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Crónica del primer día
Armando Neira de SEMANA acompañó al presidente Alvaro Uribe Vélez durante las primeras 24 horas de gobierno. Así es su impresionante ritmo de trabajo.
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El presidente Alvaro Uribe Vélez se despertó en la madrugada del jueves 8 de agosto y aunque sintió que había dormido bien lo asaltó la inquietud.
"Pobre gente", pensó al recordar los muertos causados por la lluvia de rockets en Bogotá de la jornada anterior, durante su posesión. Sin pausa se levantó, se duchó, besó a su esposa, Lina María, cruzó por el cuarto de sus hijos, Tomás y Jerónimo, y salió de su apartamento en el norte de Bogotá. En su primera noche como gobernante de Colombia no durmió en la Casa de Nariño, como todo el país creyó, sino en su hogar. "Fue por comodidad porque aún faltaba parte del trasteo", justificó uno de los hombres de confianza.
A las 3:45 de la mañana atravesó la ciudad solitaria rumbo al aeropuerto militar de Catam. En el trayecto sólo se vio a varios militares patrullando algunas vías.
Uribe llegó al terminal aéreo a las 4. Estrechó la mano a cada una de las personas que lo esperaban y a los pocos minutos, mientras volaba, se metió en una compleja conversación sobre macroeconomía con Santiago Montenegro, director de Planeación Nacional, y Juan Ricardo Ortega, viceministro técnico de Hacienda. Para desayunar comió frutas frescas con agua mientras su séquito bebía café a chorros para espantar el sueño. La ceremonia y los saludos de la posesión se habían prolongado hasta la media noche del miércoles 7, es decir, cuatro horas atrás.
En la pista del aeropuerto de Valledupar Uribe titubeó unos segundos hasta que le tomó el paso al desfile con los militares. Luego saludó al gobernador del Cesar y al alcalde de la ciudad y subió a una camioneta de la decena que formaba la caravana presidencial. En el trayecto sus escoltas llevaban el dedo en el gatillo. Uno de los viajeros recordó que en una vía cercana fue secuestrada el 24 de diciembre la ministra de Cultura Consuelo Araújo. Otro señaló hacia la Sierra Nevada, a pocos kilómetros de allí, donde después fue asesinada.
Llegó a la biblioteca pública departamental Rafael Carrillo, donde lo esperaban los alcaldes, los empresarios y gente del común que venían a sumarse al lanzamiento del Plan de Seguridad Vial. "Presidente, usted sabe que montar un proyecto así vale mucha plata. ¿Con cuánto vamos a contar nosotros?", le dijo un mandatario local.
"Hombre, le cuento que plata no hay pero mucho entusiasmo sí". Entonces les dijo que la situación financiera del país obliga a utilizar la imaginación y la solidaridad. Escuchó atentamente las opiniones y reclamos de los presentes, tomó nota, puso a funcionar su memoria prodigiosa y a todos les llamó por el cargo: "Senador tal", "representante tal", "alcalde tal". Durante cuatro horas y 15 minutos estuvo de pie, como en las audiencias públicas de la Colonia. Sólo bebió agua y unas cucharaditas de propóleo, una combinación de miel de abejas y eucalipto que se vende en las tiendas naturistas y que, según uno de sus asesores, debe ser muy efectiva porque lo ayuda a trabajar 18 horas diarias con voz diáfana.
"Yo no vine a prometer milagros, vamos a trabajar", dijo mientras salía del auditorio. Un enjambre de cámaras y micrófonos lo rodeó. Respondió con cortesía en su primer fogueo periodístico e insistió en la necesidad de apoyar masivamente al Estado para ganar la guerra.
Luego escuchó un vallenato al lado del maestro Rafael Escalona interpretado por varios niños. Se tomó un jugo de naranja y salió del edificio en medio del centenar de hombres de su escolta. Sorpresivamente giró. En medio de sus custodios este hombre menudo, de camisa de manga corta y pantalones blancos, se devolvió. "¿Dónde hay una caneca de basura para tirar esto?", preguntó. Localizada, el Presidente arrojó él mismo la servilleta que acababa de usar.
Salió rumbo a Florencia. A su lado se sentó el general Jorge Enrique Mora, comandante del Ejército, quien le dio detalles de unos combates en Milán, Caquetá, a 15 minutos de la capital departamental. Lo escuchó y le dijo que había que seguir adelante. Verificó que todas las quejas, inquietudes y propuestas de la comunidad cesarense estuvieran registradas. "¿Anotaste todo?", le preguntó cortésmente a Alicia Arango, su secretaria privada.
Subió al avión, donde la azafata Paola Celis le preguntó si deseaba tomar algo: "El almuerzo", respondió. Faltaban cinco minutos para las 12.
En el aeropuerto de Florencia la caravana tomó la carretera en dirección contraria a la antigua zona de distensión, una ruta donde reinan las Farc, y donde, entre otros, encontró la muerte Diego Turbay Cote. A lado y lado de la carretera había niños descalzos, muchachos con el torso desnudo por el calor.
El Presidente se sentó en el despacho del gobernador. Y empezó a escuchar, uno a uno, a los alcaldes. Su concentración fue rota a las 2:35 de la tarde por Alicia Arango, quien le dijo: "La llamada". "Ustedes me perdonan pero voy a atender al señor Koffi Anan, el secretario de Naciones Unidas, que me va a responder si presta sus buenos oficios para buscar una salida negociada al conflicto", dijo.
Los presentes lo aplaudieron. "No, muchachos. Guardemos los aplausos para usarlos si al final de la gestión logramos la paz", pidió.
Se levantó y salió al patio de la gobernación a hablar. Le dijo al Procurador General, al gobernador del Caquetá y al alcalde de Florencia que lo acompañaran como testigos de excepción. El reducido grupo se paró bajo un sol candente. Adentro, en medio del bochorno, reinaba el silencio. El Presidente regresó y dijo que el secretario de la ONU había dicho que sí. "Y como esto vamos a manejarlo con confidencialidad no les puedo decir nada más". Le dio entonces la palabra a su ministra de Educación, Cecilia María Vélez, para que explicara lo que llamó la "profunda transformación educativa del país".
Luego escuchó las historias de 70.000 niños del departamento que no tienen cupos escolares, de impotencia porque las Farc se han robado 20.000 cabezas de ganado en un año, de temor por la presencia de paramilitares que se pasean desafiantes en muchos pueblos. Y de exilio pues todos los alcaldes viven en Florencia ya que fueron amenazados de muerte por la guerrilla. El tono de voz se elevó. Pero él lo bajó.
"Vamos a hablar serenamente, como discusión de pobres". Hubo risas y siguieron conversando. Luego recibió un bastón de mando y un penacho de plumas de tribus indígenas de la región. Cuando se las puso se le vio feliz y orgulloso.
En el regreso, mientras su equipo pedía agua para apaciguar la sed él entró en trance. "Hace cinco minutos de yoga y mientras que nosotros estamos fundidos él tiene con eso para volver más fuerte".
Regresó a Bogotá a las 5:45 de la tarde. En total había atendido a más de 250 personas, había viajado 2.720 kilómetros en avión y había estado 40 minutos viajando por dos de las carreteras más peligrosas del país.
Al salir de Catam varios conductores escuchaban el programa radial La Luciérnaga, en el que se burlaban de Uribe Vélez. El, entre tanto, hablaba con el general Mora sobre la situación de orden público.
Llegó a la Casa de Nariño y fue oficina por oficina, piso por piso, a recorrer los espacios de lo que será su casa y despacho durante los próximos cuatro años. Luego se reunió con sus hombres de confianza, entre ellos su amigo y confidente José Roberto Arango.
Al filo de la medianoche, cuando todo su equipo lucía exhausto, él pidió detalles de la apretada jornada que iniciaría a las 5 de la mañana del día siguiente con una hora de spinning para relajarse y media hora del noticiero de la BBC, el único que ve religiosamente. Ya eran los primeros minutos de la madrugada del viernes cuando salió hacia su apartamento. Afuera, caía la lluvia sobre una Bogotá que aún estaba vacía por el miedo.