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Destitución: ¿Para dónde va Petro?
El alcalde se está jugando sus últimos días en el Palacio Liévano para convertirse en el gran líder de los indignados del país. ¿Lo logrará?
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Solo horas después de que el procurador lo destituyera e inhabilitara por 15 años, Gustavo Petro decidió salir al balcón de su oficina a pronunciar largos discursos frente a miles de simpatizantes acompañado de varias figuras de la izquierda, como Antonio Navarro Wolff, Aída Abella, así como de nuevos líderes sociales, como César Pachón, entre otros.
Estos hechos han dejado en claro que Petro está buscando, sin importar la decisión que tome el procurador, reencaucharse políticamente y tratar de convertirse en el gran abanderado de la paz y la democracia. El alcalde buscar capitalizar la reciente ola de manifestaciones que se han lanzado a las calles a protestar en los últimos meses, que algunos han querido equiparar con los indignados de España, Brasil o Wall Street.
Sin embargo, pese a las protestas y a que en torno a Petro se han solidarizado toda clase de líderes políticos y de opinión, no está del todo claro que el exguerrillero y exsenador pueda convertirse en el líder de un movimiento social o de una izquierda que represente políticamente la lista de inconformes que hay con el modelo económico y político del país.
El primer gran obstáculo que debe sortear pasa necesariamente por el escritorio de su inquisidor, Alejandro Ordóñez. Pocos creen que debido a la presión el procurador dará marcha atrás al fallo que él mismo leyó y sobre el que debe definir en segunda instancia, una vez el alcalde sea notificado y presente el recurso en contra.
Con el tiempo pendiendo sobre su futuro político como una espada de Damocles y sin una salida jurídica que lo mantenga en el cargo o le reduzca la inhabilidad, Petro se la va a jugar por convertirse en el líder político que encarne los movimientos sociales, los campesinos, los excluidos políticos y los indignados. Por eso el lunes, el martes y el viernes de la semana pasada le apostó a llenar la Plaza de Bolívar, al mejor estilo de Hugo Chávez, para que el pueblo lo defienda y lo mantenga en su cargo.
Pero la cosa no va a ser nada fácil. Porque una cosa es la solidaridad que ha despertado en torno a Petro la exagerada inhabilidad que le impuso el procurador, y otra muy distinta es que esta ola de indignación sea petrista, o sea la cuota inicial de su futuro proselitismo político.
El ambiente está tenso. En el petrismo hay rabia, en la izquierda indignación y en muchos sectores, solidaridad. En esas circunstancias, el alcalde de Bogotá tiene una gran responsabilidad. Estos no son momentos para llamar a la desobediencia civil, ni a desafiar la Constitución ni la ley.
Claro que puede haber manifestaciones pacíficas y simbólicas para rechazar una sanción draconiana que saca del ring a un hombre de izquierda que tiene proyección en la política nacional. Pero todo el proselitismo tiene que estar enmarcado dentro de las restricciones que impone el gobierno de la ciudad.
Está muy bien que Petro, como representante de esa generación que trató de hacer la revolución por la vía armada y después se la jugó en la política por la paz, busque representar a las miles de víctimas de la Unión Patriótica o quiera erigirse como el máximo líder de la izquierda. Pero esa dimensión política de Petro no puede ocultar que como gobernante cometió errores y excesos en el caso de las basuras y que, en términos generales, su gestión como alcalde ha sido mediocre. No se puede confundir la persecución política, con el legado de su gestión.
Sin duda, habría sido preferible que los bogotanos hubieran tenido la última palabra sobre el futuro de su alcalde a través del referendo revocatorio, que según conoció SEMANA se convocaría para dentro de dos meses. Lo cierto hoy es que la decisión del procurador, más allá de ser legal y constitucional, convirtió a Petro en un mártir de la política y lo ubicó en el lugar donde más cómodo y fuerte se siente: en la plaza pública.
Lo que muchos se preguntan hoy es qué tanto la masiva indignación de la coyuntura se traducirá en una base electoral estable y duradera. Porque en la política la solidaridad ante los atropellos, las crisis o las enfermedades no se traduce –o muy poco– en intención de voto. En este caso habrá que ver qué tanto pesarán la habilidad política de Petro y la capacidad de su discurso de interpretar la realidad del país, y qué tanto pesará su legado como gobernante. En lo primero ha demostrado ser muy bueno, en lo segundo, muy regular.
Por otro lado, la posibilidad de que Petro pueda encarnar en una futura candidatura de la izquierda es bastante remota. Si algo ha quedado claro a lo largo de su trayectoria es su estilo de llanero solitario al que le cuesta trabajar en equipo y cohesionar. Gran parte del Polo está en su contra. Y si bien la UP y las Farc han salido a criticar la decisión del procurador, no significa que vean a Petro como uno de los suyos.
De la forma como siga moviendo las fichas del ajedrez se sabrá si es capaz de mantenerse vigente en la política y convertirse en el gran líder de los indignados colombianos, o si va a repetir la historia de los líderes que, exaltados por las masas y la espuma de la coyuntura, se lanzaron a una aventura en la que terminaron solos y en el olvido político.