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Diez preguntas a las reinas

27 de agosto de 2001

No quiero volver sobre lo mismo; durante años, terca, he escrito sobre el reinado desde mi posición de mujer preocupada por construir nuevos significados de la feminidad, cuestionando los cuerpos-objeto de consumo, faro de señales que dolorosamente nos recuerda nuestro pasado, aún tan próximo, de hembras.

Este año, en los albores del tercer milenio, quisiera acercarme a este evento desde el punto de vista de las candidatas, esas mujeres de medidas perfectas que, a veces sin sospecharlo, significan tanto para las adolescentes que buscan su identidad; esas jóvenes que se han convertido en la realización de unos modelos fantaseados por miles de mujeres que ansían parecerse a las representaciones de una belleza artificial, ausente de sí misma y sin embargo tan poderosa en los imaginarios… Quisiera acercarme preguntándoles a las reinas y, por qué no, a todas y todos aquellos que participan en este montaje que, cada noviembre, inquieta con su bulla de lentejuelas el silencio de la ciudad antigua:

1. Nunca entendí por qué una mujer casada o separada, una madre soltera, una joven cuya mirada refleja experiencias vitales que dan expresiones particulares a un rostro y fuerza a una mirada, no pueden participar en el reinado. ¿Realmente creen ustedes que la belleza depende del estado civil o de una virginidad que saben ilusoria? (Y no me vayan a decir que todas ustedes son vírgenes…)

2. Cuando las cámaras, en plano abierto y con insistencia, enfocan sus nalgas, sus senos, sus piernas, para comprobar la firmeza de sus carnes o la dramática presencia de estrías, ¿no se sienten algo yeguas en una feria campestre?

3. ¿Por qué no reaccionan ante algunos insoportables piropos de machos descontrolados que las ven como hembras consumibles? ¡Nunca he visto que alguna de ustedes reaccione con decisión y firmeza ante ellos!…

4. ¿No han vivenciado un extraño sentimiento de fragmentación cuando la prensa destaca el derrière de Antioquía, el busto de Nariño, las piernas de Amazonas o la dentadura del Valle… como si fueran trozos de carne expuestos en una fama…?

5. ¿Por qué, cuando les preguntan sobre la mujer que más admiran, casi siempre evocan a sor Teresa de Calcuta y nunca, o muy po-cas veces, a mujeres colombianas como María Cano, Ofelia Uribe o Débora Arango, entre muchas otras que, a su manera, participaron durante el siglo que acabamos de abandonar en el incontenible avance de las mujeres que se han empeñado en construir unos derechos de ciudadanía que beneficiarán a todas? Si ustedes alguna vez han votado, ha sido gracias a ellas. ¿Lo sabían?

6. ¿Por qué creen ustedes que los reinados po-pulares no tienen el cubrimiento publicitario del evento de Cartagena? ¿Acaso la espontaneidad y alegría de aquellas otras reinas no vende tanto como el porte de maniquí y la mirada estándar de las modelos neoliberales?

7. ¿Qué piensan de las mujeres que creen en la posibilidad de construir nuevos espacios de encuentro entre los géneros, mujeres cansadas de esa mirada patriarcal que, cada año en Cartagena, nos recuerda nuestra ancestral condición de objetos de consumo? ¿Qué piensan de nosotras, las feministas? ¿Sos-pechan la riqueza de nuestros espacios de encuentro? ¿Reconocen las posibilidades que hemos abierto a partir de nuestras propues-tas para vivir el amor?

8. ¿Por qué soportan, en nombre de un sospechoso ideal de belleza siliconada y manipu-lada, la agresión del bisturí? Sus cuerpos, mujeres, son bellos como son y no necesitan esta prueba de dolor, ¿no lo creen?

9. ¿Cómo concilian ustedes esta danza millonaria —expresada en lo que cuestan una reina y su ajuar— con la inevitable y desgarradora presencia de la pobreza en las puertas mismas de la ciudad antigua? ¿Qué piensan, reinas, del perverso intento de nuestro presidente por esconder ante los ojos del todopoderoso Clinton a esos habitantes de la calle, imágenes casi insoportables de la verdadera situación de nuestro país?

10. ¿Aceptarían como premio mayor de este reinado un año de trabajo entre las y los desplazados de Puerto Asís, Dabeiba o Bagadó? ¿Por qué no se dan cuenta, cuando en sus declaraciones dicen "adorar las obras sociales", que banalizan la pobreza, sus causas y sus soluciones? ¿Qué dirían de un reinado más criollo organizado en Leticia o en Cumbal, en los altos y bellos páramos de Nariño?

Yo sé, reinas, que desde pequeñas han soñado con llegar a Cartagena. Sé que durante toda su infancia las prepararon, de alguna manera, para este evento. Me imagino que sus padres están orgullosos de ustedes. No busco resquebrajarles sus sueños por-que sé que no están listas aún para confrontarse con esta otra manera de construir el ser de una mujer del tercer milenio, que parte de una idea de belleza que no se limita a las señales corporales, a las lentejuelas y encajes de unos vestidos, a la firmeza de la piel, a las frases estereotipadas sobre Colombia.

Ojalá en un próximo reinado (sí, no soy ingenua: sé que tendremos eventos reales para rato en Cartagena…) podamos ver reinas rebeldes que se desprenden de sus tacones de 15 centímetros y desfilan en sandalias o en pie desnudo; ojalá, muertas de calor, se echen a la piscina entre risas y risas y se laven ese maquillaje que impide ver su frescura de niñas chéveres y alegres; ojalá se vuelvan irrespetuosas frente a las preguntas imbéciles que les hacen los periodistas y los insoportables jurados; ojalá se escapen a bailar con Santiago Moure y Martín de Francisco; ojalá se mezclen con la gente del reinado popular y bailen una noche entera entre champeta y salsa de la buena; ojalá desobedezcan ese reglamento que parece inspirado en el del más estricto colegio militar; ojalá desordenen semejante espectáculo y armen otra fiesta lejos de aquella que, cada año, en la noche de coronación, nos hace apagar el televisor con un desánimo tan parecido al olor de las almendras amargas de Gabo que, inevitablemente, nos recuerda el destino de las mujeres condenadas a cien años más de soledad.