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De armas tomar

Una temeraria forma de resistencia se gesta en Santa Rosa, sur de Bolívar. Civiles armados se enfrentan con la guerrilla, los paramilitares y la delincuencia común.

10 de julio de 2005

El pasado 10 de mayo, por las calles de Santa Rosa circuló un barullo que cada vez se ha hecho más común en este pueblo al sur de Bolívar. Siete camionetas atestadas de gente corrían tras un grupo de delincuentes que acababan de asaltar a unos mineros que llegaban al pueblo. Luego de varias horas de persecución, ubicaron a los seis asaltantes y los enfrentaron. Uno de ellos murió, tres más fueron capturados y entregados a la Policía y los otros dos, tras una larga persecución con apoyo del Ejército, lograron escapar con el botín de 20 millones de pesos, joyas y oro.

En este pueblo, cada vez que hay un rumor de un ataque de grupos armados ilegales, es normal ver que la gente se atrinchera en los techos y rodea el lugar donde se almacena el gas. Así, mientras en Cauca los indígenas manifiestan su neutralidad en el conflicto con una guardia 'blindada' simbólicamente con bastones de madera, y en San José de Apartadó, en Urabá, la comunidad evita cualquier contacto con grupos armados legales e ilegales como forma de resistencia, los santarrosanos han buscado, a través de las armas, mantener alejado el conflicto y la violencia.

Con revólveres, escopetas y macocas (armas largas que se recargan con cada disparo) se han defendido masivamente de guerrilleros, paramilitares y delincuentes comunes. Esa movilización, que los lugareños consideran de "defensa civil", ha impedido agresiones contra la población, la captura de delincuentes y ha traído sensación de seguridad. Pero también excesos.

La historia 'oficial' que circula sobre el origen de este tipo de defensa se remonta a comienzos de los años 80, en el corregimiento de Canelos. En ese lugar, un jefe del ELN conocido como Torres, llegó a pintar las paredes de la finca de la familia Cendales con la sigla de su movimiento. Apenas escribió las letras E y L, Melesio, el patriarca de esta familia, desenfundó un revólver y amenazó con dispararle si pintaba la N. Amedrentado, el guerrillero huyó.

Unos años más tarde, en una toma de este grupo al pueblo, el sacerdote Juan Zape Benjumea impidió que se llevaran a ocho policías, diciendo que sólo lo podían hacer sobre su cadáver. Luego de tres tomas, desapareció la tolerancia de los santarrosanos. En 1997, los elenos buscaban sabotear las elecciones y secuestraron a 32 personas que aspiraban a ser elegidos para el concejo, la asamblea y la alcaldía. La gente les envió el mensaje de que si no los soltaban, todo el pueblo iría al monte a buscarlos, y así lograron su liberación. Sin embargo, amenazaron de muerte a quienes fueron elegidos si se posesionaban. Esto rebosó la copa y fue cuando todos se armaron masivamente para resistir.

Una de las acciones más recordadas fue en 1999, cuando las Farc secuestraron a una reconocida comerciante del pueblo. En cuestión de minutos, cerca de 200 personas salieron en persecución de los guerrilleros, los interceptaron, los encañonaron y, ante tal despliegue, los guerrilleros no tuvieron más opción que liberar a la comerciante. Este triunfo envalentonó al pueblo.

En agosto de 2000, la resistencia santarrosana se puso a prueba con los paramilitares. Unas 2.500 personas, varias con armas cortas, llegaron al puente de San Blas, a las afueras del pueblo, a reclamar a un estudiante y otro joven desaparecidos por transportar coca sin permiso de las AUC. El 28 de octubre de 2001, la comunidad del corregimiento Canelos se levantó contra tres autodefensas por asesinar a uno de sus vecinos. Incineró un vehículo y parte del Hotel Las Villas, donde se hospedaban. Y el 13 noviembre de 2004, en el mismo Canelos, la gente se negó a una reunión de los paramilitares. Coincidencialmente, como sucedió al comienzo de los años 80, uno de los Cendales se enfrentó con dos de ellos y en la trifulca murieron dos paras.

Hoy funciona en Santa Rosa el 'departamento de seguridad del comercio', con radios portátiles y una central de comunicaciones equivalente a la utilizada por la Policía y el Ejército, con la que tienen la capacidad de rastrear las señales de los grupos al margen de la ley. Según una decena de habitantes entrevistados por SEMANA, esos equipos sólo se usan para sostener la defensa de la comunidad. Hay consenso de que lo que hay en el pueblo es una forma legítima de defensa, que nació ante la inoperancia del Estado. Sin embargo, sienten temor de que en algún momento esto se desborde -como ya ha sucedido-, por eso coincidieron en dar sus testimonios sólo si se les guardaba su identidad.

El coronel Alberto Castillo Urquijo, oficial de Acción Integral de la Quinta Brigada del Ejército, con jurisdicción en la zona, dijo a SEMANA que "la movilización de la gente de Santa Rosa refuerza el control de los organismos de seguridad y se integra a mecanismos como las redes de cooperantes, en acciones preventivas y de alertas tempranas, concebidas dentro de la estrategia de Seguridad Democrática". Para él las armas de los santarrosanos son de uso "persuasivo" y rechaza los excesos que se puedan cometer con ellas.

El alcalde del municipio, Pastor García, dice que allí existe "una cultura de defensa del pueblo", para explicar por qué en sus movilizaciones no participa la Fuerza Pública. Resalta que la unión y la solidaridad de los santarrosanos no sólo se evidencia al momento de enfrentar a los delincuentes, sino también se refleja en el respaldo que hay para la construcción de obras como el acueducto, la hidroeléctrica y la escuela.

Pese a que las autoridades civiles, militares y de policía consideran que todo está bajo control, la fórmula de resistencia de Santa Rosa deja muchas dudas sobre la posibilidad de una convivencia real en paz y no bajo el dominio de las armas. La temeridad de este pueblo ha salvado unas vidas, y cobrado otras, en nombre de una 'justicia' sin fórmula de juicio.