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CURULES POR HERENCIA

Mucho de lo que llaman renovación del Congreso está compuesto por hijos de los de antes.

25 de abril de 1994

Hace apenas un par de años, Alvarito Araujo Castro se hacía famoso entre algunos círculos de la farándula por su actuación en la teleserie Escalona. Pero en Valledupar, su tierra natal, existía cierta preocupación porque en vez de seguir las huellas políticas de su familia fuera a terminar como actor de segunda en cualquier telenovela del corazón. Esa preocupación de sus amigos y allegados, sin embargo, se disipó hace 15 días, cuando este joven de 27 años obtuvo la segunda mayor votación para la Cámara en el departamento del Cesar.
Tras una meteórica campaña que duró escasos tres meses, el recordado Miguel Casares de la serie televisiva logró 18.500 votos, cifra que dejó atónitos a muchos en su comarca, pues se pensaba que él iba a sufrir un rotundo fracaso en su primera incursión en la política, ya que, aparte de un rancio e ilustre apellido costeño y de un fugaz desempeño como actor, no tenía nada que mostrar.
Tanto era así que en una encuesta del Centro Nacional de Consultoría realizada a finales de diciembre para determinar las intenciones de voto entre los 10 candidatos a la Cámara por ese departamento, Araújo Castro ocupaba el penúltimo lugar. Pero en un hecho que parece extraído de un maletín de magia o de un milagro del Divino Niño, pasó súbitamente de la cola a la cabeza. Cuando faltaban 15 días para las elecciones, ya estaban en el primer lugar de los sondeos con un favoritismo del 28 por ciento. Total, resultó elegido y ahora es un nuevo y flamante representante a la Cámara.
Contra lo que pudiera pensarse, este caso de curul por herencia no fue el único en las elecciones del pasado 13 de marzo. Concluidos los escrutinios regionales de las votaciones para Senado y Cámara se nota claramente que, a pesar de que el tarjetón dejó tendidos en el campo de batalla a muchos barones electorales, casi en todo el país triunfaron las dinastías, los delfines y varios cacicazgos políticos. En esta ocasión, la gran familia nepotista colocó en el Congreso, que se sepa, a 22 de sus parientes, que incluyen hijos, nietos, primos, hermanos, sobrinos y hasta esposos.
Que estas personas hayan sido elegidas gracias a la influencia de sus apellidos y de sus familias no es bueno ni malo per se. Lo que muchos analistas están poniendo en duda es el alcance de la renovación de las costumbres políticas anhelada por la Constitución del 91 y que suponían erradicados estos viejos vicios de la política colombiana.

UN LARGO CAMINO
El clientelismo le llegó a la opinión pública en 1975, cuando el ex presidente Carlos Lleras Restrepo empezó a referirse a este asunto en algunos editoriales de Nueva Frontera : "La prioridad en la satisfacción de las necesidades públicas -decía en uno de ellos- se viola para poder favorecer al clientelismo político; es infinita la gama de instrumentos que se utilizan para tener un electorado cautivo ".
Luego, a comienzos de los 80, el Nuevo Liberalismo tomó suya la bandera contra esta práctica. Al ser sometidos al escarnio público varios de sus protagonistas, se pretendió estimular el regreso a las buenas costumbres políticas. El clientelismo se definió entonces como la obtención de los favores del Estado a cambio del voto. La gama de instrumentos para obtener esos favores iba desde la compra de votos por dinero, mercados, la construcción de un tramo de carretera y becas estudiantiles, hasta la obtención de puestos públicos y recomendaciones de cualquier tipo Las causas de esta práctica fueron atribuidas por los analistas a la pérdida de valores sociales, la transgresión moral y ética, el materialismo en las costumbres y la propia corrupción.
Aunque desde 1975 algunos sectores políticos y los mismos medios de comunicación iniciaron una serie de denuncias, casi poco-o nada- pudo hacerse para evitar que el vicio continuara su carrera ascendente. Sería sólo con la promulgación de la Constitución de 1991 cuando el país conoció verdaderas y eficaces armas para combatirlo. Los constituyentes, entre otras cosas, aprobaron la pérdida de investidura para los congresistas que hicieran indebida destinación de los auxilios públicos y manejaran el tráfico de influencias. La aparición del tarjetón desamarró, por otra parte, el voto de los electores con sus caciques.
Pero no obstante los oficios renovadores de la Constitución, el clientelismo parece que sigue enraizado en cierta forma entre los colombianos. Un somero répaso a la lista de elegidos en las pasadas elecciones del 13 de marzo corrobora esta situación. En Cundinamarca y Bogotá, por ejemplo, fueron escogidos Camilo Sánchez Ortega, hijo del ex alcalde de Bogotá Julio César Sánchez y Germán Vargas Lleras, nieto del ex presidente Carlos Lleras Restrepo y sobrino del ex constituyente y precandidato liberal Carlos Lleras de la Fuente. Aunque estos jóvenes políticos se han ganado un lugar de importancia gracias en parte a la labor que han desarrollado en la Cámara y el Concejo de Bogotá, también es cierto que pudieron llegar a la política gracias a los nexos e influencia que sus familias mantienen de tiempo atrás con muchos electores en importantes regiones de Cundinamarca y la capital.
Sin embargo, como se puede deducir de los resultados de marzo, esas prácticas políticas parecen estar amainando en las grandes ciudades, pues en ellas hay ahora una clase media que no depende ya de los favores del Estado, que goza de un acceso rápido a la información y que no está obligada a utilizar el papel mediador de su voto para recibir beneficios.
Por ejemplo, si se examina la votación que obtuvo Julio César Turbay Quintero en esta elección con respecto a la pasada (31.204 votos frente a casi 60.000) se aprecia que disminuyó dramáticamente su poder en un 50 por ciento frente al potencial elector. Como opina Juan Carlos Flórez, historiador y politólogo de la Universidad de los Andes, "el clientelismo no va a desaparecer por ahora, aunque esté herido de muerte. En muchas regiones la gente no tiene todavía posibilidades de acceder a una serie de servicios que por ahora nadie puede reemplazar. Ni la empresa privada ni la tecnocracia estatal. Y ese espacio, mientras no ocurra algo distinto, seguirá en manos de los caciques que aun quedan ".

EL PRINCIPIO DEL FIN
Para muchos está claro que la vieja Colombia-pese a que ya no funciona con la efectividad de antes- sigue haciendo de las suyas. Pero también está claro que el nuevo país empieza a realizar experimentos de laboratorio que están dando sus frutos. El ejemplo típico es el caso del padre Bernardo Hoyos en Barranquilla, quien sacó a flote una ciudad acorralada por la corrupción y, de paso, desbancó a los caciques que la manejaron "como su propia finca" durante muchos años. El fenómeno se repite con la alta popularidad de Antanas Mockus en su camino a la Alcaldía de Bogotá, episodio que refleja el desprestigio en que ha caído la clase política frente al manejo de los problemas del país. Muchos creen vista esta situación que las candidaturas cívicas -al menos para las alcaldías- serían una buena fórmula política.
"Estamos en un clásico período de transición-dice Flórez-. Período que indigna a algunos -porque les parece que la opinión es todavía indiferente- y fortalece el argumento de otros, que creen que el antiguo régimen no se ha derrumbado. Pero las dos son verdades a medias, porque en las elecciones se hundió gente que tenía empresas electorales muy viejas, como en el caso de Efraín Páez Espitia en Cundinamarca. Y al mismo tiempo, aparecieron nuevas empresas políticas en el país, como la de Gabriel Camargo".
Sea como fuere no hay duda de que los legendarios y dinásticos apellidos políticos -aunque muchos se hundieron- seguirán atrapando por algún tiempo más el voto de los colombianos.
En estas elecciones de marzo pudieron ocurrir varias cosas. A la hora de elegir y en medio de la proliferación de listas en la mente de los colombianos que votaron pudo pesar más un nombre conocido que otro desconocido. De allí el resultado: lo que para muchos es el nuevo país no es, en realidad cosa distinta a los hijos de los viejos congresistas ahora sentados en una curul en el Capitolio. De manera que queda mucho trecho por recorrer para que haya una verdadera renovación legislativa.
En el fondo el problema del caciquismo de las curules heredadas del clientelismo tendrá que verse en el futuro en otro contexto. Porque a juicio de muchos observadores mientras el Estado no haga presencia efectiva con obras y proyectos la gente seguirá entregando su voto a los caciques o a sus hijos. Como dice Flórez "cuando la prioridad es tener un lote con servicios en dónde hacer la casa, pocos se pueden dar el lujo decidir libremente".