumplirse este requisito la decisión quedaba en manos de una Convención en la que difícilmente Galán podía tener mayoría.
La tradición en Colombia, desde la realización del Consenso de San Carlos en 1978, es que lo que se llama consulta popular es más consulta que popular. Y lo es porque al estar atada la selección del candidato a las elecciones parlamentarias, son finalmente la maquinaria del partido y los barones electorales los que acaban decidiendo por quién votan sus tropas.
Los convencionistas de Cartagena creyeron que lo anterior iba a seguir siendo válido con el nuevo mecanismo aprobado. Pero a medida que se fueron definiendo las reglas del juego, algunas cosas los fueron alertando. En primer lugar, una cosa es Galán contra todo el oficialismo unido -como sucedió en el 82 y en el 86- y otra muy distinta, Galán en medio de un oficialismo fragmentado, con candidaturas como las de Durán, Samper, Santofimio, Holmes Trujillo, etc. En segundo lugar, la innovación de la papeleta separada permite anticipar que, aunque el voto parlamentario sea cautivo, se le sumará un voto independiente que en las consultas anteriores no existía. Por otro lado, las encuestas demuestran que la preferencia del electorado por Galán es arrasadora. Aunque los resultados de las elecciones parlamentarias no dependen de las encuestas sino de cómo mueven los caciques sus fichas, varios de estos caciques se pueden sentir atraídos por la capacidad de arrastre que pueda llegar a tener un precandidato con más del 60% de apoyo. Sobre todo si se tiene en cuenta la experiencia reciente en la lucha por la Alcaldía de Bogotá en el 88, con los nombres de Carlos Ossa y Juan Martín Caicedo, que demostró que los votos no son tan endosables como se pensaba.
Todos estos factores hicieron que la precandidatura de Galán pasara de simbólica a real. Y por ello mismo, que en escasas cuatro semanas, su fuerza parlamentaria pasara de sus 17 congresistas originales, a treinta y pico. Esta cifra todavía no representaba un peligro, pero a este proceso había que ponerle un tatequieto lo antes posible, para evitar la atomización de la bancada parlamentaria liberal que, mientras se mantenga mayoritariamente en bloque, siempre podrá imponer a quien quiera.

CITA EN MICHELANGELO
Como la evolución de los acontecimientos estaba demostrando que el bloque parlamentario no se podía mantener unido alrededor del nombre de ninguno de los precandidatos, se optó por intentar aglutinarlo alrededor de una causa: que la maquinaria conservara un poder decisivo a la hora de escoger al candidato. Para comenzar, había que oponerse a la innovación que estaba poniendo en peligro ese poder: la consulta popular.
Y eso fue lo que se concretó el jueves de la semana pasada, cuando 60 parlamentarios se reunieron en Michelangelo, una discoteca al norte de Bogotá, en un episodio después del cual se insinuaron las sombras de la división.
Detrás de lo que el diario El Espectador calificó como "encerrona", estaba el grupo del contralor Rodolfo González, quien al mediodía se hiza presente para el cierre de la reunión.
Con su presencia quedaba sellada la posición anticonsulta de su poderoso grupo parlamentario. A él se sumaban pesos pesados del calibre de los senadores Bernardo Guerra y Gustavo Balcázar, creando una fuerza que si bien puede no resultar todavía decisoria, sí cuenta con lo que se podría llamar poder de veto.
Aunque la causa del grupo es encontra de los mecanismos de decisión establecidos, y no en favor de ningún nombre, esta procesión no puede seguir, por mucho tiempo, sin su santo. Y el gran beneficiario es Hernando Durán Dussán. Su precandidatura después de un rápido despegue, estaba laguideciendo. Como un candidato más en medio de un oficialismo fragmentado, su hora no parecía estar llegando.
La reunión en Michelangelo cambió todo esto. Si bien no hubo un adhesión explícita a Durán, es evidente que el respaldo de ese poderoso grupo puede terminar siendo para él. Esto puede obedecer tanto a un proceso de convicción como a un proceso de eliminación. Es absolutamente imposible que esa fuerza apoye a Galán. Samper, quien cuenta con la mayor fuerza individual en la Convención tampoco es santo de su devoción entre otras por ser visto por muchos como cercano a Galán. Con Santofimio simpatizan, pero no creen que vaya a ganar. Y la última precandidatura, la de Carlos Holmes Trujillo está en etapa embriónica pues ni siquiera ha regresado de Moscú, donde se desempeña como embajador. Ante esta realidad, del abanico sólo queda un nombre, el de Durán. Si bien fervor sería un término exagerado para describir los sentimientos que despierta entre ellos, el hecho es que es un liberal disciplinado de tiempo completo, con una extensa hoja de vida al servicio del partido.
Para el ciudadano raso, todos estos tejemanejes no son fáciles de entender y por ello mismo, Durán no necesariamente está en sus cálculos. Pero para quienes saben dónde ponen las garzas en asuntos preelectorales, los sucesos de la semana pasada tienen implicaciones enormes a favor del ex alcalde de Bogotá. En sólo una semana, Durán está a punto de pasar de colero a puntero en lo que a fuerza parlamentaria se refiere, con la dinámica de bola de nieve que estas evoluciones entrañan. Inclusive es presumible que el grupo de los rebeldes trate de imponerlo como candidato oficial en la Convención del 22 de julio, sin esperar los 9 meses que faltarán entonces para la consulta popular.
LO QUE VIENE
Sin embargo, lo anterior es más fácil decirlo que hacerlo. Teniendo en cuenta que la consulta popular fue la fórmula para unir al Partido Liberal, es muy difícil desmontarla. Para comenzar, contará en la Convención de julio, con las fuerzas de Samper, Galán y Santofimio, juntas, que constituyen más o menos la mitad de los convencionistas. Para no mencionar el hecho de que el ex presidente Turbay tiene empeñada su palabra en el cumplimiento de esos acuerdos. Además de esto, si se revoca la consulta, Galán, aunque le sería muy difícil volver por el camino de la disidencia, prácticamente no tendría alternativa, puesto que sería impresentable haber entregado las armas a cambio de nada. Todo esto sin contar con que, en esas circunstancias, la candidatura disidente de Santofimio sería absolutamente segura. El senador tolimense está llegando a la conclusión de que en Colombia funciona más la disidencia que la disciplina y está convencido de que si se deja contar, aparecerán más votos de los que le calculan sus detractores. Si le cambian las reglas de juego, no hay quien lo pare.
Conscientes de esto, los rebeldes han querido ofrecer una fórmula intermedia entre Convención y consulta. Se ha hablado de colegio electora ampliado, de consulta a las bases de concejales y ex alcaldes y de otras fórmulas similares, que podrían extender el número de electores del candidato de los 900 convencionistas actuales, a una cifra entre 5 mil y 10 mil. Pero cualquiera de estas opciones tiene que ser aprobada primero por la Convención, donde los dos bandos en que hoy se divide el partido -consulta y anticonsulta- parecen contar confuerzas iguales.
¿Qué puede pasar entonces? Ante la casi imposibilidad de desmontar la consulta popular, la alternativa que tienen los rebeldes es jugársela toda con Durán, para que, llegada la hora de la consulta popular, su candidatura sea casi oficial. Si la disciplina de grupo se mantiene y se le suman elementos decisorios como el bloque costeño y los pesos pesados de la principales regiones, Durán obtendría en la consulta la más alta votación ganándole no sólo a Galán, sino a Samper, Santofimio, Holmes Trujillo y el que venga. En esas condiciones, el camino de su candidatura quedaría allanado. Por todo esto, la camiseta amarilla que Galán le había quitado hace cerca de un mes, puede haber vuelto al pecho del hasta ahora "llanero solitario".