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CYNTHIA ARNSON. Seminario Haciendo paz: reflexiones y perspectivas del proceso de paz en Colombia. Ponencia.

23 de abril de 2001

Seminario Haciendo paz: reflexiones y perspectivas del proceso de paz en Colombia.

Cartagena, Marzo 9-11, 2001





SESION IV – LECCIONES DE OTRAS EXPERIENCIAS DE PAZ EN ELMUNDO: Perspectivas Internacionales; efectos para países vecinos y la comunidad internacional

Por CYNTHIA ARNSON



Aparte de la humildad que siento al hablar delante de personas como ustedes con tanta experiencia y conocimientos sobre el tema, creo que, de todos los ponentes de hoy, yo soy la que peor habla el español. Así que les voy a pedir disculpas por mis errores de idioma y pedirles, también, un poquito más de paciencia después de un día tan rico pero igualmente largo como éste.



Creo que estamos tal vez en la quinta o sexta reunión de esta naturaleza desde cuando principió el llamado proceso Houston. Con todo respeto hacia Joaquín, también sé que los colombianos ya están un poco cansados de escuchar discursos sobre los procesos de paz en El Salvador y en Guatemala. Así que no voy a retomar directamente estas experiencias, sino tratar de aplicar al caso colombiano lo que la teoría de resolución de conflictos ha aprendido de las experiencias centroamericanas.



Hay que tener presente que esta teoría ha sostenido durante mucho tiempo la idea de que el momento propicio para una negociación implica, o depende de lo que se llama, el empate mutuamente doloroso. Esto es definido como un veto mutuo, en el cual una intensificación de la guerra no deja ninguna posibilidad de salida al conflicto. La idea de que el empate mutuamente doloroso es principalmente una condición objetiva, basada en lo que Joaquín mencionó como la correlación de fuerzas militares, ha cambiado durante los años noventa para dar prioridad a las percepciones de los actores y el cálculo que hacen de sus intereses, los cálculos de su futuro sin o con conflicto militar.



La perspectiva realista en las relaciones internacionales enfatiza la fuerza militar como la base del poder. Nuestra experiencia, de acuerdo con el análisis de otros procesos de paz en América Latina, nos lleva a afirmar que los cambios en las percepciones de los intereses son los elementos más importantes para decidir si el proceso de negociación camina o no. O sea, un análisis de las "condiciones objetivas," sin considerar los elementos humanos de la percepción y del proceso de toma de decisiones, no sirve para explicar las posibilidades o no de un proceso de paz.



¿Cómo se aplica este principio a Colombia?



Se escucha con más y más frecuencia en Washington y en otros lugares que, para que el proceso de paz tenga éxito en Colombia, hay que fortalecer el Ejército y restablecer un equilibrio en el campo de batalla, un equilibrio que en los últimos años ha favorecido a las FARC. La falta de reciprocidad de las FARC en la mesa, hasta ahora, implica que sólo mediante el uso de la fuerza se sentirán motivados para negociar con buena fe. Esto podría ser correcto en teoría y dejo abierta la posibilidad de que así sea, pero agregaría que sólo si el apoyo a las fuerzas armadas sirve para aumentar tanto el profesionalismo como el respeto a los derechos humanos y quebrar los vínculos históricos con los grupos paramilitares. Sin embargo, hay que acompañar el uso de la fuerza con incentivos que influyan en las mentes y no sólo en los niveles de dolor.



Este es un proceso en evolución que no puede desarrollarse únicamente con políticas dirigidas a fortalecer la capacidad gubernamental. El proceso colombiano ha dado muchos pasos en esa dirección: la gira a Europa de los líderes insurgentes, los encuentros en la zona de despeje con los empresarios y el papel mismo de la sociedad civil en el proceso con el ELN. Creo que hay que continuar y ampliar estos esfuerzos, añadiendo proyectos concretos de posible colaboración, por ejemplo, la erradicación manual, los cuales sirven para mostrar la existencia o no de una voluntad política.



A pesar de todos los problemas políticos existentes, inclusive aquellos relacionados con derechos humanos, espero que en un futuro cercano el gobierno de los Estados Unidos participe de nuevo al lado de los gobiernos europeos en el proceso de encuentros directos con los grupos insurgentes, resaltando los costos si el proceso no avanza pero también los incentivos si se logra la paz. Una parte importante de ese diálogo sería insistir con los grupos insurgentes sobre la necesidad de tomar medidas inmediatas para humanizar la guerra, especialmente para parar el secuestro.



¿De qué otra manera se puede influir en las percepciones?



Creo que una de las cosas más importantes que puede hacer el gobierno colombiano es establecer e ir aumentando un esfuerzo serio y creíble para hacerle frente a la problemática de los grupos de autodefensa. No sólo es obvio que los grupos guerrilleros no depondrán las armas si les pasa lo mismo que le sucedió a la Unión Patriótica en los años noventa; sino que es aun más complicada y perversa la existencia y el crecimiento de estos grupos, los cuales le sirven a los guerrilleros para legitimar y reforzar su visión del gobierno como represivo, corrupto y cómplice. La lucha contra el paramilitarismo es un reto fundamental en muchos sentidos, especialmente para crear las condiciones objetivas y subjetivas de una eventual transformación de la guerrilla de una fuerza militar a una fuerza política. Coincido con muchos colombianos en creer que, en un momento dado, el proceso de paz va a tener que incluir de manera directa a los grupos de autodefensa. Pero veo también que es muy difícil políticamente, tanto a nivel nacional como internacional, abrir este espacio necesario mientras que siguen las masacres a la población civil como la estrategia fundamental de guerra.



Se ha hablado mucho en Colombia y en otros países del papel de la comunidad internacional. Esta participación mediadora y verificadora de los acuerdos fue clave en los procesos que a la postre fueron exitosos en Centro América, los cuales nos sirven de referencia. Hay, inclusive, algunas personas que argumentan que la diferencia entre procesos exitosos y fallidos es la participación internacional. Es decir, cuando existen altos grados de desconfianza y odio, un actor neutral e imparcial puede ayudar a construir confianza y superar obstáculos. Pero, al mismo tiempo ver el papel de las fuerzas exteriores como de deus ex maquina, como dijeron los griegos, que salvar a un país de sí mismo, es también erróneo. El ingrediente más importante en un proceso de paz fue y sigue siendo la voluntad o el deseo de las partes de encontrar una solución negociada.



Se puede hablar en esta mesa de muchos temas comparados entre Colombia y Centro América, del rol del cese del fuego como medida inmediata o final en los procesos de paz, del papel de las amnistías y, también, de la impunidad. Creo que en muchos sentidos, la experiencia de Colombia difiere de la experiencia centroamericana.



De todos modos, quisiera terminar con un punto que tiene que ver con la naturaleza de la agenda acordada ente el gobierno y las FARC. A diferencia de los casos centroamericanos, donde las reformas políticas y el aparato de seguridad tenían primacía, el proceso colombiano le ha dado prioridad a los cambios estructurales socioeconómicos. Esto no se podía negociar ni en El Salvador, ni en Guatemala. De hecho, en ambos países los niveles de pobreza, aparte de los terremotos, no han mejorado desde la firma de los acuerdos de paz. Los acuerdos de paz no han sido capaces de servir como modelos de desarrollo económico. Colombia, contrario a Centro América, puede abrir nuevos caminos en la búsqueda de una especie de pacto social a través de las negociaciones que permita, por un lado, un crecimiento económico y, por el otro, un mayor nivel de equidad. En pocas palabras, un mayor control del proceso de la globalización económica.



Pero esa discusión no depende únicamente de las partes, sino que es un asunto de toda la sociedad civil, inclusive del sector privado, los sindicatos, etc. Lo que dijo el Alto Comisionado para la paz esta mañana es cierto, el proceso colombiano podría ser uno de los más difíciles del mundo. Comparto con Joaquín su apreciación en el sentido de que todos los actores en un proceso de paz piensan que el suyo es el peor de todos, pero hay que seguir con el esfuerzo de cambiar el cálculo de intereses de todos los actores armados, combinando el famoso garrote con las llamadas zanahorias.



Por último, coincido con el asesor de la ONU cuando dijo a finales de enero, que la paz o un proceso de paz imperfecto es mejor que una guerra perfecta. Creo que hasta ahora el proceso de paz en Colombia ha servido como freno a la guerra total y éste hay que preservar.



Muchas gracias