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Crimen contra la paz

El asesinato de Jairo Rojas golpea las negociaciones del gobierno y las Farc y las siembra de desconfianza.

8 de octubre de 2001

El pais escucho por primera vez el nombre de Jairo Rojas cuando se supo que él había sido el hombre clave detrás del encuentro entre Víctor G. Ricardo, entonces uno de los miembros del staff del candidato Andrés Pastrana, y la cúpula de la Farc para buscar un acercamiento que permitiera un proceso de negociación entre ese grupo guerrillero en una eventual presidencia de Pastrana. Ese encuentro ayudó a inclinar la balanza a favor de Andrés Pastrana, quien había perdido la primera vuelta electoral con Horacio Serpa.

A la postre la famosa foto de Víctor G. con los comandantes guerrilleros en las montañas —que se llevó a cabo una semana antes de la segunda vuelta presidencial— fue el guiño que le hacía falta a Pastrana para derrotar al candidato liberal. Poco tiempo después se supo que la histórica foto había sido tomada por Jairo Rojas, quien no sólo era parte de la campaña de la Alianza para el Cambio sino el hombre de confianza de Alvaro Leyva Durán, el verdadero cerebro del encuentro. Desde entonces Rojas empezó a ser llamado por los conocedores del proceso de paz como “el otro comisionado”.

La amistad de Rojas con Alvaro Leyva empezó muchos años atrás cuando el ex constituyente conservador era congresista y Rojas aspiraba a ser nombrado alcalde de Guayabal de Síquima (Cundinamarca).

Por la cercanía a Leyva y la valiosa colaboración que venía prestando a la mesa de negociación es que el asesinato de Rojas, de 49 años, la semana pasada en Bogotá, sacude el proceso de paz. En el Caguán la noticia se recibió con rabia pues Rojas había estado allí el domingo anterior a su asesinato.

Desde su curul en la Cámara de Representantes, a la que llegó como segundo renglón de Salomón Guerrero, Rojas se había convertido en uno de los grandes defensores de continuar en la vía de la negociación con las Farc para buscarle una salida al conflicto armado.

En la actualidad era el presidente de la comisión de paz de la Cámara de Representantes, cargo al que llegó después del asesinato de Diego Turbay Cote en el Caquetá en enero de este año. Paradójicamente ambos políticos fueron asesinados por grupos extremistas que se oponen a la salida negociada al conflicto armado. Aunque la investigación aún no termina las autoridades señalan a miembros de un frente de las Farc en Caquetá, actuando como gatilleros locales del narcotráfico, como los responsables de la muerte de Turbay Cote, su madre y de otras cinco personas que los acompañaban. A Rojas lo habría matado, según los primeros indicios, un comando paramilitar urbano. El propio Rojas —según algunos de sus allegados— había denunciado recientemente que estaba recibiendo amenazas de muerte.

Para Antonio Navarro, quien conoció a Rojas cuando era presidente de la comisión de paz de la Cámara, la muerte del político conservador “es aterrador que haya sucedido. No puede ser que para algunos violentos su pecado haya sido el de ser amigo personal de Alvaro Leyva. Ese hecho demuestra la gravedad de la polarización del país”.

Los asesinatos de Turbay Cote y de Jairo Rojas en menos de un año, los dos mientras se desempeñaban como presidentes de la comisión de paz de la Cámara, son una demostración contundente y cruel del grado de intolerancia al que se ha llegado en los últimos años. Ambos eran hombres comprometidos a fondo con el proceso de paz y creían firmemente en la salida negociada del conflicto.

La muerte de Rojas tiene, además, otra consecuencia perversa: siembra más desconfianza en el ya debilitado proceso de paz pues revive todos los miedos atávicos de la guerrilla de que en Colombia no se puede hacer oposición real por medios pacíficos y, lo que es peor, ratifica su determinación a seguir en guerra.