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Hasta hace poco Santos mantuvo a Leyva lejos del proceso de paz, porque creía que evocaba los fallidos intentos del pasado. | Foto: León Darío Peláez

PAZ

El factor Álvaro Leyva

La historia de cómo Álvaro Leyva se metió por los laditos en el proceso de paz y terminó jugando un papel clave en el último acuerdo.

3 de octubre de 2015

Durante los últimos tres años, Álvaro Leyva había intentado llegarle al presidente Santos por todos los caminos posibles. Envió cartas, mandó razones, usó emisarios, llamó por teléfono. Quería que el presidente escuchara sus puntos de vista sobre el proceso de paz, pero nunca tuvo eco en el gobierno. Santos, tal vez con razón, consideraba que este proceso, para diferenciarlo de los intentos fallidos del pasado, debía ser un proceso sin Leyva. Quizá cometió el error de no recibirlo para decírselo con claridad. Esto no impidió que Leyva llegara a La Habana a su manera y que el presidente terminara reconociéndolo como un puente con la contraparte en el momento que más lo necesitaba.

El encuentro entre ambos se produjo el 29 de julio pasado en el apartamento del presidente. Las conversaciones de La Habana estaban en riesgo inminente de fracasar y Santos había dado un ultimátum para llegar a un acuerdo en materia de justicia. El senador Iván Cepeda y Enrique Santos propiciaron la cita en la que Leyva pudo por fin exponer sus ideas. Le dijo a Santos tres cosas: 1) que este proceso de paz requería un modelo de justicia restaurativa. 2) Que él podía contribuir a cumplir la meta de acelerar en La Habana y desescalar en Colombia. 3) Y que estaba a la orden para lo que hiciera falta con tal de salvar el proceso de paz.

Para todos quedó claro que a pesar de las prevenciones que había con Leyva, en adelante jugaría un papel más importante en el proceso. El hombre que le habla al oído a las Farc ya no estaría más tras bambalinas.

Viejos conocidos

La relación de Leyva con la insurgencia comenzó en 1984 cuando hizo parte de la comisión de verificación de los diálogos de Belisario Betancur con la guerrilla. Una tarde, estando en Casa Verde, entonces el cuartel general de las Farc, se salió de una tediosa sesión de trabajo y se fue a la cocina a repelar el arroz que había quedado en la olla. Detrás salió Alfonso Cano, el más joven de los miembros del secretariado. Luego se les unió Manuel Marulanda. Al lado del fogón de leña conversaron durante horas. Era el comienzo de una relación profunda y duradera entre los dos guerrilleros comunistas y el joven político conservador. Desde entonces, Leyva se obsesionó con la paz.

Su papel en los procesos de negociación ha sido proactivo y, en ocasiones, duramente criticado por cierto exceso de creatividad. En mayo de 1991 estuvo en la trasescena cuando la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar se tomó la Embajada de Venezuela para presionar sin éxito una negociación rápida que le permitiera participar en la Asamblea Nacional Constituyente. Sin embargo, sí se abrió una mesa de diálogo en Caracas y luego en Tlaxcala, México, que fracasó pocos meses después. Durante este proceso Leyva profundizó su relación con Cano, y trató a fondo a Pablo Catatumbo e Iván Márquez. Pero también quedaron algunas heridas con los negociadores del gobierno de Gaviria en aquella época: Horacio Serpa y Humberto de la Calle.

Años después, en 1998, se inventó el encuentro entre Víctor G. Ricardo y Manuel Marulanda, cuya foto le dio el triunfo electoral a Andrés Pastrana en la segunda vuelta. Ese ‘uso’ político de su acceso a las Farc también ha sido muy criticado. Aunque fue clave en su génesis, el proceso de paz de El Caguán le tocó de lejos, pues estaba exiliado en Costa Rica y defendiéndose de un proceso que le abrió la Fiscalía. A pesar de eso, mantenía línea abierta con el secretariado por radio y desde allí ejercía su influencia.

Acabado el proceso de El Caguán, y con el ascenso de Uribe elegido con el mandato de hacer la guerra contra las Farc, Leyva se refugió en los libros, en sus investigaciones de historia y sus estudios sobre el derecho internacional humanitario. Seguía buscando salidas a la guerra de manera casi obsesiva, algunas acertadas y otras no tanto. Uribe lo mantuvo lejos durante su gobierno, y Santos, que exploraba diálogos con las Farc en secreto, usó otros canales diferentes a Leyva para llegar a Cano, quien se había convertido en máximo jefe de esa guerrilla luego de la muerte de Tirofijo.

Tan marginado estaba Leyva en ese momento, que Cano le escribió una carta cuyo encabezado dice “Doctor: en mi léxico no existe la palabra ingratitud…”. En ella, según el destinatario, le pedía que le hiciera llegar ciertas inquietudes al presidente Santos. Algo que no pudo hacer en ese entonces por falta de acceso al jefe de Estado.

Durante los primeros meses de la fase confidencial del proceso todo parecía indicar que las Farc y el gobierno se sentarían a negociar y Leyva no estaría invitado. El hombre que durante tres décadas se había jugado su prestigio, su imagen y su carrera política por las Farc estaba fuera del juego. Y eso, sin duda, le producía amargura.

Rumbo a La Habana

Hace tres años, cuando se iniciaron formalmente las conversaciones, en Oslo, Noruega, Leyva estaba en Suecia dictando una conferencia. Cuenta que alguien le llevó una nota con un número telefónico en La Habana. Era el teléfono de Iván Márquez, quien le pidió que viajara a la isla de inmediato. Márquez lo presentó ante la delegación de la guerrilla diciendo: “Este es el hilo conductor de la historia de los procesos de paz y una de las personas que más conoció a nuestros comandantes”. Desde entonces se convirtió en una especie de asesor en la sombra de los insurgentes en Cuba.

Quienes conocen a Leyva de cerca aseguran que su papel ha sido muy positivo. Que animó a las Farc a decretar un cese del fuego unilateral, y que fue idea suya la creación de una comisión histórica del conflicto y las víctimas, para anticipar ciertas verdades ocultas de la guerra. También que su intervención ha contribuido en algo a aterrizar a los jefes guerrilleros en las nuevas realidades políticas y para diseñar mejor sus propuestas en cada uno de los seis puntos de la agenda que está en discusión.

Pero para el gobierno su presencia en La Habana era un verdadero dolor de cabeza. No porque lo vincularan orgánicamente con las Farc. Todo el mundo sabe que él es un conservador y no un comunista. Pero los delegados de Santos, que han sido tan cuidadosos con el proceso, sentían que Leyva era alguien que viajaba a Cuba sin autorización oficial, y que podía convertirse en una rueda suelta que afectara el proceso.

Los negociadores del gobierno también veían con preocupación que desde muy temprano Leyva saliera a defender la propuesta de una Asamblea Nacional Constituyente. Esta sigue siendo una de las mayores aspiraciones de las Farc en este proceso, y el gobierno la ha descartado hasta ahora.

Las prevenciones con los viajes de Leyva a La Habana crecían a medida que los diálogos se hacían más difíciles. Sus reuniones con Álvaro Uribe se veían como una conspiración para forzar la constituyente, o para crear un ‘congresito’ para refrendar los acuerdos. Sospechaban que estaba buscando dilatar la firma del acuerdo final de tal forma que la foto de la paz no le tocara a Santos, y presentían que su mano estaba tras el rechazo radical de las Farc al Marco Jurídico para la Paz. Era tal la desconfianza y la distancia, que aunque a Sergio Jaramillo y a Leyva los separan apenas unos cuantos metros las puertas de sus apartamentos, pues viven en el mismo edificio en el norte de Bogotá, nunca se habían tomado un café juntos.

El acuerdo de justicia

Leyva empezó a ‘salir del clóset’ de las Farc cuando se creó el equipo de abogados de la comisión jurídica (con tres delegados del gobierno y tres de la guerilla) que apoyaría la búsqueda de una fórmula de justicia transicional viable políticamente. Timochenko reveló esta semana que la idea de esta comisión surgió en una charla suya con Enrique Santos, a quien el presidente había enviado a Cuba para ver cómo se podía acelerar el proceso de paz. Timochenko exigió para aceptar la comisión que no se vetaran nombres. Estaba pensando en Leyva.

Leyva llegó a la comisión jurídica con una batería de argumentos que venía trabajando de tiempo atrás, como que la paz es un derecho síntesis, algo que él ha retomado, según dice “no del marxismo sino de los godos” como José Eusebio Caro.

El otro concepto es el margen nacional de apreciación, que en pocas palabras quiere decir que cada país tiene situaciones particulares y excepcionales que pueden llevar a crear soluciones también excepcionales.

Mientras la comisión jurídica avanzaba, también lo hacía el diálogo y la confianza política ganada en la reunión con el presidente. Iván Cepeda le organizó una cita con Sergio Jaramillo. Por primera vez, después de tres años de negociación, Leyva franqueó la escalera para desayunar en el apartamento del comisionado, y comió las viandas que el propio Jaramillo preparó. Se dieron cuenta que los dos buscan que el proceso de paz salga bien y pronto. Ese día ambos bajaron radicalmente sus prevenciones.

Una dosis de las tesis de Leyva sirvió de marco para el acuerdo de 75 puntos al que llegó la comisión jurídica. Leyva y Jaramillo se sentaron de nuevo a redactar el resumen de diez puntos que se presentó ante el país y el mundo el miércoles 23 de septiembre con bombos y platillos.

En ese momento, Leyva jugó un papel muy relevante para convencer a las Farc de aceptar las fechas para la firma del acuerdo final y del comienzo del desarme. El día del encuentro entre Santos y Timochenko, Leyva viajó a La Habana en el avión presidencial y se sentó junto a la comitiva oficial en el salón de El Laguito donde se celebraba el apretón de manos entre el presidente y el comandante guerrillero.

Desde entonces está claro que Leyva estará en la foto de la paz. Y se lo ha ganado. Al fin y al cabo es la causa por la que a veces con errores, a veces con aciertos, se ha jugado todo en su vida.