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| Foto: Guillermo Torres

DIPLOMACIA

¿Qué esperar de la cumbre en Quito entre Santos y Maduro?

Los mandatarios se encontrarán, finalmente, en Ecuador, con la presencia de Rafael Correa y Tabaré Vázquez. Un buen paso del cual, sin embargo, no puede esperarse mucho.

19 de septiembre de 2015

El esperado encuentro entre los presidentes Juan Manuel Santos y Nicolás Maduro, este lunes en Quito, tiene características nada comunes. Incluso en otros momentos de tensión y crisis entre Bogotá y Caracas –que han sido recurrentes desde hace décadas– las reuniones se han celebrado en la frontera o en alguno de los dos países. Y aunque en otros episodios, como el de la corbeta Caldas en 1987, hubo llamados al diálogo de otros presidentes y del secretario general de la OEA, la presencia de dos mandatarios externos –Tabaré Vázquez de Uruguay y Rafael Correa de Ecuador– también es inédita.

Lo anterior dice mucho sobre las dimensiones que llegó a tener el momento crítico. En los últimos días el presidente Santos conservó el tono mesurado, pero incrementó las acciones dirigidas a mostrarle a la comunidad internacional su visión sobre lo que considera una “crisis humanitaria” en la frontera y, en consecuencia, sobre el hecho de que nada se logra con su cierre. Por su parte, Maduro anunció nuevos cierres y, casi a diario, continuó su retórica dirigida a presentar los problemas de Venezuela como fenómenos importados de Colombia. También se conocieron dos sobrevuelos de aeronaves venezolanas que violaron el espacio aéreo colombiano, lo cual –aunque se manejó con prudencia y en todo diplomático– en un momento tan crítico incrementó las preocupaciones.

Desde varios puntos, la comunidad internacional ha expresado su inquietud por el incremento de la tensión. La presidenta argentina, Cristina Kirchner, alcanzó a solicitar una reunión de presidentes de Unasur que la canciller venezolana, Delcy Rodríguez, apoyó con entusiasmo. Sin embargo, ese escenario tan cercano a Maduro no prosperó por falta de consenso, que es la regla de oro en ese organismo. Perú, Guyana, Uruguay, Paraguay, Chile y, obviamente, Colombia no apoyaron el encuentro. Por otro lado, el secretario de la OEA, Luis Almagro, visitó la frontera en el lado colombiano, lo mismo que la Comisión de Derechos Humanos de la misma entidad. Y los cancilleres de Brasil y Argentina ofrecieron sus buenos oficios para acercar a Santos y Maduro.

Al final, la fórmula que se impuso fue la de Ecuador y Uruguay. Una alternativa vista con mayor expectativa por Venezuela que por Colombia. Mientras Maduro la presenta como una demostración de que tenía razón en sus reiteradas peticiones de un encuentro en la cumbre, Colombia la ve con menor esperanza pero considera que, después de que se cumplieron las condiciones que había exigido Santos –que los niños puedan pasar al otro lado para atender el colegio; que los expulsados tuvieran acceso a sus enseres y que a los deportados se les respetara el debido proceso–, no podría negarse a una invitación a dialogar.

En general, las expectativas son moderadas. Después de los dos encuentros de las cancilleres María Ángela Holguín y Delcy Rodríguez, es claro que una apertura inmediata de la frontera ya dejó de ser un objetivo realista y de corto plazo. Desde entonces la tensión ha subido, en primer lugar, y ha quedado claro que las visiones de ambos países sobre los puntos que están sobre la mesa –el contrabando, la delincuencia y el paramilitarismo o bandas criminales– son tan distantes que requerirán de más trabajo y largas negociaciones. Mientras que Maduro considera que debe construirse, en sentido figurado, “una nueva frontera”, en el lado colombiano ya hay voces gremiales que abogan por estudiar una solución de fondo a la presencia de formas delincuenciales y fenómenos ilegales que llevan años allí.

Nada de eso va a resolverse en una sola reunión de trabajo. En el mejor de los casos, los presidentes se extenderán en largas intervenciones sobre su exigencia de que en el otro lado se asuman políticas efectivas contra los problemas que golpean a la zona fronteriza. Y eso servirá para detener el desborde de la diplomacia del micrófono de las últimas semanas. El retorno a un diálogo más profesional podría bajar la tensión o, al menos, detener la escalada de declaraciones agresivas. La frontera no va a abrirse muy pronto, pero eventualmente sí podrían volver a operar las vías diplomáticas. El auge de las bacrim y los paramilitares, el contrabando –sobre todo de gasolina en un momento de tormenta en el mercado petrolero– y el tránsito del narcotráfico podría ser el comienzo de un nuevo diálogo. Como se trata de asuntos relacionados con la seguridad, un paso siguiente podría involucrar a los ministros de Defensa. No es mucho más lo que puede ofrecer la cumbre de Quito.

Habrá que ver qué papel pueden jugar los otros dos mandatarios que estarán allí. La Cancillería ecuatoriana ha hecho énfasis en que no serán mediadores sino facilitadores. Eso quiere decir que propiciarán el entendimiento entre Santos y Maduro, pero esperarán que al final sean ellos los que lleguen a acuerdos sobre los temas de fondo.

Rafael Correa tiene un capital valioso para aportar. Es cercano a Venezuela: forma parte del Alba, votó con ese país en la reunión del Consejo Permanente de la OEA, y en algunos aspectos vivió en sus inicios un proceso similar al de la revolución bolivariana. Pero también tiene una buena comunicación con Colombia. Cuando Santos llegó al poder las relaciones estaban por el piso, y en los últimos cinco años se han reconstruido de una manera tranquila. El pleito en la Corte Internacional de Justicia por el efecto en territorio ecuatoriano de las fumigaciones aéreas de Colombia contra los cultivos ilícitos de drogas fue suspendido por un acuerdo. La cooperación en materia de seguridad se ha consolidado y hay diálogo entre las Fuerzas Armadas de los dos países. Algunas de las reuniones exploratorias entre el gobierno Santos se han llevado a cabo en territorio ecuatoriano, y se da como un hecho que, si se abre una negociación formal, esta se llevará a cabo allí.

Y hay, también –como con Venezuela– problemas generados por la diferencia de regímenes en los dos países en materia cambiaria: mientras la economía ecuatoriana está dolarizada, en Colombia hay un mercado libre. Correa ha acudido a medidas previstas en los pactos bilaterales y multilaterales: ha impuesto salvaguardias y ha aumentado impuestos a las importaciones de productos que se beneficiarían con la devaluación del peso. Estas políticas han sido implementadas sin estridencias ni retórica confrontacional. El resultado es un vínculo bilateral construido desde cero, pero efectivo. Un ejemplo de lo que ahora tendrán que intentar Colombia y Venezuela.

En cuanto a Tabaré Vázquez, su figura genera respeto. Pertenece a la izquierda, pero votó por Colombia en la OEA. Su rotación en el cargo con Pepe Mujica ha fortalecido la credibilidad del país en el ámbito regional. La elección del excanciller Luis Almagro como secretario de la OEA refleja esa realidad. Además de haber visitado la frontera, la semana pasada Almagro le envió una carta a Elías Jaua, hombre fuerte del chavismo, que fue considerada por la oposición venezolana como una crítica al régimen. Le dice que “las revoluciones tienen que mantener los derechos que existían antes” y que “siempre hay que velar por las minorías”. Por su parte, el expresidente Mujica, la semana pasada, se refirió al problema de la frontera colombo-venezolana y dijo que “con unas diferencias tan enormes en los precios de los combustibles a lado y lado, ni el Ejército de la OTAN podría detener el contrabando” en ambos sentidos. Ni Mujica, ni Almagro representan al gobierno de Tabaré Vázquez, pero sin duda se identifican con la misma forma de pensar.

Los protagonistas de la cumbre de Quito, sin embargo, no son Correa y Vázquez, sino Santos y Maduro. Y aunque de inmediato no lograrán mucho más que poner en blanco y negro sus diferencias –en privado y no en público–, a la larga son los que tendrán que encontrar salidas. Pocos esperan que esto ocurra antes de las elecciones venezolanas del 6 de diciembre, porque en la difícil campaña que enfrenta el chavismo, el discurso sobre la frontera es una de las pocas cartas que puede presentar.