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Coros celestiales

¿Por qué no conviene cantar victoria ante las Farc? Respuesta a Joaquín Villalobos.

Vicente Torrijos*
13 de julio de 2003

Sucede que a veces, al fragor de los combates, se siembra la sensación de que el adversario languidece, que sus huestes flaquean y que estamos a punto de infligirles la derrota. Pero la verdad es que no hay problema más difícil de manejar, tanto a nivel analítico como en el campo de batalla, que el espejismo bélico, el mismo que nos lleva sin remedio al triunfalismo y la vanagloria.

Las Farc son una organización armada que sabe, como lo apuntaba Mao Tse-Tung, que su poder "emana del fusil". Pero también son una agrupación que entiende la fuerza eclécticamente. No se encasilla en las fases de la 'guerra popular prolongada', ni quiere emular modelo alguno. Antes bien, observa con atención las enseñanzas de Lenin, quien a comienzos del siglo pasado destacaba que lo más importante en estas lides es el concepto de 'innovación estratégica', en virtud del cual cada proceso revolucionario va encontrando sus propios ritmos político-militares de acuerdo con las circunstancias históricas en que se inscribe.

En otras palabras, las Farc son hábiles experimentando estratégicamente. Se equivocan, por supuesto. Pero aprenden rápidamente de sus errores. Cuando trataron de tomar y defender posiciones, comportándose casi como un ejército regular, percibieron que la superioridad aérea de las Fuerzas Armadas les ponía en serios aprietos y recordaron el razonamiento de Truong Chinh, quien por allá en los años 40, combatiendo la ocupación francesa en Vietnam, sostenía que "al ser materialmente inferiores al enemigo, la guerra de posiciones resulta desastrosa".

Aunque las Farc nunca se han basado en la simpatía popular, ni tienen como pauta de conducta las encuestas pues para ellas el apoyo popular deriva del uso de la fuerza, tomaron nota de que no podían seguir imponiendo su autoridad tan sólo donde no había presencia del Estado y se dieron a la tarea de diseñar un modelo político alternativo, algo así como un 'nuevo poder'.

En ese sentido los insurgentes interpretaron que debían ser militarmente más flexibles, móviles y certeros. Dosificaron el terrorismo y le dieron un significado político más amplio. En actos de extrema barbarie, como los de El Nogal, o en una simple bicicleta bomba, cada vez que perpetran un acto terrorista están empujando a la población para que presione al presidente Alvaro Uribe con el fin de que acceda al canje de secuestrados en su poder por los guerrilleros prisioneros en las cárceles del Estado.

Pero al tiempo que semejante presión se genera, también sucede que la población secunda aún más al Presidente y la política de seguridad y defensa, en vez de opacarse, se fortalece. Por eso el terrorismo, a secas, no les basta. Lo dosifican, como parte de una estrategia revolucionaria más compleja que se nutre también de la guerra de guerrillas tanto a nivel rural como urbano.

Aunque no aspiran a lanzar la 'ofensiva final' que les lleve a la toma de la Casa de Nariño, lo cierto es que sí contemplan la posibilidad de asediar y lanzar operaciones significativas sobre la capital y otras grandes ciudades, siempre bajo la coordinación de un Secretariado monolítico al que todos los militantes veneran.

Pacientemente las Farc podrían estar desarrollando artefactos antiaéreos y otras innovaciones armamentísticas que por lo autóctonas resultan aún más desconcertantes. Combinan, como recomendaba el mítico comandante norvietnamita Vo Nguyen Giap, los combates pequeños y los de media y gran envergadura en busca de eliminar progresivamente al adversario. A cuentagotas, si se quiere. Señuelos y emboscadas que impiden el despliegue rápido de la tropa. Explosivos de todo pelambre. Minas antipersonales. En pocas palabras, pequeños golpes tácticos, uno hoy, otro mañana, hasta convertirlos en un verdadero traumatismo estratégico: el perverso encanto de la asimetría.

Fuerzas de amplio espectro, más pequeñas y ágiles, comandos especializados, y adecuada formación política en el pensamiento del Libertador Simón Bolívar completan la concepción de las Farc sobre el uso de la fuerza. "Ataque sorpresivo, emboscada, hostigamiento, sabotaje, reagrupamiento, avance y repliegue", diría Truong Chinh. Y mucho dinero, por supuesto.

¿Que la plata corrompe y que si procede de los cultivos ilícitos hace a unos comandantes más ricos que a otros, y que unos se fugan con sumas cuantiosas y otros las encaletan, en fin, que muchos descontentos van a querer abandonar las filas? Sin duda. Pero muchos otros, ahora mejor seleccionados que los anteriores, van a llegar a ocupar el puesto de los desertores y seguramente se sentirán a gusto con ese modo de vida.

En resumen, tenemos a unas Farc a la defensiva, marcando los tiempos y las pulsaciones de la guerra. Pero no a la defensiva pasiva e inactiva, como diría Giap, sino 'a la defensiva para secundar la ofensiva'.

Defensa activa para esperar serenamente a que el Estado crea estar asumiendo el control territorial en Colombia. Absorber el avance del contrincante, dejar que desarrolle todo su potencial ofensivo y se asiente para luego sí pinchar lo que para ellas no pasa de ser un simple 'globo de aire caliente'.



¿Hay una concepcion del poder en las Farc?

Que "las Farc lo que quieren es gobernar a Colombia" no sólo es una palpable ocurrencia de Raúl Reyes sino una pretensión revolucionaria que cada día cobra mayor sentido. Por eso el interés de las Farc no sería lanzarse desbocadamente a derrotar por la vía militar al adversario sino, más bien, procurar un equilibrio dinámico entre guerra de guerrillas y acción insurreccional. Una verdadera alternativa de poder popular que no sólo logre desestabilizar la periferia del país ahuyentando alcaldes sino que se presente como un modelo de gestión, planeación participativa y desarrollo perdurable.

De ahí que, en un principio, cuanto más hable el presidente Uribe de negociación tanto peor será la respuesta de las Farc, que no descartarán la posibilidad de entrar en diálogos pero, eso sí, desde una auténtica posición de fuerza y nunca como si estuvieran vencidas o en busca de libertad condicional, figura ésta a la que, dicho sea de paso, podrían considerar útil para lograr la excarcelación de sus hombres en poder del Estado -y, por qué no, hasta un nuevo despeje territorial-, pero a la que, precisamente por su carácter condicional, interpretan como un anzuelo tendido por el gobierno para hacerles caer en el más "vulgar entreguismo derrotista".

En todo caso las Farc cuentan con un volumen de recursos relacionados con los cultivos ilícitos que supera, con mucho, el patrocinio que cualquier guerrilla haya obtenido nunca de alguna potencia extranjera.

Su naturaleza, intensamente ideológica, se ha robustecido con el trazado de una red continental basada en el pensamiento bolivariano. Su coherencia y cohesión se basan en la autoridad incuestionable de un Secretariado que permanece intacto.

El apoyo directo que -ya no nos digamos más mentiras- obtienen del régimen presidido por el coronel Hugo Chávez les dota de un margen de maniobra y de unas capacidades estratégicas fundamentales para desenvolverse exitosamente en la guerra a partir del arco orinoco-amazónico, en el que se mueven a sus anchas, contando con el Caguán como área base.

Y, por último, el nivel tecnológico de que gozan es, guardadas las proporciones, relativamente similar al que maneja la Fuerza Pública.

Con lo cual esta guerrilla no tiene por qué sentirse derrotada, ni deberíamos entenderla como una organización que está perdiendo la guerra. Empeñarnos en verla de esa forma no solo sería una grave distorsión estratégica sino un espejismo que podría acarrear más dificultades que ventajas.

Sin duda es una agrupación que se está sintiendo sofocada por la Política de Seguridad y Defensa; que se halla anonadada por la anticipación estratégica de las Fuerzas Militares y que está sufriendo en su interior un agudo e interesante debate entre quienes tendrían mayor lucidez estratégica y quienes se exasperan porque no ven cercano, o simplemente no ven por ninguna parte el punto culminante de victoria.

Pero es precisamente esa fortaleza que ahora exhiben las Fuerzas Militares la que debe preservar al Estado de caer en la tentación del triunfalismo. Son múltiples las tareas que ha de emprender la sociedad colombiana en cada municipio antes de tener la certeza del triunfo, empezando porque el ciudadano se apropie, a conciencia y a todos los niveles, de su propio problema de seguridad y se comprometa solidariamente en la defensa del sistema.

Por tal razón la serenidad y la magnanimidad, asociadas a lo que don Vicente Rojo llamara "la voluntad de vencer", se convierten -a diferencia de los alardes de fuerza- en el mejor indicador de que, en efecto, el oponente está siendo derrotado.



* Profesor de ciencia política y relaciones internacionales en la Universidad del Rosario, y de paz y conflictos en la Universitat Oberta de Catalunya, España. Viccentetorrijos@hotmail.com