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Creciendo medicados

El debate sobre el uso del medicamento Ritalina para tratar niños con problemas de hiperactividad y déficit de atención está abierto. Lina Obregón explica de qué se trata

Lina Obregón Urdaneta
20 de febrero de 2006

A las 11 de la mañana no se puede caminar por la enfermería del colegio. Dos niños se tiran de un lado al otro un frasco de vidrio lleno de baja lenguas; otro, de unos seis años, se divierte sacando los algodones de un tarro y mojándolos con alcohol. Uno más ha desocupado la caneca y con su amigo, examina detenidamente los papeles sucios, pedazos de vendas y curitas desechados. La enfermera detiene justo a tiempo a un pequeño de 9 años que pretendía verter todo el Isodine en su zapato blanco. Mientras le pide al niño que se siente y les ordena a los otros que se tranquilicen, le da a cada uno su dosis. Minutos después la tranquilidad vuelve a reinar en el lugar. “Es la peor hora del día”, suspira la enfermera. Se refiere a la hora de la segunda dosis de Ritalina.

Todos los días varios niños de éste y cientos de colegios del país tienen que tomar metilfenidato, un medicamento mejor conocido como Ritalina, que se utiliza para tratar a personas que sufren del trastorno de hiperactividad y déficit de atención (THDA). Como tiene una acción muy corta, entre 3.5 y 4 horas, los niños tienen que consumirla varias veces al día.

Se calcula que uno de cada 20 niños en el mundo sufre de THDA. Este trastorno es un síndrome neurológico, cuyo origen se cree es genético y al cuál no se le ha encontrado cura hasta el momento. Con frecuencia se manifiesta en niños, pero también se diagnostica en adultos. Según estudios realizados por el psiquiatra especializado en niños y adolescentes Álvaro Franco, en Colombia el trastorno afecta al 14% de la población infantil.

Los niños con esta condición se caracterizan por moverse constantemente y no poder estar atentos durante largos períodos de tiempo. Además, son impulsivos y poco reflexivos, empiezan las cosas y les cuesta mucho trabajo terminarlas. Dado que usualmente los regañan mucho y que su rendimiento en el colegio suele ser muy bajo, pueden llegar a tener graves problemas de autoestima. Padres y profesores concuerdan en que manejarlos es complicado por los altos niveles de desgaste y frustración que genera.

Ni hacen ni dejan hacer

“Ve y das una vuelta por el colegio”, le dice Alicia Ochoa, una profesora de una escuela pública de Medellín, a uno de sus alumnos de quinto de primaria. Es el tercero al que manda a hacer eso hoy. Ya no sabe qué más hacer. Lleva 18 años como maestra de primaria y ha aprendido a aguantar de todo. Intenta continuar su clase pero parece imposible. Cinco de sus alumnos han sido diagnosticados con el trastorno, pero en ese momento le parece que son todos. “El problema es que esos niños ni hacen ni dejan hacer”, dice.

En esta escuela, no todos los papás les dan Ritalina a sus hijos cuando se las recetan. Algunos, porque no tienen los $15.000 pesos que cuesta la caja de diez pastillas, otros porque –como la mamá del niño que ganó recientemente una tutela (ver recuadro)- no quieren que sus hijos sufran los efectos secundarios que puede tener el medicamento, como dolores de estómago, insomnio o depresión.

Alicia no ha recibido ningún tipo de preparación para educar a los niños que sufren el trastorno de atención. Lo que ella sabe lo ha aprendido con la experiencia. Y es precisamente ésta, la que le ha enseñado que la Ritalina es buena “para todos, no sólo para el niño sino también para los papás y para nosotros los profesores que necesitamos salud mental a la hora de dar clase” dice Alicia.

Viviendo con el trastorno

Ana de Londoño es mamá de tres hijos y asegura que no quisiera ser profesora de niños con THDA. Sus dos niños padecen el trastorno. Con los ojos cansados y mientras saca una cartuchera de abajo del cojín dónde esta sentada, comenta que con estos niños hay que tener una paciencia infinita. “A veces me desespero y no me faltan ganas de simplemente darle una pepa al chino. Pero siempre hay que recordar que la Ritalina es para el hijo no para que uno esté tranquilo”, aclara.

Para ella los resultados de la medicación son evidentes. Gracias a ésta, su hijo pasó de ser uno de los estudiantes con peores resultados del curso, a aprobar el año con notas sobresalientes.

Cristina Madriñan, mamá de un niño con THDA, cuenta que durante el tiempo que su hijo lo tomó también se volvió “pilisimo” y encontró las gratificaciones que vienen con ser aplicado en clase. Pero esto no era todo lo que la Ritalina ocasionaba. Cuando su hijo tomaba el estimulante, de ser un niño alegre, pasaba a volverse retraído y totalmente pasivo. “Dejó de ser él. Era otro niño. No soporté eso y decidí dejar de darle el medicamento”, asegura.

Sabiendo que el THDA no tiene cura y que la Ritalina tan sólo ayuda a controlar los síntomas, Cristina decidió que su hijo no tomara más el medicamento. Inmediatamente volvieron los problemas en el colegio, pero eso a ella no la desanimó. Ha decidido intentar otras cosas. Lleva al niño a terapia y le refuerza su interés en los deportes ya que allí desfoga gran parte de su casi interminable energía. Sin embargo, la situación no es sencilla. “La semana pasada una psicóloga me dijo que mi hijo necesita Ritalina de nuevo. Salí corriendo del consultorio. No voy a volver a eso”.

El debate: ¿Ritalina para todos?

Las posiciones de ambas mamás reflejan el debate actual sobre la Ritalina. Quienes están en contra del uso del metilfenidato aseguran que los niños están siendo dopados y convertidos en pequeños adictos, para facilitarle el trabajo a los profesores. Defienden sus argumentos, mostrando el incremento del consumo de Ritalina.

Según la American Medical Association, la organización estadounidense de médicos que establece los estándares para la profesión, entre 1991 y 1995 el número de niños de entre 2 y 4 años que tomó Ritalina se duplicó y la tendencia es creciente.

En Colombia, no existen estadísticas estatales respecto al consumo de Ritalina. A pesar de ser un medicamento de venta restringida en el país, su uso ha aumentado al igual que el debate respecto a sus efectos. Hace poco en Internet apareció una caricatura que refleja el debate. Una mamá y su hijo observan la promoción en la droguería: “Especial de regreso al colegio: Ritalina con 50% de descuento”.

Todas las personas entrevistadas para este reportaje, concuerdan en que en los últimos años ha habido un gran incremento en el número de menores diagnosticados con el trastorno. Esto sucede -según el psiquiatra Franco- porque en la actualidad el sistema educativo del país permite detectar con mayor facilidad a los niños con THDA. Cree que antes también existía el síndrome, lo que pasaba es que los niños se catalogaban como problemáticos y “pasaban de un colegio a otro y a otro”.

“El problema en Estados Unidos es que para prevenir demandas, los médicos ante un paciente con el trastorno siempre formulan Ritalina”, asegura Franco. Según el doctor, en Colombia, la situación es diferente ya que en el país se evalúa la gravedad del trastorno y según esto se determina si el niño debe o no ser medicado.

El pediatra del Gimnasio Campestre, Carlos Enrique Cortázar, es menos optimista al respecto. Cree que las limitaciones tecnológicas actuales hacen que sea imposible hacer un diagnóstico exacto y por lo tanto, se abre el espacio para que algunos niños sean mal rotulados y se les dé el tratamiento erróneo.

Algunos especialistas aseguran que el problema es que en la actualidad los psiquiatras se quedan tan sólo en la enfermedad y no evalúan a los niños de forma integral. De esta forma, el manejo del tratamiento es exclusivamente farmacológico, dejando de lado variables muy importantes. Por otra parte, señalan que un efecto grave de la Ritalina es que les enseña a los niños que sólo pueden funcionar dentro de la sociedad si consumen el medicamento.

¿Adictos a la Ritalina?

Pablo es un ejemplo de ello. Con 16 años que lleva 7 tomando Ritalina, recuerda que antes de tomar el medicamento era el típico niño problema. No ponía atención en clase, vivía burlándose de sus compañeros, sus papás sufrían cada vez que los citaban en el colegio y su rendimiento académico iba en picada. Con la Ritalina, todo esto ha cambiado. Sin embargo, no cree que le funcione. “Me da dolor de cabeza y ganas de no hacer nada”, dice.

Dado que ya no es un niño, su psiquiatra acordó con su neuropediatra que ahora él podía determinar su propia dosis. Cuando se le pregunta porque sigue tomando el fármaco si no cree en sus efectos, Pablo dice que le dan ataques de ansiedad cuando deja de tomarla. “Antes en vacaciones no me la tomaba. Pero ahora no la suspendo. No sé bien porqué.” Un niño con THDA en promedio consume 2 o 3 pastillas diarias. Pablo toma cinco.

Los contradictores del uso de la Ritalina, utilizan casos de cambio de personalidad como el del hijo de Cristina y Pablo para darle fuerza a sus argumentos. Además, se apoyan en el hecho de que el metilfenidato tiene como efectos secundarios la ansiedad, el desinterés, tics motores, depresión, letargo, pérdida de apetito, dolor de estómago e insomnio.

Aseguran que los niños se convierten en adictos al medicamento. El médico Cortázar afirma que aunque físicamente no se crea una tolerancia al metilfenidato, si se puede generar una dependencia, la cuál suele ser psicológica. Esto suele ocurrir con frecuencia por parte de los padres a quienes les da miedo que el niño se descontrole sin el fármaco.

Frente a esto, Franco asegura que para los niños que realmente necesitan la Ritalina es peor la falta de ésta que los posibles efectos secundarios: “Si un niño necesita el medicamento y no se lo toma, puede tener graves consecuencias como la depresión o la adicción a drogas”, dice.

Lo importante –según la psicóloga del Colegio Nueva Granada, Nicole Steiner- es que los niños comprendan que tienen un trastorno y que la forma de manejarlo es a través de un tratamiento completo, en donde la medicación se complemente con terapias psicológicas, de lenguaje y ocupacional.

Es lo que hacen en el colegio donde reparten a las once la dosis de Ritalina. Los seis niños que antes estaban en la enfermería del colegio regresan a sus diferentes salones. Están tranquilos y silenciosos. Sus profesores continúan dictando clase mientras ellos, de manera organizada y metódica sacan sus útiles y empiezan a realizar las diferentes actividades con total concentración. Sentados en sus pupitres, siguen religiosamente las instrucciones dadas. Ninguno habla. Ninguno se levanta de su silla. Ninguno se distrae. Ninguno tiene más de 11 años.