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Cumbre en el corazón del mundo

Agobiados por la guerra, los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta se reunieron a discutir su futuro. Por primera vez permitieron que un medio de comunicación los acompañara.

Crónica de Carlos Eduardo Huertas
12 de febrero de 2006

Hace pocos meses un grupo de mamos o líderes espirituales de los pueblos kogui de la parte más alta de la Sierra Nevada de Santa Marta discutieron la posibilidad de acabar con el mundo. La desesperada reflexión se dio cuando empezaron a recibir los embates de una guerra desconocida para ellos. Los frentes 19 y 59 de las Farc llegaron del suroriente de la Sierra huyéndoles al Ejército y a los paramilitares. Se comieron sus animales y acabaron con sus cosechas. En la parte baja, en el único camino de entrada a la zona, por el poblado de Mingueo, los paracos, como ellos los llaman, bloquearon el ingreso de alimentos y medicinas. Mientras tanto, una epidemia de tuberculosis crecía y la desnutrición hacía de las suyas. El bloqueo dificultó la comunicación entre estos mamos y la máxima autoridad indígena no religiosa de esta región, Arregocés Conchacala, quien es el Cabildo Gobernador, vive en Santa Marta y no había podido regresar desde hace cerca de dos años porque está amenazado. Además, la pared de uno de los lagos se derrumbó, la erosión creció y los ríos se llevaron a su paso sus tradicionales puentes. Con todo esto se sintieron abandonados en su desgracia. De ahí la radical decisión. Para koguis, wiwas, arhuacos y kankuamos, las cuatro etnias que viven en la Sierra Nevada, su territorio es el corazón del mundo. Desde allí se podría dar paso a una nueva creación donde se recuperaría el orden de todas las cosas. Sin la guerra que los asedia. Estos pueblos milenarios, en especial los kogui, que lograron sobrevivir hace 500 años a la sangrienta conquista, que evadieron con éxito la evangelización que puso en riesgo sus tradiciones y creencias, que se perpetuaron a pesar de los cientos de colonos que ocuparon sus tierras y que han logrado mantenerse auténticos pese a las tentaciones del capitalismo, habían llegado quizás a una de sus más grandes encrucijadas. Por eso la semana pasada hicieron una cumbre en su territorio con representantes de los demás pueblos para discutir qué hacer. SEMANA estuvo con ellos. En sus lenguas el mensaje que quieren que se transmita es el mismo. En ik'n, el dialecto de los arhuacos: yuga seimaque chounan achucua. En d'mana, el de los wiwas: dugan yinu nabinyi kangama wama k'nananca. En kogian: jeñi nañi z'nkabeta. Lo que en castellano traduce como: "Hermanitos menores respeten nuestro territorio". ¿Quiénes son los hermanitos menores? Aquellos a los que no les dieron la sabiduría, que no les enseñaron más allá de lo material. En otras palabras, los que no son de sus pueblos. Y más los que utiliza Nuanase, el jefe de lo negativo, para oprimirlos. La reunión fue convocada por la Organización Indígena Gonawindua Tayrona que es la que mayor cobertura administrativa tiene sobre los más de 50.000 indígenas que viven en esta zona. La cita fue en Pueblo Nuevo, un caserío perdido a 1.100 metros sobre el nivel del mar, en uno de los cientos de imponentes valles de la agreste topografía de la Sierra, que pertenece a la cuenca de los ríos San Miguel y Garavito, donde habita la mayor población kogui. Junto a delegados de tres agencias del sistema de Naciones Unidas, de la Defensoría del Pueblo, de la oficina de Derechos Humanos de la Vicepresidencia de la República y de Gonawindua, incluido el Cabildo Gobernador, se inició la jornada. Al ritmo de los indígenas, el recorrido entre Miguéo y Pueblo Nuevo tarda 12 horas a pie. El grupo de acompañantes tardó lo mismo, pero en dos jornadas y con la ayuda de camperos en un trayecto inicial de dos horas. La primera parte del recorrido es una exigente prueba para un vehículo todo terreno. Un retén del Ejército en la Quebrada Andrea, donde antes permanecían apostados los paramilitares, da tranquilidad a los visitantes sobre el control de la zona. Para los indígenas, su presencia no es garantía de que con ellos no lleguen nuevos problemas. Luego comienza el ascenso a pie. El murmullo, a veces, y el estruendo, en otras, de cientos de quebradas y ríos acompañan todo el trayecto. Los caminos empedrados que en algunos tramos han construido los indígenas parecen ríos secos que se abren paso entre la manigua. La exuberante vegetación, la variedad de sonidos y la presencia de la majestuosa cadena de montañas de la Sierra hacen difícil imaginar que en tan inhóspita región vivan tantas personas. En medio de tres de estos cerros, Nanú, Mamalúa y Goltué, están los poblados koguis de Buncanane Yaca (que es el nombre indígena de Pueblo Viejo) y con una cerca como lindero, Nuviyaca, donde un centenar de casas circulares con techo en pasto seco y paredes en bahareque yacen adormecidas allí donde ni siquiera la vanidad ha llegado. La mayor parte del tiempo permanecen cerradas y sólo las usan cuando se convoca a todo el pueblo, pues los indígenas tienen otras casas en el campo. De sus oscuros interiores salen los kogui, con vestidos tejidos que alguna vez fueron blancos, y su cabello enmarañado. Sus mujeres lucen frondosos collares rojos y se dedican al cuidado de la decena de niños que por tradición deben parir, a la preparación de los alimentos en los fogones que están en el centro de sus casas, a tejer y a recoger la coca que sus esposos mascan todo el día, revuelta con la cal que extraen de conchas del mar. Esta última es quizás a simple vista la característica que une a estos cuatro pueblos indígenas. Se les conoce también como la comunidad del poporo, pues todos ellos utilizan este singular recipiente para preparar la mezcla que dicen, les da más energía. Este recipiente simboliza la relación sexual y se les entrega a los hombres en la pubertad, cuando conocen mujer. En el centro del poblado esta el nujue, que es el lugar donde los hombres se reúnen cada noche. Con un diámetro de 15 metros, una altura similar y sus paredes en un cuidadoso trenzado de fibras vegetales, allí será el sitio de la Cumbre. Descalzos, sentados en pequeños butacos y a la lumbre de cuatro fogatas, comenzó la presentación de cada uno y se hizo un primer debate sobre las dificultades que están pasando. El ritmo es lento y luego de cada intervención un traductor hacía su trabajo, a lo que los asistentes respondían con un gutural sonido, en señal de aprobación. En medio de una decena de asentamientos, Pueblo Nuevo es el más importante no sólo por su tamaño, sino porque simboliza la estrategia de los indígenas de consolidar su territorio. Hace poco más de una década el lugar lo habitaban colonos de Dibullá, el municipio guajiro al que pertenece esta región. Sus construcciones eran tradicionales, en ladrillo y cemento. Tenía calles y plazas, pero los indígenas fueron comprando las propiedades hasta quedarse con todo el pueblo. Lo destruyeron e hicieron uno de acuerdo con sus costumbres. De esa época hoy sólo quedan en pie el puesto de salud, la antigua cooperativa, y el internado de las religiosas católicas de la congregación de las Hermanas Laura, que les dan educación básica a 250 niños de la zona respetando sus tradiciones. La consolidación territorial es el más importante proyecto por el que luchan los pueblos de la Sierra. El propósito de ellos es recuperar su territorio tal cual era su realidad ancestral. Y aunque suena descabellado, han tenido importantes resultados. No sólo han comprado miles de hectáreas a colonos y campesinos, sino que además han conseguido que el gobierno les amplíe los límites de sus resguardos tanto, que sus tierras ya llegan hasta el mar, con lo que han dejado de ser una comunidad marginal y pequeña en lo alto de una montaña. Divide y reinarás Por su importancia estratégica las tierras de los indígenas en la Sierra son tan atractivas para los grupos armados. Hace 30 años la región fue escenario de la llamada bonanza marimbera. Ahora paramilitares al mando de alias 'Jorge 40' y Hernán Giraldo controlan el negocio de la coca. Para la guerrilla, durante años fue el lugar ideal para esconder secuestrados. El conflicto tradicionalmente estaba en el suroriente de la Sierra y a los territorios kogui no había llegado. A partir de este gobierno, con su política de seguridad y la presión de los batallones de alta montaña, la guerrilla traslado allí su refugio. Mientras tanto comenzó la presión paramilitar. La mañana del 22 de agosto de 2004, guerrilleros de las Farc reunieron a gran parte del pueblo para hacerles saber las nuevas reglas. Ya llevaban varios días merodeando en la zona. Al terminar la reunión al mediodía, y cuando regresaban a sus campamentos, paramilitares apostados en la montaña del frente abrieron fuego contra los guerrilleros. El combate duró cuatro horas y media. Al día siguiente, el pueblo parecía fantasma. Los médicos del puesto de salud se fueron al amanecer, y el otrora paraíso indígena desapareció. La tragedia del indígena Antonio Conrado es quizás uno de los ejemplos más claros de lo que pasó de ahí en adelante. Era el principal comerciante del pueblo. "Ya tenía dos camperitos, uno de Venezuela y otro de Colombia. Yo no entendía nada cuando llegaron los guerrilleros" -dice en un castellano mejor de lo que él cree-. "Vinimos a ayudarle a cuidar los cerros, y me decían un poco de cosas de Simón Bolívar, pero no entendía. Se llevaron todo lo que tenía y me dijeron que luego otro comandante me pagaba, y nunca lo hicieron. Luego los paracos no me dejaban entrar ni una libra de sal, ni granos, ni nada". Días después, la guerrilla secuestró a Toño, como le dicen en el pueblo. "Decían que como yo sabía hacer papeles (escribir) llevaba razones al Ejército y a los paracos". La intermediación de algunos mamos y de las monjas lo salvaron. Luego los paramilitares le hicieron saber que también estaban buscándolo. Un día a uno de sus hijos lo emboscaron, pero aprovechando un descuido se voló. Lo más grave de este episodio es que al parecer quien lo señaló ante los paras era un indígena del pueblo vecino, que estaba encapuchado. Esta misma persona parece haber participado en algunas de las desapariciones de nueve koguis, entre ellos uno de sus líderes. El tema es espinoso para los indígenas y el más sensible para tratar en la Cumbre. Había el temor de que esto hubiese separado a los kogui de la parte alta de los de la parte baja. La presencia de mama Santos y mama Jacinto, dos de los llamados mayores, conjuró la desconfianza y permitió que la reunión continuara. En la Cumbre la participación de los otros pueblos diferentes a los kogui tenía mucho de solidaridad. Según un líder kankuamo, su propósito era contarles la experiencia de cómo la división les trajo más de 200 muertos. Un líder wiwa dice que a ninguno de los grupos armados le conviene un pueblo indígena organizado. Por eso siembran cizaña y buscan que haya desgobierno, concluye un líder kogui. La Cumbre llevaba tres días cuando se dio la reunión clave. Comenzó de madrugada, mientras los rayos del sol cortan el alba con el filo de las montañas y los indígenas fueron a la Asinkana, el lugar sagrado de consulta. Veinte mamos en el centro, rodeados por el pueblo, escuchan lo que dice en su lengua cada uno de los líderes. Esto es lo que ellos llaman confesión. Mientras tanto, cada mamo en un recipiente con agua deja caer unas coloridas piedras. Esto es la yatucua, uno de los cuatro métodos de adivinación que utilizan. En este caso vaticinan a partir de las burbujas que salen cuando caen la piedras. Luego de ocho horas continuas se levanta la reunión. El rostro del Cabildo Gobernador vuelve a estar radiante, luego de lucir abrumado los días anteriores. "Consenso, consenso", es lo que le dice al periodista con inocultable optimismo. A través de un traductor, mama Jacinto habla de los avances para la unidad de los cuatro pueblos, de los cambios que van a hacer en las organizaciones y de la forma como su justicia interna va a tratar a quien motivo la división. Nueve años apartado de mujer, ayuno y consulta con el mamo todas las noches, y mucha enseñanza para que vuelva a la comunidad. Aún no termina la reunión y es hora de partir. Seguirán tres días más de consultas entre el nujue y la asinkana. Al final han invitado a miembros de delegaciones internacionales y del alto gobierno para que les ayuden en su llamado a que se respete su territorio. Por ahora, el mundo se ha salvado. Los hermanos mayores han hecho su parte enfrentando con sabiduría una compleja situación que amenazaba con dividirlos. Ahora sólo falta que los hermanitos menores hagan lo mismo.