DUELO POR LA DESIGNATURA
Aunque los Jefes parecen estar con Gómez, no se sabe a ciencia cierta con quién están las tropas
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La posición no es remunerada. No otorga ninguna función en el gobierno. Limita la independencia política del ungido. Sin embargo, por una peculiar tradición de nuestro sistema político, los primeros hombres de los dos partidos, casi invariablemente, se la han disputado.
El señalado por el Congreso queda sentado en la antesala del poder. Y no en razón de un eventual reemplazo del presidente, por ausencia forzosa, definitiva o temporal, sino porque el beneficiado pasó el examen de calificación parlamentaria sin el cual, en estas épocas post-frentenacionalistas, difícilmente se alcanza la canonización de una candidatura presidencial. Por eso es cotizada y apetecida la Designatura.
Como tantos otros elementos de nuestras instituciones públicas, la Designatura no está desprovista de anacronismo. Es en realidad una sustitución de la vicepresidencia efectiva, que le permitió a Rafael Núñez gobernar en varias oportunidades y que se consumió como institución en el escándalo con motivo del golpe del vicepresidente Marroquín al presidente Sanclemente. La consecuencia de esta zancadilla fue su abolición y reemplazo por la Designatura en la constitución de 1910. Los presidentes recobraron la tranquilidad del sueño y en el país parroquial de los viajes lentos y de la ausencia de comunicaciones, la institución cumplió su cometido. Pero con el desarrollo de las telecomunicaciones salió a flote otro anacronismo: el curioso fenómeno de dos presidentes simultáneos, uno en el interior y otro en el exterior. A esta aberración institucional se le sumaba el ridículo de una posesión solemne con discurso-programa, sacoleva y banda presidencial. Como si esto fuera poco, se le cargaba al fisco una nueva pensión vitalicia como la de cualquier presidente de verdad.
ANTESALA DEL PODER
No obstante las rebajas de categoría sufridas en la reforma constitucional de 1974, que le transfirió, sin investidura ni gajes, la función presidencial transitoria a un ministro delegatario, la Designatura sigue siendo el segundo cargo para los pesos pesados del mundo político y sobre todo para aquellos que aspiran a ser candidatos presidenciales.
Por la vía de la Designatura han pasado de la antesala al despacho presidencial con elección popular, Alberto Lleras, Roberto Urdaneta Arbeláez, Carlos Lleras Restrepo y Julio César Turbay Ayala. Y entraron a engrosar la venerable nómina de expresidentes colombianos, Darío Echandía, Carlos Lozano y Rafael Azuero, entre otros.
Actualmente se enfrentan en la arena de la Designatura, Alvaro Gómez y J. Emilio Valderrama.
Difícilmente podrían encontrarse personalidades más disímiles: el primero basa su opción en el respeto que inspira y el segundo en los afectos que capta. Gómez Hurtado, distante, casi glacial, se niega inclusive a aceptar que es candidato; no hace campaña y pretende que su Designatura, si la hay, sea producto de la iniciativa de unos amigos que lo consideran el más calificado para esa distinción. En esta legislatura no ha ido ni una sola vez al Capitolio. Su insistencia en mantener en las alturas del Olimpo lo puede haber perjudicado en estos días, cuando las relaciones públicas a veces derrumban pedestales.
Valderrama, por el contrario, utiliza al máximo sus rasgos belisaristas y adelanta una de las más intensas campañas de proselitismo personal que se haya visto en los últimos tiempos. Su campaña es "hombre a hombre". Hace tres meses que sus desayunos, almuerzos y comidas son políticos y parece batir el récord en cocteles y declaraciones de prensa.
"No puedo ver a más de tres personas juntas, porque comienzo a hablar de Designatura", afirma con desabrochado antioqueñismo. Y no son pocos los que han sido convencidos por esta actitud modesta y democrática incluyendo a Alberto Santofimio quien no es mal socio, para cualquier escaramuza parlamentaria.
"La Designatura no es un premio. Es una dignidad a la que se tiene o no derecho de acuerdo con los méritos individuales" repiten una y otra vez los portavoces de la candidatura de Gómez Hurtado, para conciliar su propia ofensiva con la calculada indiferencia de su jefe y candidato. Con eso subrayan la envergadura política y las calidades de estadista de Gómez, al mismo tiempo que lanzan dardos contra el estilo de Valderrama, quien manifiesta abiertamente su aspiración y trata de impulsarla.
Valderrama responde que se siente con derecho a ser Designado. Dice llevar 25 años de "trabajo contínuo y leal en favor de las ideas conservadoras". Pero en un argumento que utiliza para referirse a una posible contienda política con Gómez por esa dignidad, establece su propia estatura: "Para el doctor Gómez, competir conmigo en una Designatura es bajarse del altar de los dioses al mundo de los mortales". Valderrama es el mortal y eso parece el aspecto que más alimenta su aspiración: "Pase lo que pase, yo no pierdo nada. Si en junta de parlamentarios le gano es una consagración. Pero también sería honroso para mí ser derrotado por Alvaro Gómez".
Lo que sí nadie parece dudar es que no sería honroso para Alvaro Gómez ser derrotado por J. Emilio Valderrama. En cierta forma, sus evasivas constantes a aceptar que es candidato, constituyen un seguro, aunque a medias, contra cualquier resultado adverso.
Gómez tiene muchos factores a su favor y muchos en contra. Existe un curioso sentimiento de que sus capacidades y la intensidad de su lucha política han estado por encima de las dignidades obtenidas. Su gallardía personal y la lealtad a su partido en el momento de la derrota jugaron un papel muy importante en la victoria del 30 de mayo. Para algunos observadores, desde el punto de vista de la mecánica política, esta conducta lo hace acreedor a una distinción como la Designatura. En este caso podría hacerse una analogía con el sistema norteamericano en casos como los de Kennedy-Johnson y Reagan-Bush, en los que el candidato derrotado es compañero de fórmula del vencedor.
En su contra podría invocarse su probada independencia y su tradicional antibelisarismo. Aunque la posición es definida por el Parlamento y no por el presidente, existe el consenso de que el Designado debe contar con la absoluta confianza del primer mandatario. En ese sentido podría ser incómodo para Bentacur tener en esa posición a un jefe político nacional por derecho propio, ex-rival en el pasado e inclusive posible rival en el futuro.
Hay quienes piensan que esto podría llevar a una situación política similar a la que se presentó recientemente en el Ecuador, en donde el vicepresidente se volvió vocero de la oposición contra la obra del presidente titular. Aunque una presunción de esta naturaleza, en el caso de Alvaro Gómez, es exagerada por decir lo menos, muchos consideran que, pese a las manifestaciones exteriores de cordialidad entre el presidente y el senador, subsisten en el fondo las divergencias que los han hecho químicamente opuestos durante sus respectivas carreras políticas. Sin embargo, observando las cosas en sentido contrario, otorgarle la Designatura a un hombre de la otra orilla, sería un acto simbólico que reforzaría la unión conservadora.
Para Valderrama, encontrarse en una posición diametral opuesta a la de Gómez es, al mismo tiempo, su mayor ventaja y desventaja. Su lealtad hacia Betancur y que actualmente tiene la mayoría conservadora en el Congreso: la mayor parte de los 81 parlamentarios no-alvaristas, frente a una posición diametralmente opuesta a la de Gómez es, al mismo tiempo, su mayor ventaja y desventaja. Su lealtad hacia Betancur es incondicional. Está ubicado en el pastranismo, el grupo que lanzó a Betancur y que actualmente tiene la mayoría conservadora en el Congreso: la mayor parte de los 81 parlamentarios no-alvaristas frente a aproximadamente 54 alvaristas. Las encuestas de opinión, aunque no tienen ningún valor en la elección parlamentaria, lo favorecen ampliamente: 41.33% frente al 31.14% que se pronunció por Gómez. Por último, si el movimiento nacional aspira a proyectarse hacia el futuro, seguramente Valderrama sería mejor candidato que Alvaro Gómez quien, tal vez preferiría representar la más ortodoxa y tradicional línea azul. Pero, en términos personales, parece no existir una comparación frente a las cualidades ya demostradas de Gómez y, en términos políticos, su Designatura poco fortalecería la causa de la unión conservadora.
La determinación final en este proceso no depende, sin embargo, del peso específico de sus protagonistas. El poder decisorio real está en manos de tres fuerzas políticas: el Presidente de la República, el expresidente Pastrana Borrero y la bancada liberal en el Congreso. Es probable que Betancur pudiera definir el asunto de una vez por todas con el solo hecho de expresar sus inclinaciones. Pero es difícil que lo haga, inclusive en privado. Y la neutralidad, que generalmente en estos casos es más formal que efectiva, podría en esta oportunidad ser real. Betancur está caminando en la cuerda floja de la unión conservadora. Cualquier indicio de preferencia, aun manifestado en privado, le causaría enormes dificultades.
Ante la inmovilidad a que se obligó el Presidente, la decisión parece quedar en manos del expresidente Pastrana. A su llegada de Europa la semana pasada, no obstante su neutralidad oficial, sorprendió a algunos de sus allegados haciendo comentarios que fueron interpretados como anticipos de que el Designado sería Alvaro Gómez. Sin embargo,no obstante su rango y el ascendiente sobre su partido, un acto de "dedocracia" por parte de Pastrana no está exento de riesgos en estos días, cuando el Congreso, casi en forma desafiante, insiste en reivindicar su autonomía. En este sentido, el expresidente ya sufrió un revés cuando apoyó la elección de Jaime Castro para la Contraloría y fue víctima de la rebeldía parlamentaria.
Esta actitud rebelde no es, en forma alguna, monopolio de los parlamentarios conservadores. De ahí que el gran interrogante sea sobre la forma como votarán los parlamentarios liberales. En teoría, la junta que definió la colaboración con el gobierno como "técnica y personal", dejó en libertad a los liberales para votar por cualquier candidato. Y distintos sectores han expresado que votarán por el candidato que resulte elegido por la junta de parlamentarios conservadores.
Lo interesante de todo esto será medir el sentimiento amor-odio que el liberalismo profesa en la actualidad por Alvaro Gómez. El odio irracional del pasado se ha convertido en los últimos ocho años, en respeto y convivencia cordial.
Dos de las versiones que circulan como justificación para llevar a Gómez a la Designatura son evidencia de que aún subsisten, aunque en forma residual, sentimientos contradictorios. Por un lado, se argumenta que, maquiavélicamente, el partido liberal debe promover la candidatura de Gómez, para beneficiarse en la próxima contienda presidencial del aglutinamiento liberal que genera el antialvarismo.
Por otro, se ha dicho que el apoyo liberal a la Designatura de Gómez Hurtado simbolizaría la superación definitiva de cualquier vestigio que pudiera quedar de la época de la violencia. Esta versión parece tener más peso que la primera y los comentaristas políticos, sumando la posición de Pastrana al "viraje sentimental" de los liberales, han llegado a la conclusión de que los vientos de la política están soplando a favor de Gómez.