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T E L E V I S I O N

Cualquier parecido...

Más que un concurso de supervivencia ‘Expedición Robinson’ es una parodia de Colombia.

Eduardo Arias
3 de septiembre de 2001

Dicen los cronistas que cuando los españoles llegaron a las costas de Colombia creyeron haber encontrado el paraíso. Lo mismo pensaron millones de televidentes cuando vieron las primeras imágenes de las islas panameñas donde los participantes del programa de televisión Expedición Robinson iban a convivir y realizan sus pruebas. Sin embargo, tal como sucedió en el actual territorio de Colombia, la idea del paraíso muy pronto le dio paso a otra menos romántica. Intrigas, componendas, pactos secretos y trampas en medio de aguaceros inclementes y nubes de mosquitos han sido el día a día de los protagonistas del programa. Como en tiempos de la conquista, la colonia, la independencia y la república, los primeros damnificados han sido los recursos naturales. Cualquier cosa que se mueve muere y va a parar a la olla.

Los nombres de las pruebas que deben superar los competidores recuerdan la vida diaria de los colombianos. Pruebas de inmunidad, de las que se benefician un puñado de privilegiados, y pruebas de supervivencia: el rebusque, el sálvese quien pueda.

Expedición Robinson cada vez se parece menos a Robinson Crusoe y cada vez más a Colombia. Para comenzar, a lo largo del programa han sido eliminados los que más recuerdan a Robinson Crusoe y, de paso, al estereotipo del colombiano bueno que ilustra los comerciales institucionales de empresas que creen en lo nuestro: “Madrugador, emprendedor, trabajador, echado pa’lante, recursivo, generoso, solidario”. En Expedición Robinson, como en Colombia, las cosas son como suelen ser. Al cierre de esta edición, y tras la insólita eliminación de Mauricio, sólo queda una aplastante mayoría de marrulleros, aprovechados, paranadas, vagos, los que pasan de agache y saben pescar en río revuelto.

Un pequeño paréntesis… “¿En qué momento se jodió Colombia?”, se preguntaban Plinio Apuleyo Mendoza y otros pensadores en un libro que se publicó hará seis o siete años. Sería bueno aprovechar la presencia de Daniel Pecaut y otros intelectuales convocados por el Ministerio de Cultura en Mompox para que, en una pausa para tomar el café y a manera de divertimento, debatan y concluyan en qué momento se jodió Expedición Robinson. Es muy probable que lleguen a conclusiones similares a las que en su momento plantearon Plinio Apuleyo Mendoza y sus colaboradores.

Colombia en miniatura

Si la misión de quienes escogieron a los concursantes era lograr una representación cabal de Colombia y su historia reciente hay que felicitarlos, Hicieron su trabajo de maravilla. Veamos por qué.

Al comienzo, como en los cuentos de hadas (y los textos de historia patria) había dos tribus. Los atchas y los hukups, que parecían tan nobles, sólidas y consolidadas como el Partido Conservador de Caro y Núñez y el liberalismo de Olaya Herrera, López Pumarejo y Santos. Es más: en aquellos primeros dos o tres capítulos se podía creer en las instituciones, es decir, en el consejo de la tribu, en el que unos “repúblicos ungidos por la providencia para detentar los más altos designios de la patria y encontrar una luz detrás del túnel” se encargaban de expulsar de la isla a quienes eran inferiores a sus responsabilidades. Todo parecía ir por buen camino (“Serenidad republicana”, que llaman). En efecto, la primera eliminada fue Ledis Patricia, una barranquillera conflictiva que, sin ninguna duda, merecía su suerte porque se la buscó.

En esa primera etapa, sin embargo, inesperadamente cayó Goyo, un expedicionario no muy simpático pero en quien los televidentes reconocían un líder frentero y capaz de llevar por buen camino a su tribu. “Ni un paso atrás, siempre adelante”, parecía ser su lema, como lo fue el de Jorge Eliécer Gaitán a pesar de su derrota en las elecciones presidenciales de 1946. Pero no, el consejo de la tribu decretó de manera arbitraria su salida de la isla. Cualquier parecido con la muerte de Gaitán y los oscuros móviles que la motivaron es una curiosa coincidencia.

Luego la mecánica del concurso determinó que las dos tribus se convirtieran en una sola. Vaya, vaya… lo mismo le pasó a Colombia durante el Frente Nacional. Los partidos se acabaron, las ideologías se diluyeron y, tanto en Expedición Robinson como en Colombia comenzó la rapiña desvergonzada, la milimetría, la operación avispa, la manguala y el contubernio. Las malas lenguas hablaban de un grupo de Robinson que se había puesto de acuerdo para repartirse entre unos pocos el premio único de 200 millones de pesos y sacar de la isla a los que no formaran parte de esa rosca.

Y al igual que en la Colombia de hoy, seguían cayendo los líderes, los Galán, los Bernardo Jaramillo, los Carlos Pizarro, los Alvaro Gómez. Los que tenían, si no un proyecto de país, al menos sí un proyecto de supervivencia basada en el esfuerzo y el trabajo.

Obvio, en Expedición Robinson no se ejerce la violencia. Pero, en términos prácticos, viene siendo lo mismo. Al elegido para irse (“para abrirse”, como diría el rapero Marlon, uno de los más destacados sobrevivientes) le extinguen el fuego de su antorcha, que es el símbolo de la vida.

También pasaron por la isla jóvenes promesas estilo Alberto Santofimio, que no salieron con nada. Tal es el caso de Luis Miguel, quien organizó un movimiento de inconformismo frente a Goyo (en política esto se llama disidencia) y trató de asumir el liderazgo dejado por él (llenar el vacío de poder, diría un politólogo). Pero sus socios poco después se le voltearon porque hablaba mucho y hacía poco. Hasta allí llegó la promisoria carrera de Luis Miguel.

A medida que pasaban los programas el recinto donde se reunía el consejo de la tribu iba perdiendo su majestad ecuménica y cada día se parecía más al Congreso de la República. Componendas, votos amarrados, pactos secretos, leguleyada, micos… la única práctica que no se ha visto es el pupitrazo limpio por la sencilla razón de que en aquellas lejanas islas no han instalado pupitres. Una copia al carbón del país de los Name, los Barjuch, los Guerra Tulena. Hay que ver las razones que esgrimieron para sacar a Mauricio, el arquitecto que les construyó cambuches decentes, el que madrugaba para prender el fuego. Dijo Annie: “Te queremos mucho, hemos aprendido mucho, pero ya cumpliste un ciclo con nosotros”. Y Luisa: “Lo quiero mucho pero últimamente está cansón”. Rafa, como buen político de la Costa

—de esos que piden la palabra en los debates televisados para que los vean en su región—, habló mucho pero no dijo nada y no se supo por qué razón debían sacar a Mauricio.

Mejor dicho, pobre Mauricio. Como ‘El Chiqui’ García, como el profesor Maturana, cumplió su ciclo y “open the parche, pirobo”. Lo señala una asidua televidente que no quiso revelar su nombre: “a todos los que dicen la verdad los sacan”. En Colombia es muy parecido: a los que dicen la verdad los matan.

¿Y, a todas estas, la sociedad civil qué? Bien, gracias, muy bien representada. Como buena sociedad civil, quejándose ante el mono de la pila… los mosquitos, el clima, los malos servicios… que se entra el agua cuando llueve, que la comida es muy fea… no hacen marchas ni paros porque no hay para dónde caminar y no tiene sentido gritarles a los inmutables tótems que de tarde en tarde utilizan para adornar las pruebas.

El panorama hoy en día no es muy esperanzador. Los líderes, los prohombres y los sabios ya no están. Sólo queda una sociedad civil inerme, desorientada, en manos de quienes conocen el truco, de quienes están en la jugada y se las saben todas.

Cuando lo expulsaron de la isla Mauricio dijo, a manera de conclusión y de moraleja: “Esto me confirma lo que siempre he pensado. Al final sólo va a quedar una sopa de desperdicios”.