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ANIVERSARIO

Después del Holocausto llegó Armero

Walter Cote vivió en carne propia lo que él llama “las dos cachetadas que Colombia recibió en 1985”. Fue testigo del holocausto del Palacio de Justicia y, días después, de la tragedia de Armero.

9 de noviembre de 2010

Walter Cote creía haberlo visto todo. Era la madrugada del 13 de noviembre de 1985 cuando aterrizaba en Cali. Llegaba de Bogotá de cumplir una misión que nunca creyó vivir. Días antes había hecho parte del grupo de la Cruz Roja que participó en las operaciones humanitarias de lo que terminó convirtiéndose en el holocausto del Palacio de Justicia. Ayudó a rescatar gente del fuego cruzado. Pero también vio gente morir.
 
Tenía intactas aún las imágenes de multitudes corriendo y el sonido de los gritos de personas que pedían ayuda. Todavía no se reponía. Y eso era lo que intentaba hacer con su viaje a Cali.
 
La instrucción era clara: descansar. A él y a otros miembros del cuerpo de socorro que vieron cómo el M-19 se tomaba el Palacio de Justicia y cómo la fuerza pública reaccionaba, dejando en el medio la población civil, la Cruz Roja los había enviado a despejar de su mente. A intentar salir del shock que les había dejado haber visto tanto horror en medio de la ciudad. Y aunque eran pocos los días que podía estar con su familia, nunca se imaginó que una vez pisara Cali lo estaría esperando un helicóptero de regreso.
 
Pero así fue.
 
Walter era director de socorrismo de la Cruz Roja, un organismo que hoy, 25 años después, recuerda como “joven, soñador y hasta inmaduro”. Una Cruz Roja Colombiana a la que le faltaba mucho por vivir, pero que en 1985 experimentó lo que años después la haría grande.
 
Mientras Walter aterrizaba en Cali, el país escuchaba la noticia de que algo estaba pasando en Armero. Después de 69 años de inactividad, el volcán Nevado del Ruiz hizo erupción. Walter, de 26 años, tomó un helicóptero que en pocos minutos lo hizo dejar atrás las imágenes del Holocausto para pensar en lo que se venía, aunque sin imaginarse que se enfrentaría a una tragedia como la de Armero.
 
Recuerda que llegó a Mariquita, de donde partió al centro del desastre. “No creí que fuera tan grave, pero me iba acercando y sentía cada vez más el olor a azufre, a barro; veía gente llorando, enterrada en el lodo”.
 
Junto a Walter se movilizaron cerca de mil voluntarios que llegaron a ayudar. Pero no fueron tantos los que con él estuvieron durante año y medio en la ‘Operación Armero volcán Nevado del Ruíz’.
 
Él, como coordinador de la misión, tuvo que estar ahí no solo los días en los que los medios registraron los hechos y las ayudas llegaban. Para él la tragedia se prolongó. Tanto, que aún hoy, como Director Nacional de la Cruz Roja, cada vez que visita Armero siente impotencia por lo que no se pudo hacer.
 
Las lecciones
 
Walter reconoce que en la labor de los socorristas en Armero hubo fallas. Murieron cerca de 20 voluntarios. Y, como él dice, “la entidad no era madura, no existía un sistema que permitiera coordinar, planificar, saber qué se necesitaba y cómo actuar”.
 
Y había más. Las capacidades logísticas eran bajas, lo que dificultó las operaciones de rescate. Además, hubo problemas con los periodistas. “Uno bien ‘tronco’ y los periodistas diciéndonos lo que debíamos hacer y criticando nuestro trabajo”, dice Walter, quien no niega que la forma como las familias víctimas del desastre fueron evacuadas empeoró la situación.
 
“Muchas familias fueron desarticuladas, al hijo lo mandaban a Bogotá, a la mamá a Ibagué, al papá a Medellín, lograr el reencuentro fue un verdadero lío. Si algo aprendí es que hay que respetar a los locales. No llevar socorristas de afuera para que aplasten a los que conocen, los que están ahí, los que dominan el terreno”.
 
Pero no todo fue malo. Se aprendió mucho. Se comprobó que Colombia es un país que reacciona y no previene, por lo que tuvo que buscar una solución. Fue así como tres años después, en 1988, se creó el Sistema Nacional para la Prevención y Atención de Desastres. “Entendimos también que la comunidad debe estar mejor preparada; si en ese entonces, Armero del 85, la población hubiera tenido mayor entrenamiento, no habría sido la tragedia en que se convirtió”, dice Walter.
 
También se conoció, dice él, la capacidad de la fuerza humanitaria del país. “Con tan pocas garantías esta fuerza ahora es grande: el cuerpo de bomberos, la Defensa Civil, la Cruz Roja. Son voluntarios que arriesgan su vida por ayudar”.
 
Sus días en Armero
 
Walter supo lo que era salvar la vida de alguien. Y si algo no pudo hacer en el Holocausto del Palacio de Justicia esta era su oportunidad. Y lo hizo.
 
No sólo rescató gente del lodo. Durante más de un año que estuvo en la zona adelantando diferentes proyectos de recuperación, donde lo más importante era borrar la ‘marca de víctimas’ a quienes lo habían perdido todo, logró rescatar personas que aún estando con vida sentían que no valía la pena seguir luchando para reconstruir lo que la naturaleza les había quitado.
 
Walter recuerda un caso en particular. “Un hombre que antes de la tragedia vivía de vender avenas y de repente se quedó sin nada. La recuperación se veía lenta, hasta que un día decidimos darle una olla y una estufa. Al mes ya tenía una bicicleta en la que se le veía andar por el pueblo vendiendo avena, silbando. Era otro. Estaba feliz. Habíamos encontrado el secreto que le permitió salir. Dejar de ser víctima”.
 
Y así, dándoles la oportunidad a muchos de volver a tener sus derechos, de trabajar, de no vivir de la caridad, lograron reconstruir muchas vidas. “No se trataba de ser máquinas que atendieran desastres, sino personas con verdaderas ganas de ayudar a otros. Lo entendimos, aunque para muchos muy tarde”.
 
Pero aunque han pasado 25 años desde la lección de Armero, que después se puso a prueba con la avalancha del río Páez, en 1994, y con el terremoto de Armenia, en 1999, falta lo más importante. “Reducir los fenómenos estructurados y funcionales, que la gente entienda que los desastres también dependen de las acciones humanas, y que ante un llamado de emergencia es necesario atender, responder a las alertas de los organismos de control”, advierte Walter, hoy director nacional de la Cruz Roja Colombiana, un organismo que en 1985 no se imaginó que, más de 20 años después, iba a tener 46.000 voluntarios y más de 3.000 empleados, e iba a estar liderando acciones de ayuda en Haití, donde desde el 12 de enero de este año ha hecho presencia.