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¡EH, AVE MARIA!

En espectacular operativo, liberadas en Medellín esposa e hija de Carlos J. Echavarría.

10 de octubre de 1988

"Encontramos a las viejitas", exclamaron 105 agentes del Goes y del F-2 que irrumpieron,a sangre y fuego en la tenebrosa vivienda donde una banda de secuestradores mantenía en cautiverio a dos damas de la alta sociedad de Medellín, doña Helena Olarte de Echavarría y su hija María Helena Echavarria de Robles. El secuestro, que conmocionó a la ciudad y al país entero por la identidad de las víctimas, terminó con la muerte de cinco de los secuestradores y con las autoridades en posesión de fuertes pistas sobre los cabecillas de la "operación" .

Las señoras esposa e hija del fallecido industrial Carlos J. Echavarria, vástago a su vez del fundador de Coltejer y conocido filántropo de la capital de la montaña, habían sido secuestradas desde el domingo 28 de agosto, cuando el vehículo que las conducía de una finca familiar situada en Santa Helena hacia su domicilio en Medellin fue interceptado a la altura del sitio denominado Aguas Etravas. Guillermo Robles Echavarria, quien conducía el automóvil, fue dejado en libertad poco después y el nieto de Maria Helena de cuatro años, quien completaba el cupo del vehículo, fue liberado horas más tarde.
A esas alturas, las autoridades especulaban sobre la posibilidad de que el secuestro fuera obra de uno de los grupos subversivos que operan en el país, puesto que cuando entregaron al niño, en una acción ya de por sí sin precedentes, incluyeron una carta en la que hacian algunos planteamientos sobre la situación social del país.

Esa posibilidad se vio, sin embargo, rápidamente descartada. Los primeros contactos con los familiares de las damas, en los que hicieron una exigencia económica de $300 millones para dejarlas en libertad, aunados a las investigaciones que los servicios de seguridad del Estado ya habían adelantado, confirmaron que se trataba de una banda de delincuentes comunes .

Entre tanto, crecía la preocupación en el país por la suerte de las señoras.
Doña Helena, de 84 años, había sido sometida pocos meses atrás a una operación delicada en la que se le colocó un marcapasos. Esa circunstancia, aunada a la avanzada edad de la señora, le daba un tinte de especial dramatismo al episodio.

Sin embargo, las circunstancias reales en que se desenvolvió el cautiverio de las señoras, resultaron ser una mezcla de amabilidad y violencia, en medio de las cuales las victimas, sin perder el ánimo, atravesaron los días más angustiosos de su vida. Si bien eran amenazadas con frecuencia, los medicamentos requeridos por doña Helena Olarte de Echavarría le fueron suministrados oportunamente y la comida que les daban era "aceptable" .

Luego de ser conducidas a Itagui, las señoras fueron literalmente sepultadas en una habitación cerrada de una sórdida vivienda, situada en las inmediaciones del aeropuerto regional Olaya Herrera. Allí, en medio de la mugre, debían dormir en un viejo colchón tendido sobre el piso y atender sus necesidades fisiológicas en un balde situado en un rincón. Según un sicólogo consultado por SEMANA, las penalidades sufridas, si bien resultaban relativamente benévolas en comparación con otros secuestros cometidos en el país, tuvieron que representar un suplicio enorme para unas damas de edad totalmente inermes para enfrentar agresiones de esa naturaleza. En los días del secuestro, las dos señoras fueron vestidas con unas burdas sudaderas y recluidas en la inmunda covacha, sin que se les dejara abandonarla ni por un minuto.

Allí, el miércoles en la noche, las secuestradas miraban la televisión cuando oyeron un barullo afuera, aunque inicialmente no escucharon disparo alguno. Sin embargo, en el exterior de la habitación se desarrollaba una verdadera batalla, que dejó como resultado cinco secuestradores muertos. Doña Helena Echavarría recuerda que cuando se dieron cuenta de que algo grave pasaba, ella y su madre se metieron en el agujero de una pared para resguardarse de las balas. Fue entonces cuando oyeron el grito de victoria de los agentes del Goes.

El episodio dejó en claro que la delincuencia común parece dispuesta a reclamar su tajada del jugoso negocio del secuestro, que en los últimos años se había convertido en un renglón casi monopolizado por los grupos subversivos. Pero también con su desenlace feliz, demostró una vez más que, con la colaboración de la ciudadanía que resultó pieza clave de la investigación, los hampones llevan definitivamente las de perder. --