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Clase de 2014

El próximo 20 de julio el país estrena un Congreso inédito. Dos bloques opositores, la agenda de paz, reformas pendientes y la presencia de Álvaro Uribe garantizan que el presidente Santos no tendrá un Legislativo tan dócil como el de su primer mandato.

12 de julio de 2014

Desde que se publicaron los resultados de las elecciones parlamentarias del pasado 9 de marzo una cosa quedó clara: el Congreso de 2014 sería diferente a los anteriores. Los votos de más de 14 millones de colombianos llevaron a un escenario inédito en el que el gobierno se enfrenta a dos oposiciones: la tradicional izquierda del Polo y la nueva derecha del Centro Democrático. Además regresan al Senado veteranos dirigentes como el expresidente Álvaro Uribe y los exgobernadores y excandidatos presidenciales Horacio Serpa y Antonio Navarro Wolff. Sumado a nuevas figuras como Claudia López, las expectativas sobre la calidad, la intensidad y hasta la polarización de los debates legislativos son altas.

Más allá de los nombres y las ideologías, la promoción parlamentaria de 2014 no es la misma que la graduada en los comicios de hace cuatro años. Durante su primer período, Santos construyó un Congreso de bolsillo. Contó con la poderosa coalición de la Unidad Nacional integrada por el Partido de la U, liberales, conservadores, verdes y Cambio Radical, grupos que sumaban más del 80 por ciento de los escaños. Esa aplanadora legislativa dejó un balance más agrio que dulce: aprobó leyes como la de Víctimas y protagonizó escándalos como el de la reforma a la Justicia.

Si bien la Casa de Nariño mantendrá con comodidad las mayorías parlamentarias, el balance de fuerzas cambió. Como lo señala Laura Wills, directora de Congreso Visible, mientras el tamaño de la coalición gobiernista sea menor y menos estable, el de la oposición será mayor y más influyente. Con 20 senadores y 19 representantes a la Cámara, el Centro Democrático será una fuerza determinante que podría unirse a la izquierda en algunos debates puntuales. Eso significa que el control político va a ser mucho más feroz y que la agenda de la segunda administración santista corre el riesgo de bloqueos legislativos y de fuertes críticas en los medios.

Que un país tenga oposición en ambos bandos es una señal de madurez democrática, pero también de grandes retos para el gobierno. Lo que se viene en los próximos cuatro años es más el movimiento de fichas individuales que el manejo de bancadas enteras. De la capacidad de alianzas tanto de la coalición gobiernista como de los dos bloques opositores dependerá qué tan apabullante serán las mayorías santistas y qué tan efectiva será la oposición en frenar las iniciativas oficiales. El gobierno cuenta hoy con un bloque estable conformado por La U, los liberales y Cambio Radical al que se sumarán muy probablemente los conservadores. Tras la rebelión azul en las presidenciales liderada por Marta Lucía Ramírez, la mayoría de los congresistas del partido de Caro y Ospina regresarán a lo que han hecho en los últimos 12 años: sacrificar voluntad de poder por botines burocráticos.

Si bien la Casa de Nariño ya empezó a quitarles algunas cuotas a los senadores conservadores, la ‘reprimenda’ no los alejará de integrar la coalición de gobierno. La conformación final del gabinete ministerial y la repartición en direcciones de entidades, cabezas de institutos y embajadas dará una percepción más clara de la milimetría política. Cuánto crecieron los liberales y Cambio Radical, qué más se ganó La U y cuánto le quitan al Partido Conservador dibujará con precisión quién es quién y qué peso tiene cada bloque en las mayorías oficiales. El puñado de azules descontentos junto a la bancada de la Alianza Verde constituye ‘comodines’ en el juego futuro de las alianzas. La oposición de izquierda del Polo podrá sumar algunos apoyos verdes a sus esfuerzos contra el gobierno mientras que la oposición uribista buscará seducir conservadores, cristianos evangélicos y unos pocos de La U con el mismo propósito.

El funcionamiento de la bancada del Centro Democrático será asimismo otra novedad para prestar atención en este nuevo Congreso. Aunque el liderazgo férreo del expresidente y ahora senador Uribe no se pone en duda, todavía no hay claridad sobre el comportamiento legislativo de esta nueva derecha. ¿Destinarán sus esfuerzos a montar debates de control político al mejor estilo de la oposición del Polo Democrático en los últimos cuatro años? ¿Se convertirán en un bloque dogmático de ‘doctores No’ que entorpecerán la agenda legislativa de Santos como la tendencia del Tea Party de los Republicanos en Estados Unidos? ¿Optarán por una estrategia sofisticada de gobierno en la sombra, es decir, con propuestas alternativas en las iniciativas clave del segundo mandato como sucede en regímenes parlamentarios de Europa?



El Congreso de la paz

El traslado de la oposición uribista del Twitter a los escaños parlamentarios es la más visible pero no la única novedad del Congreso. Así como la contienda presidencial giró en torno al proceso de paz del gobierno con las guerrillas, las expectativas de las próximas legislaturas se concentran en las iniciativas asociadas con esos diálogos. Por eso a esta clase de legisladores de 2014 se le ha bautizado el ‘Congreso de la paz’.

El presidente ya ha dicho que espera culminar las negociaciones con las Farc este año y avanzar en las conversaciones con el ELN. Pero materializar los acuerdos con las guerrillas implica necesariamente que el Congreso apruebe los distintos proyectos de ley que se derivan de la mesa de negociaciones. Un ejemplo es la definición del marco jurídico y las reglas del juego para la eventual participación en política de los guerrilleros desmovilizados. Otro sería el futuro debate de los instrumentos de refrendación ciudadana de los acuerdos logrados en La Habana. Además de los escenarios políticos del posconflicto, este Legislativo tendría que debatir reformas asociadas al futuro del agro, la justicia transicional y el reconocimiento de las víctimas. Su mayor desafío, así como su mayor poder, será encontrar un equilibrio entre la justicia y la paz que la opinión pública colombiana acepte. El hecho de que un Congreso tenga por primera vez en sus manos la definición de un escenario de posconflicto es un hecho sin precedentes.

Pero la agenda no se limita al portafolio de la paz. La negociación en Cuba y el caldeado ambiente social en el país han puesto sobre la mesa una serie de reformas que quedaron pendientes del primer mandato de Santos. Ahí entrarían los proyectos que tocan la administración de justicia, el sistema de salud, la educación superior, el hueco de las pensiones y los poderes de la Procuraduría. Precisamente los temas en los que los colombianos se mostraron críticos en la primera administración santista y en los que la Casa de Nariño tiene una segunda oportunidad para mostrar resultados positivos.

Otro reto fundamental está en la definición del periodo presidencial. Santos pretende eliminar la figura de la reelección y apostarle más bien a ampliarlo a seis años y para ello debe pasar por el Congreso. Por otro lado, también está sobre la mesa el desarrollo económico. Puntualmente en lo que tiene que ver con la consulta previa y los estándares ambientales. La agenda del Congreso, como lo señala María Lucía Torres, directora del Observatorio de Procesos Electorales de la Universidad del Rosario, tendrá que tocar inevitablemente estos temas y más cuando la locomotora minera pretende estar a todo vapor en este segundo mandato.

Nuevos opositores, figuras veteranas, temas pendientes, agenda de paz y novatos bien preparados hacen del Congreso de 2014 un espacio más complejo y conflictivo que el Legislativo del primer gobierno de Santos. Con un 62 por ciento de imagen negativa según la última encuesta de Gallup, el Legislativo tiene una ventana de oportunidad para recuperar el respeto perdido como protagonista de las discusiones en un momento crucial para Colombia.