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Mohamad Dasuki, su esposa –Wisam Waked Machado– y cinco hijos hacen parte de la segunda y tercera generación de una familia de libaneses radicados en Colombia. Otros miembros del clan viven en Riohacha, Medellín, Barranquilla y Santa Marta. | Foto: LEÓN DARÍO PELÁEZ-SEMANA

LA GUAJIRA

Mohamad, el único alcalde musulmán del país

Mohamad Dasuki llegó al primer cargo de Maicao con la esperanza de acabar con la corrupción y solucionar históricas deudas sociales. Esta es su historia.

1 de febrero de 2020

El Turco Dasuki, como lo llama la gente, llegó a posesionarse como alcalde de Maicao en La Guajira, luciendo una keratzat o corona wayuu. La ceremonia, que se salía de lo común, estuvo a cargo de los integrantes de la comunidad indígena Majarrama Ana, que viven cerca a la carretera que va hacia Riohacha.

Entre los 400 asistentes se mezclaron los hiyabs blancos con las coloridas mantas. Más allá del acto que resultó inusitado, casi exótico, los habitantes de Maicao esperan que el Turco Dasuki comience un verdadero proceso de cambio para una de las poblaciones con más problemas socioeconómicos de la región Caribe.

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Mohamad Jaafar Dasuki Hajj tiene 46 años y es el único alcalde musulmán del país. Llegó al primer puesto de Maicao con el respaldo de 36.064 votos, en nombre de la Coalición El Verdadero Cambio (integrada por los partidos Mais y ASI) y tras derrotar tradicionales clanes políticos que venían administrado el municipio hace más de una década.

Dasuki hizo su primera incursión política en 2012 cuando ganó, con la mayor votación del momento, una curul en la Asamblea Departamental. Allí llegó con el respaldo de asociaciones de comerciantes de Maicao que querían tener una representación que los ayudara a salir de la crisis, provocada, según ellos, por las medidas restrictivas del Gobierno nacional.

Su llegada a ese cabildo causó una gran expectativa porque, por primera vez, un árabe-libanés tenía una silla. Esa, dice Dasuki, fue la mejor oportunidad para demostrar que la gente no se había equivocado al elegirlo. Su paso por allí levantó ampollas: fue uno de los primeros diputados que denunció cómo la corrupción mataba a niños por desnutrición; señaló obras inconclusas y malas administraciones. Eso le trajo enemigos políticos muy pronto.

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En 2015 postuló su nombre a la alcaldía, pero tuvo que enfrentar una dura campaña. Incluso, lo acusaron de querer ganar para usar el presupuesto municipal a fin de financiar grupos terroristas como Hizbulá. “Fue una guerra negra, irrespetuosa y discriminatoria de parte del grupo que tenía el poder por años. Confundieron a los electores a través del miedo”, dice Dasuki.

La familia de Mohamad proviene de Jebjannin, una población del centro del Líbano. Los primeros viajeros llegaron al país a finales de 1948. Y como la mayoría de los migrantes, entraron por el muelle de Puerto Colombia, en el departamento del Atlántico. Primero trabajaron como vendedores ambulantes de pueblo en pueblo. Varios de la segunda generación, como Mahmud Dasuki, el padre del alcalde, terminaron por establecerse en Maicao.

Fiel a sus raíces, el burgomaestre practica la religión islámica. Eso sí, reconoce que desde que se posesionó se le hace muy difícil llegar a la mezquita para hacer los cinco rezos diarios que sus creencias le exigen y, por ahora, no podrá cumplir todas las obligaciones de los viernes, día sagrado para su comunidad. “Pero respeto todas las religiones como fuentes de valores. Varias veces al mes asisto a ceremonias en la iglesia católica por invitación de algunos amigos”, dice Dasuki, con una mezcla de acento árabe y guajiro.

Por años, la población ha arrastrado problemas como la falta de agua potable y la contaminación por basuras, que no han tenido una salida, ni siquiera en las décadas de 1980 y 1990 cuando vivió un auge comercial. El Turco Dasuki empezó a trabajar en el centro de Maicao a los 15 años como carretillero; una década después montó su almacén de calzado, y ahora se le ve cualquier día hablando con la gente en las esquinas. Como alcalde deberá tratar de disminuir la brecha social de un municipio que sigue viendo a sus niños morir de hambre o recibir sus clases a la intemperie, bajo enramadas de palos de trupillo.