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A la retórica hostil de Chávez, Uribe ha respondido con una ofensiva diplomática en la ONU y la OEA. Pero la crisis sigue sin horizonte de solución

FRONTERA

De mal en peor

Chávez está echando leña al fuego y Uribe no está haciendo lo suficiente para apagar el incendio. Alguien tiene que ponerles punto final a las tensiones en la frontera.

21 de noviembre de 2009

Que una patrulla del Ejército venezolano volara un rústico puente en la frontera con Colombia se podría considerar un hecho intrascendente y sin importancia en otro momento. Pero no en este. Por eso cuando el jueves tropas de ese país dinamitaron dos pasos peatonales que unían a Ragonvalia, Norte de Santander, con Las Delicias, en el Táchira, quedó claro que era un gesto inamistoso deliberado y un peldaño más en la peligrosa cadena de hostilidades que está viviendo la frontera desde hace por lo menos dos meses.

La crisis diplomática entre Uribe y Chávez tiene ya varios años, en los que ha habido una virulenta confrontación verbal con altibajos. Ha sido una pugna de alta política, que se libra entre Caracas y Bogotá, cuyos picos más altos han ocurrido cuando los flashes y las cámaras enfocan a alguno de los carismáticos y temperamentales presidentes. Pero por primera vez en estos años, la pugna se trasladó a la zona limítrofe y empieza a afectar seriamente a la población.

Aunque en el Palacio de Miraflores y en la Casa de Nariño se habla de invasiones, complots, traiciones, espionaje y otras grandes causas que podrían ser motivo de guerras, ni en Ragonvalia ni en Las Delicias la gente vive pendiente de la alta política. Estaban unidos por estos dos puentes desde hace 25 años, cuando se construyeron para facilitar la integración y la convivencia entre las dos comunidades, y que son idénticos a por lo menos otros 30 pasos peatonales hechos por las propias comunidades a todo lo largo del río Táchira, que sirve de línea divisoria.

Los niños del lado colombiano pasaban todos los días a estudiar del lado venezolano; así como es frecuente que los jóvenes venezolanos vayan hasta Cúcuta para estudiar sus carreras. Los colombianos traen del lado venezolano productos cosméticos y para el aseo, así como combustible. Los venezolanos suelen pasar a Colombia a comprar ropa, alimentos y café. De ambos lados ven los mismos canales de televisión y oyen las mismas estaciones de radio, bailan las mismas canciones de moda, y con frecuencia los habitantes de un lado y otro tiene amistad y forman familias que en todo el sentido son binacionales.

Así es la vida en casi todas las fronteras, donde se construyen relaciones de vecindad basadas en la tradición y la convivencia. Justamente esta costumbre, que en derecho internacional se considera la base de las buenas relaciones entre los países, es la que se ha venido deteriorando a pasos agigantados en las últimas semanas. A la masacre de 11 jóvenes en Táchira, la mayoría de ellos colombianos, le siguió la matanza de dos agentes de la Guardia Nacional; a eso se sumaron detenciones de varios colombianos acusados de espionaje, uno de los cuales efectivamente pertenece al DAS; y los llamados a la guerra de Chávez. Deportados, detenidos, cierre de la frontera, restricción del comercio y misteriosas muertes. Y ahora la voladura de los puentes que, a diferencia de los otros episodios, fue claramente cometida por las autoridades del vecino país.

El gobierno venezolano argumentó que los pasos "ilegales" eran aprovechados para el contrabando y la movilización de grupos paramilitares provenientes de Colombia. "Los pasos que están autorizados son los que están establecidos en los tratados internacionales, los cuales son el paso por San Antonio, por Ureña y por Boca de Grita", dijo en una rueda de prensa el general Eusebio Agüero Sequera, comandante del Ejército venezolano en Táchira. Dijo además que las cargas habían sido puestas del lado de su país y que era un acto soberano.

En Colombia la acción militar de Venezuela fue recibida con preocupación, pues desde hace varias semanas se viene hablando de un ambiente de preguerra y no hay mediación a la vista. Todos temen que en medio de la enorme distancia entre Uribe y Chávez, la frontera se convierta en un campo minado en el que cualquier mal paso puede desatar una explosión. "La destrucción de esos pasos peatonales constituye un acto inamistoso de Venezuela. En la frontera toda actuación debe ser de común acuerdo y consultada con las poblaciones vecinales, los actos unilaterales son muestras de fuerza", dice Juan Carlos Sainz, experto en derecho internacional público de la Universidad Central de Venezuela.

Todo indica que la voladura de los pasos peatonales hace parte de una política de cierre de la frontera por parte de Chávez. Por eso se esperan nuevas medidas y episodios hostiles, en los que las víctimas seguirán siendo los pobladores más vulnerables de uno y otro lado. A Chávez le sirve doblemente. Le muestra fuerza a Colombia, y genera una fragilidad en la región que puede convertir cualquiera de estos pequeños episodios en provocaciones con desenlaces imprevistos. Y le sirve para presionar internamente, especialmente al gobernador del Táchira, César Pérez Vivas, su gran adversario político, de cara a las elecciones, y señalarle como cómplice de contrabandistas y paramilitares colombianos, como ya lo ha hecho.

El gobierno de Uribe parece haber optado por la vía diplomática. "Esta es una agresión a escala muy alta. Es un atentado contra la población civil que ha hecho los puentes. Colombia hace bien llevando este caso a la OEA y la ONU, y hay que hacerlo también con Unasur y el Grupo de Río", dice el ex canciller Augusto Ramírez Ocampo. Para muchos analistas que coinciden con él, Colombia debe documentar cada incidente y dejar constancia de ello. Aunque no necesariamente estas denuncias desemboquen en una acción judicial internacional, pues, según expertos, en el caso por ejemplo de los puentes peatonales, no habría lugar a ello.

Por eso también hay escepticismo sobre cuál será el respaldo que obtendrá Uribe, y el gran interrogante sobre si estas denuncias en instancias internacionales se están haciendo más por cumplir con unos requisitos formales que para buscarle una salida seria a la crisis.

Como bien lo señaló El Tiempo en su editorial el viernes pasado, ni siquiera Estados Unidos ha hecho una nota de respaldo a Colombia; el Consejo de Seguridad de la ONU acusó recibo de la queja del país, pero dijo que no podía hacer nada; el vocero de Unasur dice que ésta no tiene los instrumentos para intervenir. En la práctica, estos organismos multilaterales no pueden hacer mucho si no hay claramente una guerra. Y los tribunales internacionales tampoco, porque no hay unos delitos configurados, más allá de mirarse feo, desconfiar el uno del otro y decirse cosas terribles.

Que Chávez haya roto los puentes, y que hayan sido sus tropas directamente quienes lo hicieron no es un mensaje cifrado, sino una clara demostración de hostilidad. Pero no basta con que Uribe no se deje provocar. La gente en la frontera está sintiendo que la vida que tenía se empieza a desmoronar, y ya hay síntomas de una grave crisis social.

En realidad, la única alternativa sigue siendo una mediación. Los buenos oficios de uno o varios países amigos. Con mucho tino Brasil propuso en primera instancia ayudar a construir un mecanismo para verificar lo que pasa en la frontera, y Colombia le pidió esto mismo a España. Los hechos de esta semana demuestran que la frontera es el eslabón débil de esta reacción en cadena, y que buscar mecanismos para desactivar ese polvorín es más que urgente. Aunque las diferencias entre Caracas y Bogotá continúen y su resolución se tome más tiempo.