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| Foto: Jorge Restrepo

POLÍTICA

Ganar a cualquier precio...

Cada vez hay más candidatos a alcaldías y gobernaciones avalados por varios partidos, que incluso militan en extremos opuestos. La democracia, en el peor escenario.

1 de septiembre de 2019

El director del partido liberal, César Gaviria, generó revuelo al apoyar a Ángela Hernández a la gobernación de Santander. La candidata de La U apoyó al exprocurador Alejandro Ordóñez en su candidatura presidencial y en el plebiscito hizo una de las campañas más duras del No. Sus argumentos no tuvieron que ver con la paz, sino con la insinuación de que el acuerdo, amparado en un lenguaje de género, promovía la homosexualidad. En contraste, el liberalismo había sido uno de los mayores defensores no solo de la paz, sino de la inclusión y la diversidad.

Decir que los partidos en Colombia están en crisis no es nuevo. Lo nuevo, para los académicos y los políticos, es entender por qué en esta elección proliferan los ‘coavales’. Es decir, los candidatos a alcaldías y gobernaciones avalados por múltiples partidos, incluso contradictorios.

Todos le apuntan a candidatos que tienen todas las posibilidades de ganar. Uno de los más visibles es Vicentico Blel, hijo del exsenador acusado de parapolítica Vicente Blel, quien se lanzó a la gobernación de Bolívar. Cuenta con el apoyo del Partido Conservador, La U, el Liberal, la ASI y el Centro Democrático.

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También se destaca el caso de Miguel Uribe Turbay, cuya candidatura logró unir al liberalismo y a la derecha en Bogotá. El exsecretario de gobierno y candidato a la alcaldía se inscribió por firmas, pero cuenta hoy con el aval del Partido Liberal, el Conservador, el Centro Democrático, Colombia Justa Libres y el MIRA. Como él, Aníbal Gaviria recibió el apoyo múltiple de La U, el Partido Liberal y la Alianza Verde para aspirar a la gobernación de Antioquia. De la decisión de este último partido se apartó Sergio Fajardo, por razones de “coherencia política”.

Como esos, hay varios candidatos a gobernadores y decenas a alcaldes ‘coavalados’ por colectividades de orillas ideológicas diferentes. “En las elecciones actuales no estar coavalados es como ir a las olimpiadas sin un equipo y pretender ganar. No existe candidato viable de ningún partido a la gobernación o alcaldía que no esté coavalado por otros partidos”, asegura un candidato de La U. Ese partido, al igual que el Centro Democrático, decidió no avalar candidatos propios en varios departamentos y hacer acuerdos con otros partidos.

Las coaliciones para cargos uninominales, como presidente, alcaldes y gobernadores están autorizadas por la ley. Sin embargo, eso no significa que favorezcan la democracia. Las negociaciones políticas hechas para lograr un coaval implican, entre otras cosas, acuerdos programáticos que aluden a compromisos generales de los candidatos como “trabajar por lo social, promover el empleo y mejorar la educación”. Ese tipo de promesas se quedan en el papel, más aún cuando varios partidos las promueven a la vez y no tienen un único doliente. Ejercer control social sobre políticos avalados por varios partidos es casi imposible.

Además de lo programático, los partidos que avalan un solo candidato acuerdan repartirse la reposición de votos en caso de que este gane. Así mismo, intervenir en el nombramiento de la terna en caso de que el gobernador o el alcalde ‘coavalado’ termine destituido. Eso, en plata blanca, podría motivar a que los mismos partidos que avalan un candidato le hagan la guerra sucia después de salir elegido.

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Pero lo más grave de los ‘coavales’ es que atacan la esencia de la representación política, función principal de los partidos. Además de que afectan la competencia electoral, al promover candidatos capaces de sumar a su favor todas las maquinarias, confunden a los ciudadanos. Si un partido como el Liberal, por ejemplo, avala a un candidato con ideas conservadoras, ¿a quién, en últimas, representa?

De los problemas de legitimidad de los partidos políticos en Colombia se viene hablando antes de que tuviera lugar la apertura democrática de 1990. Sin embargo, con el tiempo se han profundizado. El alto costo de las campañas, sumado a las dificultades de encontrar recursos para hacerlas, han sido temas clave.

Desde que estalló el escándalo de Odebrecht, cada vez resulta más difícil recoger recursos para las campañas políticas, incluidas las de los congresistas. Ante esa realidad, muchos parlamentarios cada vez se pegan más a la rueda de los candidatos con más posibilidades a alcaldías y gobernaciones para sumar votos. “Por eso las figuras locales han tomado tanta relevancia. Mientras antes los parlamentarios escogían alcaldes y gobernadores, ahora sucede lo contrario”, sostiene un senador liberal. Busca así explicar por qué sus colegas ahora deciden sumarse a quien vaya ganando a nivel local y regional, así tengan que convivir con otros partidos.

El fenómeno de los ‘coavales’ no es nuevo. Alcaldes como Enrique Peñalosa ganaron sus elecciones con el apoyo de varios partidos. No obstante, otras razones también explican por qué en la contienda de 2019 están en furor. Una de ellas tiene que ver con el hecho de que las élites locales y regionales están reemplazando en legitimidad y fuerza a las nacionales. Tres expresidentes comandan los partidos políticos más importantes, el Conservador, La U y el Centro Democrático. Y si bien estas figuras siguen teniendo importancia en la política nacional, las mediciones ya comienzan a evidenciar cansancio con los mismos. Según la encuesta Invamer de julio, el más popular es Álvaro Uribe, a quien admira uno de cada dos colombianos; Gaviria tiene 31 por ciento de favorabilidad y Pastrana 28. A excepción de Uribe, la imagen negativa de los expresidentes supera a la positiva.

En ese contexto, lo local y lo regional ofrecen espacios ideales para construir redes políticas lideradas por clanes con poder o con recursos. El ejemplo perfecto es el de los Char, que desde el nivel regional tienen ascendencia sobre un grupo significativo de parlamentarios. En el caso de las campañas con recursos, congresistas le dijeron a esta revista que la de Vicente Blel es una de ellas.

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Pero probablemente el cambio en la naturaleza de la relación de los congresistas y los partidos con el nivel central se ha convertido en una de las razones más poderosas para explicar por qué en 2019 se pusieron en auge los ‘coavales’ de los candidatos más viables. Con la decisión del gobierno de tomar distancia de los parlamentarios, pero sobre todo de negarse a la representación partidista, muchos esperan que sus expectativas burocráticas tengan espacio en las alcaldías y gobernaciones. Por eso, entre otras cosas, se pegan al que creen que va a ganar regional y localmente.

Prohibir que los partidos apoyen a quien quieran es imposible. Sin embargo, la fortaleza de una democracia también está ligada al nivel de coherencia y de competencia partidista. Lo ideal es que, aunque haya candidatos respaldados por varias colectividades, un solo partido los inscriba. Para eso debe llegar por fin la reforma política que viene fracasando desde hace años en el Congreso.